¿Qué estabas esperando?. Paul David Tripp
naturaleza egocéntrica del pecado es opacada por la comida exótica y los hermosos paisajes, pero cuando la pareja regresa a la vida real, cotidiana, sin esas distracciones, se ven forzados a enfrentar lo que ellos y el matrimonio realmente son.
Siempre he pensado que este momento, cuando uno despierta a la realidad es una cosa muy positiva, aunque la persona que llama raramente se da cuenta. Usualmente la esposa entra en pánico; piensa que ha cometido un error, que su amor se acabó y que su vida va a ser una vida de tormento sin amor. Pero yo pienso que en este momento ella está por experimentar las cosas buenas que solo un matrimonio honesto puede experimentar. Está a punto de ser llevada mas allá de sí misma y eso la hará abandonar su sueño y le hará adoptar un mejor sueño y comprometerse a una serie de nuevos hábitos que no solo sanarán su matrimonio, sino lo harán algo mejor de lo que ella jamás concibió. El problema es que nada de esto es lo que ella esperaba.
Sara me llamó a las 6:30 de la mañana el día después de la ceremonia. Yo levanté el teléfono y escuché estas palabras: “¡Se acabó!” Yo sabía que no se había acabado. De hecho, estaba feliz que hubiese hecho la llamada tan pronto. Pensaba que Sara y Berto eran los jóvenes más inteligentes en la clase. Ellos habían llegado al límite de sus propias fuerzas y estaban haciendo algo muy sabio–buscando ayuda. Me daba gusto ayudarles y sabía que la jornada que estábamos por recorrer juntos los cambiaría a ellos y a su matrimonio.
He aquí lo que he dicho a las parejas una y otra vez. Es lo que he tratado de vivir en mi propio matrimonio también. La reconciliación en un matrimonio debe ser un estilo de vida, no solo la respuesta que das cuando las cosas van mal. Considera por qué esto debe ser así. Si tú eres un pecador casado con una pecadora–y lo eres–entonces es muy peligroso y potencialmente destructivo permitir la negligencia como pareja. Simplemente no pueden vivir juntos un día en el cual un acto de desconsideración, egoísmo, enojo, arrogancia, justicia propia, amargura o deslealtad muestre su horrible cabeza. Con frecuencia será benigno y de bajo nivel, pero aún estará allí.
Ahora, quisiera introducirte a un tema que surgirá una y otra vez en este libro: si vas a tener un matrimonio en unidad, entendimiento y amor, tienes que tener una estrategia de “pequeños-momentos.” Todo lo que esto hace es reconocer la naturaleza de la vida que Dios ha diseñado para nosotros. En su sabiduría, Dios nos da una vida que no avanza de momento trascendental a momento trascendental. De hecho, si examinas tu vida, veras que has tenido pocos de esos momentos. Probablemente puedas recordar solo dos o tres situaciones que transformaron tu vida totalmente. Todos somos iguales; el carácter y la calidad de nuestra vida se forma en momentos pequeños. Cada día ponemos pequeños ladrillos sobre el fundamento de lo que será nuestra vida. Los ladrillos de las palabras que decimos, de las acciones que tomamos, de las pequeñas decisiones, de los pequeños pensamientos, de los pequeños momentos, obran juntos para formar el edificio funcional que es tu matrimonio. Así que tienes que verte a ti mismo como constructor marital. Diariamente tienes el trabajo de agregar otra serie de ladrillos que determinara la forma de tu matrimonio por días, semanas y años en el futuro.
Quizás éste sea precisamente el problema. Es el problema de la percepción. Nosotros solemos no vivir de esta manera. Tendemos a caer en rutinas de casi-desidia y de actuar instintivamente con menos consciencia de lo que deberíamos hacerlo. Tendemos a retraernos de la importancia de esos pequeños momentos precisamente porque son pequeños. Pero lo opuesto es verdad: los pequeños momentos son importantes porque son pequeños momentos. Estos son los momentos de los que se compone nuestra vida, los momentos que establecen nuestro futuro y que dan forma a nuestras relaciones. Tenemos que tener una actitud de “día a día” hacia todo en nuestras vidas y si lo hacemos, escogeremos nuestros ladrillos cuidadosamente y los colocaremos estratégicamente.
