Segundas oportunidades (Una semana contigo 2). Monica Murphy

Segundas oportunidades (Una semana contigo 2) - Monica  Murphy


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vale, iré.

      No tengo ni idea de lo que acabo de aceptar, pero no puede ser malo, a juzgar por la amplia sonrisa de Logan. Además, probablemente gritará y montará una escena sin importar lo que diga.

      Una chica alta y de cabello oscuro entra en la sala privada dibujando una sonrisa con sus labios rojos mientras empieza a servirnos las bebidas desde la pesada bandeja que lleva. Se me acerca después de vaciar la bandeja y su mirada marrón oscuro conecta con la mía.

      —Ah, una cara nueva. Veo que ya tienes una cerveza, pero ¿necesitas algo más? ¿Algo para comer, otra bebida?

      —Sírvele un trago —dice Logan sin articular bien la voz ya—, tequila.

      Me mira expectante, pero le habla a Logan.

      —¿Solo un trago, cumpleañero?

      —Tráenos una ronda de ocho.

      ¿Qué demonios?

      —No voy a tomarme un montón de chupitos contigo. Me da igual que sea tu cumpleaños.

      —No seas aguafiestas. —Logan hace un gesto con la mano—. Ocho chupitos de Patrón, guapa. Oye, ¿qué haces luego? ¿Quieres venirte con nosotros cuando llevemos la fiesta a la próxima parada?

      Se ríe y sacude la cabeza.

      —Lo siento, trabajo hasta la una. Aunque gracias por la oferta. —Su mirada se encuentra con la mía una vez más—. Entonces, ¿otra cerveza?

      —Claro. —Me encojo de hombros. Me tomaré un chupito y otra cerveza y luego se acabó. Estar borracho significa perder el control y no me gusta.

      Se da la vuelta y se abre paso por la sala, lo que le hace ganarse más de una mirada de deseo y silbidos por lo bajo. En cuanto se va, empiezan a hablar de ella. Su culo, sus tetas, su bonita cara.

      —Tiene una boca hecha para chupar pollas —dice Jace con toda la autoridad del mundo.

      Asiento con la cabeza sintiéndome como un gilipollas por hacerlo. Pon a un montón de chicos juntos, dales alcohol y nos volvemos unos completos imbéciles.

      —Espera a ver a la otra —comenta Logan—. Hablando de bocas hechas para chupar pollas. Y según lo que he oído, ha hecho eso y más con unos cuantos bastardos afortunados que hay aquí esta noche.

      Las risas resuenan por la sala. Logan lo dice lo bastante alto y me doy cuenta. Sé que hablan de Fable. Lo admitió cuando estuvimos juntos. Que se lio con unos cuantos de mis compañeros de equipo, aunque dijo que nunca llegó demasiado lejos.

      ¿Mintió solo para guardar las apariencias y no quedar como una guarra? No creo que sea una guarra.

       Creías que era una guarra cuando la contrataste para que fingiera ser tu novia. Por eso la elegiste.

      Aparto de mi cabeza la irritante voz y me termino la cerveza. El alcohol hace su magia, deslizándose por mis venas, zumbando por mi cabeza. La señorita alta, morena y guapa vuelve a aparecer relativamente rápido y me pasa una cerveza fría con una sonrisa antes de colocar en línea los ocho chupitos de Patrón frente a Logan con una pequeña floritura.

      Él coge inmediatamente un chupito rebosante de alcohol y lo levanta en mi dirección.

      —Vamos, Callahan.

      Cojo uno, unos cuantos tíos cogen uno también y chocamos los chupitos, homenajeando a Logan antes de bebérnoslos de forma simultánea. El tequila me quema la garganta y hago una mueca. Me río cuando Logan me pone otro chupito en la mano y me tomo ese también.

      En unos minutos dejo de sentir dolor. Que le den a mis problemas, estoy bien. Me he ventilado tres chupitos y dos cervezas y nada puede hacerme daño. Nada.

      Hasta que la chica a la que amo más que a nada en el mundo irrumpe en la sala como si todas mis fantasías cobraran vida.

      Fable

      Me repito una y otra vez que Drew no estará aquí. Y entonces entro en la sala privada donde se está llevando a cabo la fiesta para liberar a Jen y que pueda tomarse un descanso y ahí está él.

      Tan guapo que quita el aliento, tan impresionado como yo… y borracho.

      Lo veo en sus ojos, en su expresión y por cómo se tambalea cuando se pone en pie como si fuera a venir a por mí. Pero entonces parece recordarse a sí mismo dónde está. Se vuelve a sentar en la silla y se ríe de lo que sea que le está diciendo el tío de al lado, pero no deja de mirarme.

      Quiero salir corriendo hacia él y al mismo tiempo huir. Santo Dios, ¡no me imaginaba así nuestro reencuentro!

      —Estás muy guapa, Fable.

      Uno de los futbolistas veteranos, creo que se llamaba Tad o Ty, me mira con la boca curvada en una sonrisita pícara.

      Cómo nos conocimos es un momento vergonzoso de mi pasado. Acababa de salir del instituto y estaba tan impaciente por complacer que solía ver los entrenamientos del equipo, sentada en las bandas al calor del verano con unos pantalones demasiado cortos y un top más corto todavía. Tad, Ty o como se llame, me pidió una cita, yo acepté y terminé chupándosela en su coche en nuestra primera y única cita.

      No es uno de los momentos de los que más me enorgullezco. Pero en esa época necesitaba la atención que me dio. Estaba muy necesitada, era muy ingenua.

      Claro que el imbécil nunca me llamó. Aunque no habría vuelto a salir con él. Una mamada molesta era más que suficiente, muchas gracias.

      —Gracias. —Sonrío y finjo que no lo conozco—. ¿Quiere algo más?

      —Sí. —Se acerca. Es alto y ancho, todo músculo, con el cabello oscuro y corto y un brillo repugnante en los ojos. Doy un paso atrás, me agarra del brazo y me acerca a él. Agacha la cabeza con la boca cerca de mi oído—. ¿Qué tal otra mamada más tarde?

      Me libero de su agarre con la ira atravesándome tan fuerte que me tiembla el cuerpo.

      —Que te jodan —murmuro y me doy la vuelta con su áspera risa siguiéndome mientras me abro paso por la multitud de atletas musculosos que llenan la sala.

      Trato de evitar por todos los medios a Drew. Siento sus ojos en mí. Sé que me ve, está mirándome y no quiero acercarme a él. ¿Qué le diría? ¿Qué haría? Tengo ganas de lanzarme a sus brazos y, al mismo tiempo, darle un puñetazo en su perfecta mandíbula cuadrada.

      Me pide que lo rescate y luego me abandona. Me dice que me ama en una nota y no responde a mis llamadas ni a mis mensajes. Es un capullo.

      Es un gilipollas.

      Estoy enamorada de un gilipollas estúpido y, maldita sea, cómo duele admitirlo.

      Me sitúo, tomo pedidos, recojo las botellas y los vasos vacíos y pierdo el tiempo con la esperanza de no llegar a la esquina izquierda del fondo. Por fin huyo de la asfixiante sala unos minutos más tarde y me apoyo contra la pared durante un momento, desesperada por coger aire.

      No esperaba eso, aunque parte de mí sí. Pensaba que podría dominar la situación cuando volviera a verlo, pero no puedo.

      He perdido la esperanza. Odio que no se haya acercado a mí y también agradezco que no lo haya hecho. Probablemente habría reaccionado de forma estúpida. Por ejemplo le habría rogado que me dijera por qué.

      Eso es lo único que sigue rondando por mi cabeza mientras estoy en la barra minutos más tarde, esperando que sirvan los pedidos. ¿Por qué me dejó? ¿Por qué ni siquiera me devolvió las llamadas? ¿Por qué no me escribió un mensaje? Eso era lo mínimo que podría haber hecho. Mandarme un mensaje con un simple «Hemos terminado». Le habría dejado marchar. Me habría sentido herida, enfadada y triste, pero podría haberlo sobrellevado.

      Habría sido mejor que


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