¿Qué estabas esperando?. Paul David Tripp
felicidad personal de nuestro propio reino, o vivimos al servicio de la grandiosa agenda del Reino de Dios donde está el origen y el destino de la creación. Cuando vivimos para nuestro propio reino, nuestras decisiones, pensamientos, planes, acciones y palabras son dirigidos por el deseo personal. Nosotros sabemos lo que queremos, dónde lo queremos, por qué lo queremos, cómo lo queremos, cuándo lo queremos y quién preferiríamos que nos los entregue. Nuestras relaciones son conformadas por una infraestructura de expectativas sutiles y silenciosas demandas. Sabemos lo que queremos de la gente y cómo conseguir que nos lo den.
Piensa en Gabriela. Ella no estaba enojada porque Bernardo había quebrado las leyes del Reino de Dios. Ella no se sentía agraviada porque él estaba obstruyendo lo que Dios quería realizar en y a través de su matrimonio. No, Gabriela estaba herida y enojada porque Bernardo había quebrado las leyes de su reino. En este lado del cielo, se pelea una constante guerra en nuestros corazones entre el reino de nuestro ego y el Reino de Dios. Cada batalla que tú tienes con otra gente es el resultado de esa guerra más profunda. Cuando estás perdiendo esa guerra, vives para ti mismo e invariablemente terminas en conflicto con tu cónyuge.
Tal vez estas dos perspectivas nos digan mucho más de lo que podríamos pensar sobre el inicio de la relación de Gabriela y Bernardo. Quizás lo que ellos pensaban que era amor en realidad no era amor sino algo muy diferente disfrazado de amor. Recuerda, Gabriela había tenido toda su vida sueños muy específicos sobre el matrimonio y la familia. Aunque no se daba cuenta, ella estaba buscando al hombre que sería la pieza perdida del rompecabezas que era el sueño de su vida. Bernardo parecía ser esa pieza, y ella no tendría que sacrificar nada para que encajara. Desde el primer día ella se sintió poderosamente atraída hacia Bernardo. No podía esperar verlo otra vez. Le encantaban sus ingeniosos mensajes de texto. Le hacía feliz imaginarlo en medio de sus sueños maritales. Se aferraba a cada palabra mientras hablaban sobre su futuro. Gabriela sabía meses antes de que él le preguntara que su respuesta a su proposición sería sí. Estaba convencida de que, por primera vez, estaba profundamente enamorada.
Bernardo no había salido con muchas muchachas, así que era difícil que no le gustara la atención que le daba Gabriela. Las tarjetas cursis no eran su estilo pero eran el estilo de Gabriela. Ella lo escuchaba, respetaba su opinión y disfrutaba su compañía, ¿Cómo no habría de gustarle eso? Mientras más estaba con ella, más atraído se sentía. Le encantaba que ella fuera a recogerlo a medianoche después de la clase que tenía al salir del trabajo. Le daba risa lo específico que eran sus sueños para el futuro, pero le gustaba. Parecía lógico que debían casarse. Podría casarse con Gabriela y seguir siendo él mismo; él lograría su sueño y Gabriela también. Todo era muy atractivo.
En la superficie parecía maravilloso, pero quizás ése era el problema. No había duda que Gabriela y Bernardo se sentían muy atraídos mutuamente y que esta atracción producía un fuerte afecto. Eso era en sí mismo algo hermoso. La pregunta es si lo que estaban experimentado era amor. ¿Sería que Gabriela se sentía atraída a Bernardo no porque ella lo amaba a él sino porque él amaba a Gabriela? ¿No era que su atracción era mucho más orientada a sí misma de lo que se daba cuenta? Lo que parecía amor podría haber sido realmente la emoción de que este hombre se ajustaba plenamente al sueño de su vida que siempre había abrigado.
He aconsejado muchas parejas a punto de casarse como Bernardo y Gabriela. La emoción de estar juntos era tanta que costaba que me pusieran atención para prepararlos para el matrimonio. Estaban convencidos de que nunca tendrían problemas. Estaban seguros de que nada jamás sofocaría los sentimientos que tenían el uno por el otro. Estaban persuadidos que eran la pareja perfecta. Se sentaban en el sillón agarrados de las manos, mirándose el uno al otro con ojos vidriosos mientras procuraba advertirles que ellos eran gente defectuosa casándose con gente defectuosa. Pero siempre les era difícil tomarme en serio.