Las cosas no se arruinan en un matrimonio instantáneamente. El carácter de un matrimonio no se forma en un gran momento. Las cosas se vuelven dulces y hermosas progresivamente. El desarrollo y la profundización del amor en un matrimonio ocurren por lo que se hace diariamente; esto también es verdad del triste deterioro de un matrimonio. El problema es que simplemente nosotros no le ponemos atención y por eso nos ponemos a pensar, desear, decir y hacer cosas que no deberíamos.
Déjame caracterizar esta vida de “un pequeño momento.” Tú exprimes y doblas el tubo de la pasta de dientes aunque sabes que le molesta a tu esposa. Te quejas de los platos sucios en lugar de ponerlos en el lavadero. Peleas por hacer las cosas pequeñas a tu manera en lugar de verlas como una oportunidad para servir. Te vas a la cama irritado por pequeños desacuerdos. Día a día te vas al trabajo sin un gesto de ternura entre ustedes. Peleas por lo que tú crees que es hermoso en lugar de hacer de tu casa una expresión visual del gusto de ambos. Te das la libertad de hacer cosas pequeñas con rudeza en una forma que nunca lo habrías hecho durante el cortejo. Dejas de pedir perdón en los pequeños momentos de cosas erradas. Te quejas de cómo tu cónyuge hace cosas pequeñas cuando realmente no hacen ninguna diferencia. Haces cosas pequeñas sin consultar.
Dejas de invertir en la amistad íntima en tu matrimonio. Peleas por lo que quieres en los pequeños momentos de desacuerdo en lugar de pelear por la unidad. Te quejas de las idiosincrasias y debilidades de tu cónyuge. Fallas en aprovechar esas oportunidades para animar. Dejas de buscar las maneras pequeñas de expresar amor. Comienzas a guardar un registro de los pequeños errores. Te irritas por lo una vez apreciabas. Dejas de asegurarte que cada día esté salpicado con ternura antes de ir a dormir. Cesas de expresar regularmente aprecio y respeto. Permites que tus ojos físicos y los ojos de tu corazón divaguen. Te tragas pequeñas heridas que antes habrías discutido. Comienzas a convertir pequeñas peticiones en demandas regulares. Ya no tomas cuidado de ti mismo. Estás dispuesto a vivir con más silencio y distancia de lo que permitías cuando estabas por casarte. Dejas de esforzarte por esos pequeños momentos que hacen tu matrimonio mejor y comienzas a sucumbir a lo que hay.
¿Por qué cesamos de poner atención? Porque es difícil ser cuidadosos, es arduo trabajo tener la disciplina de vigilar, y requiere un gran esfuerzo estar siempre pensando en la otra persona. Ahora, prepárate para que tus sentimientos sean heridos: tú y yo tendemos a querer que el otro se esfuerce porque eso nos facilita la vida, pero la verdad es que no queremos comprometernos a ser nosotros quienes se esfuerzan. ¡Pero no he terminado aún! Pienso que hay una epidemia de indolencia marital entre nosotros. Queremos no tener que esforzarnos y que las cosas no solo sigan igual sino mejoren. Y estoy absolutamente persuadido que la indolencia está enraizada en la naturaleza egoísta del pecado. Ya hemos examinado los peligros antisociales de esta cosa dentro de nosotros a la que la Biblia le llama pecado. Ya hemos considerado que nos hace centrarnos en nosotros mismos, pero hace algo más. Nos reduce a la pasividad marital. Queremos tener las cosas buenas sin el esfuerzo arduo de colocar los ladrillos diarios que hacen que esas cosas vengan. Y con frecuencia estamos más enfocados en lo que otros fallan y en que estos corrijan sus errores que en comprometernos a hacer lo que sea necesario diariamente para que nuestro matrimonio sea lo que Dios quiere.
Tú puedes tener un buen matrimonio, pero tienes que entender que un buen matrimonio no es un regalo misterioso. No; es más bien, una serie de compromisos que se forman a través de un estilo de vida que aprecia los momentos pequeños.
LA RECONCILIACIÓN COMO UN ESTILO DE VIDA:
¿QUE SIGNIFICA ESTO?
Hay un pasaje muy interesante en 2 Corintios 5:14-21 que provee un modelo de como luce este estilo de vida de día a día.
El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado. Así que de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos. Aunque antes conocimos a Cristo de esta manera, ya no lo conocemos así. Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes