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dos revólveres Colt 45 a juego. Siempre los empeñaba, y luego los recuperaba. A finales de agosto o principios de septiembre —después de la desaparición de Shorty, pero supuestamente antes de que DeCarlo supiera lo que le había pasado—, Bruce Davis le dio las papeletas de empeño de Shorty por las pistolas, para devolverle un dinero que le debía a DeCarlo. Danny recuperó las pistolas. Luego, al saber que habían asesinado a Shorty, vendió los revólveres a una tienda de Culver City por setenta y cinco dólares.

      P. Pues estás metido en la mierda, ¿sabes?

      Danny lo sabía. Y se hundió aún más en ella cuando uno de los inspectores le preguntó si sabía algo de la cal. Cuando la detuvieron, Mary Brunner llevaba una lista de la compra elaborada por Manson. «Cal» era uno de los artículos de la lista. ¿Alguna idea de por qué querría Charlie cal?

      Danny recordó que Charlie le preguntó en cierta ocasión qué podía usar para «descomponer un cuerpo». Le dijo que lo que mejor funcionaba era la cal, porque él la había usado una vez para deshacerse de un gato que había muerto debajo de una casa.

      P. ¿Por qué le dijiste eso?

      R. Por ninguna razón en concreto, solo me hizo una pregunta.

      P. ¿Qué te preguntó?

      R. Pues la mejor manera de… esto… bueno, de deshacerse de un cuerpo muy rápido.

      P. No se te ocurrió decir: «¿Por qué coño me preguntas una cosa así, Charlie?».

      R. No, porque él estaba tarado.

      P. ¿Cuándo tuvo lugar esa conversación?

      R. Pues… precisamente alrededor del día que desapareció Shorty.

      Aquello tenía mala pinta, y los inspectores lo dejaron en ese punto. Aunque a puerta cerrada se inclinaron a aceptar la versión de DeCarlo, sospechando, pese a todo, que, aunque probablemente no había participado en el asesinato, sabía más de lo que contaba, eso les dio una ventaja adicional para intentar conseguir lo que querían.

      Querían dos cosas.

      P. ¿Queda alguien en el rancho Spahn que te conozca?

      R. Que yo sepa, no. No sé quién está allí. Y no quiero subir a verlo. No quiero tener nada que ver con ese sitio.

      P. Quiero echar un vistazo por allí. Pero necesito un guía.

      Danny no se ofreció. La otra petición la hicieron sin rodeos.

      P. ¿Estarías dispuesto a testificar?

      R. ¡No, señor!

      Pesaban dos acusaciones contra él, le recordaron. En cuanto al motor de la moto robada, «a lo mejor podemos rebajar el delito. A lo mejor podemos llegar a que lo retiren. Por lo que se refiere al delito federal, no sé cuánto podemos presionar. Pero también lo podemos intentar».

      R. Si lo intentan por mí, perfecto. No les puedo pedir más.

      Si aquello se reducía a ser testigo o ir a la cárcel… DeCarlo dudó.

      R. Entonces cuando él salga de la cárcel…

      P. No va a salir de la cárcel acusado de asesinato con premeditación cuando se le imputan más de cinco víctimas. Si Manson fue el tipo que participó en los asesinatos del caso Tate. Todavía no lo sabemos a ciencia cierta. Tenemos mucha información que apunta a eso.

      R. También hay una recompensa de por medio.

      P. Así es. Bastante buena. Veinticinco de los grandes. No quiere decir que se los vaya a quedar uno solo, pero incluso repartidos es un buen pellizco.

      R. Con eso podría mandar al crío a la academia militar.

      P. Bueno, ¿qué te parece? ¿Estarías dispuesto a testificar contra ese grupo de personas?

      R. Manson estará allí sentado mirándome, ¿verdad?

      P. Si vas al juicio y testificas, sí. A ver, ¿cuánto miedo le tienes a Manson?

      R. Estoy cagado. Me tiene acojonado. Él no dudaría ni un segundo. Aunque tardara diez años, acabaría por encontrar a mi hijo y le haría picadillo.

      P. Valoras a ese hijo de puta más de lo que se merece. Si crees que Manson es una especie de dios que va a fugarse de la cárcel y volver para asesinar a todo el que testificó contra él…

      Pero era evidente que DeCarlo creía que Manson era capaz de hacerlo.

      Incluso si permanecía en la cárcel, había otros.

      R. ¿Y Clem? ¿Lo tenéis encerrado?

      P. Sí. Está en el trullo, en Independence, con Charlie.

      R. ¿Y qué hay de Tex y Bruce?

      P. Están los dos fuera. De Bruce Davis, lo último que oí, a principios de mes, fue que estaba en Venice.

      R. Bruce en Venice, ¿eh? Tendré que andarme con ojo (…) Un hermano de la organización me dijo que había visto a dos de las chicas también en Venice.

      Los inspectores no dijeron a DeCarlo que la última vez que vieron a Davis, el 5 de noviembre, fue en relación con otra muerte, el «suicidio» de Zero. El LAPD sabía a esas alturas que Zero —alias Christopher Jesus, n/v John Philip Haught— fue detenido en la redada de Barker. Antes, al repasar algunas fotografías, DeCarlo identificó a «Scotty» y «Zero», dos jóvenes de Ohio que pasaron poco tiempo con la Familia porque «no encajaron». Uno de los inspectores comentó:

      P. Zero ya no está con nosotros.

      R. ¿Cómo que ya no está con nosotros?

      P. Está entre los muertos.

      R. ¡Mierda! ¿En serio?

      P. Sí, un día se colocó un poquito de más y jugó a la ruleta rusa. Se metió una bala en la cabeza.

      Aunque los inspectores por lo visto se tragaron la historia de la muerte de Zero, tal y como la relataron Bruce Davis y los otros, no fue el caso de Danny, en ningún momento.

      No, Danny no quería testificar.

      Los inspectores lo dejaron ahí. Todavía había tiempo para que cambiara de opinión. Después de todo, tenían ya a Ronnie Howard. Dejaron que Danny se fuera, después de arreglar que se pasara al día siguiente.

      Uno de los inspectores comentó, después de que Danny se hubiera ido pero con la cinta aún grabando: «Me parece que hoy nos hemos ganado el pan».

      La conversación con DeCarlo duró más de siete horas. Ya eran más de las doce de la noche del martes 18 de noviembre de 1969. Yo ya estaba durmiendo, sin saber que dentro de unas pocas horas, por la mañana, a consecuencia de una reunión entre el fiscal del distrito y su equipo, me asignarían la tarea de procesar a los asesinos de los casos Tate-LaBianca.

      TERCERA PARTE * LA INVESTIGACIÓN.

       FASE DOS *

      Del 18 de noviembre al 31 de diciembre de 1969

      Ningún sentido tiene sentido.

      CHARLES MANSON

      18 DE NOVIEMBRE DE 1969

      A estas alturas el lector sabe mucho más de los asesinatos de los casos Tate-LaBianca que yo el día que me asignaron el caso. De hecho, como algunos fragmentos extensos del relato precedente no se han hecho públicos con anterioridad, el lector es una persona con acceso a información confidencial, algo muy poco común en un caso de asesinato. Y, en cierto sentido, yo soy un recién llegado, un intruso. El cambio repentino de un narrador oculto en segundo plano a la relación de los hechos personalísima tiene que resultar sorprendente. La mejor manera de suavizarlo, me temo, sería presentarme. Luego, cuando nos hayamos quitado eso de encima, reanudaremos la narración juntos. Este inciso, aunque por desgracia necesario, será lo más breve posible.

      Un


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