La orientación egocéntrica del pecado puede producir una atracción poderosa hacia otra persona, pero esa atracción no debe ser confundida con el amor porque no puede hacer lo que el amor hace cuando la atracción muere. Y la muerte de los sueños le sucede a toda pareja. Ninguno de nosotros logra su sueño como lo soñó, porque ninguno escribe su propia historia. Dios en su amor, escribe una mejor historia de lo que nosotros podríamos escribir. Él tiene un mejor sueño de lo que podríamos concebir. Él sabe mucho mejor lo que es mejor para cada uno. Nos puede llevar a lugares que nunca intentamos porque al hacerlo así somos transformados conforme a lo que los destinó a ser en Cristo.
¿Podría ser que a medida que Gabriela y Bernardo comienzan a enfrentar la dura realidad de la muerte de sus sueños, individuales y compartidos, su conflicto no es que están luchando por amarse sino que se les está dando la oportunidad de amarse más de lo que lo hicieron jamás? Es cuando la atracción se desvanece, cuando los defectos brotan y los sueños mueren, que el verdadero amor tiene su mejor oportunidad de germinar y crecer. Para Gabriela y Bernardo, este triste y decepcionante momento no es el fin de todo, sino el inicio de algo maravilloso. Podríamos decir que Dios los tiene ahora donde los quería. Su atracción ya no se basa en deseos centrados en ellos mismos. Ya no se aferran a su sueño, porque este se desvaneció frente a sus mismos ojos. Se sienten heridos y temerosos porque lo que impulsaba su relación se ha ido y no saben qué hacer. Pero esto no es derrota; es una oportunidad para escapar del pequeño espacio del reino de ellos mismos y comenzar a disfrutar la belleza y los beneficios del Reino de Dios. Lo que parece ser amor puede no ser amor, y cuando Dios lo revela, es una cosa muy buena. Lo que le sucedió a Gabriela y Bernardo no sucede porque Dios estaba ausente de su matrimonio. No, sucedió, precisamente porque Dios estaba presente, rescatándolos de sí mismos y dándoles lo que ellos no podían producir por sí mismos.
El matrimonio de Gabriela y Bernardo no murió; el sueño ególatra sí, y cuando esto sucedió, el amor sólido, satisfactorio, centrado en el otro, honroso a Dios y perseverante, comenzó a crecer. Su vida juntos no luce para nada como el sueño que una vez tuvieron, pero se aman más que nunca y están muy agradecidos de que Dios quiere para ellos algo mejor de lo que ellos querían.
¿EL CARRUAJE ANTES QUE EL CABALLO?
Es tentador pensar que tal vez Dios se equivocó. Quizás Él puso el carruaje antes que el caballo. Piensa: ¿no se habría evitado mucho quebranto, conflicto, heridas y decepción si Dios hubiese hecho las cosas de otra manera? ¿Por qué tenemos que casarnos con gente imperfecta? ¿Quién no se querría casar con una persona perfeccionada? ¿No haría esto que el matrimonio fuese fundamentalmente más fácil y placentero? Tal vez Dios confundió las cosas.
Ahora, la razón por la que solemos pensar así es precisamente porque somos tan cautivos de nuestro propio reino. Somos atraídos por el orden, la previsibilidad, la comodidad, la facilidad, el placer, la estima, la diversión y la felicidad personal. Estas cosas no son malas en sí mismas, pero no deben controlarnos. Tenemos conflicto con el plan de Dios porque, a nivel terreno, nosotros en realidad no queremos lo que Dios quiere. Queremos lo que nosotros queremos, y queremos que Él nos lo dé. Pero ése no es el plan. Dios no nos da su gracia para que nuestro reino trabaje; Él nos la da para invitarnos a un Reino muchísimo mejor.
Piensa en la persistencia de tu apego a los propósitos de tu propio reino. Déjame ayudarte a ver a lo que me refiero. Piensa en cuán poco de tu enojo durante el último mes tenía que ver algo con el Reino de Dios. Tu cólera raramente brota del celo por los planes, propósitos, valores y llamado del Reino de Dios. Cuando te sientes herido, enojado o decepcionado por tu esposa no es porque ella ha quebrado las leyes del Reino de Dios y eso te afecta. No, con frecuencia tu enojo se debe a que tu esposa ha quebrado las leyes de tu reino. Ella se ha interpuesto frente a lo que tú quieres y eso te ha enfurecido y te mueve a hacer o decir algo que someta a tu esposa de nuevo al servicio de tus deseos, necesidades y sentimientos.
Pero la gracia de Dios viene para demoler eso. Su gracia se propone exponer y liberarte de la esclavitud a ti mismo; quiere acabar contigo para que comiences finalmente a poner tu identidad, significado, propósito y sentido de bienestar interior en Él. Por eso te coloca en una relación integral con otra persona imperfecta en un mundo imperfecto. Es más, Él diseña las circunstancias que tú nunca habrías diseñado para ti mismo. Todo esto para llevarte al fin de ti mismo porque es allí donde comienza la verdadera justicia.