La sociedad de castas. Agustín Pániker Vilaplana

La sociedad de castas - Agustín Pániker Vilaplana


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a tareas nuevas, no tradicionales y no agrícolas. Ninguno de los pescadores podía vivir de su ocupación tradicional; por lo que algunos eran costureros, otros hacían de peones de campo o de porteadores (coolies). La mitad de los holeyas (ex-intocables) eran peones de campo, y la otra mitad hacía de coolie. Algunos de los labriegos intocables eran también chākaras, siervos hereditarios, cuya tarea consistía en ayudar al cabeza del pueblo o terrateniente principal y a su contable a recolectar los impuestos. La mitad de los musulmanes de Rampura eran agricultores. La otra trabajaba como peón o en el comercio. Una serie de oficios mal vistos por los hindúes, como el de carnicero, estaba –y sigue estando– en sus manos.

      Las nuevas ocupaciones

      Los modernos cambios tecnológicos y en las comunicaciones han convertido en obsoletos algunos de los trabajos tradicionales. Y muchas de las nuevas ocupaciones son “ritualmente neutras”. Personas de cualquier casta pueden desempeñar un cargo en la oficina. Desde luego, eso no significa que no posean un rango social, pero su posición en la jerarquía se basará en criterios “seculares”. Cada vez más es la educación, y no la casta u otra filiación por nacimiento, la que determina la ocupación (y los ingresos).

      La industrialización no sólo atrajo a especialistas de casta que se habían quedado en situación precaria (carpinteros, herreros, aguadores), sino a muchos jóvenes que, de otra forma, hubiesen desempeñado la ocupación familiar tradicional. Hoy en día, un joven puede aspirar a dejar de ser lavandero, barbero o pastor de ovejas y tratar de conseguir un empleo en un banco, en una agencia de viajes o en el gobierno. Este último trabajo otorga mucho prestigio, en especial en las aldeas, con independencia del puesto y el nivel de renta. Incluso tareas como el curtido de pieles (ocupación históricamente considerada de bajo rango y todavía presentada como degradante) están liberándose del estigma de la polución gracias a los nuevos cambios en la tecnología del curtido (muchos de los cuales fueron iniciados precisamente en la India).

      La movilidad ocupacional se ha dado en todas las castas (aunque quizá menos en las históricamente asociadas a tareas deshonrosas). Pero el que uno de los pilares del sistema ya no se sostenga no dinamita la sociedad de castas. Tan sólo la modifica.

      Aunque las modernas ocupaciones urbanas sin carga ritual han atraído a miembros de todas las castas, es cierto que algunas castas están desproporcionadamente representadas en determinadas ocupaciones. Una de las características de la casta es una cierta camaradería entre sus miembros. Cuando una persona se introduce en una nueva ocupación tiende a informar, enseñar y promocionar a los de su grupo. Por tanto, la casta continua siendo un elemento importante en la infraestructura económica de la India.

      Un reciente estudio con 315 redactores-jefe y editores indios reveló que no había ni un solo miembro de una casta dalit entre ellos; mientras que un 85% pertenecía a alguna de las castas altas (la mitad eran brāhmaṇs). En otro estudio sobre los consejos de administración de diversas empresas, se comprobó que un 90% de los consejeros pertenecía a castas altas (en este caso, los brāhmaṇs ligeramente superados por los baniās), mientras que sólo había un 3,5% de dalits y ādivāsis (que constituyen más del 24% de la población del país). De hecho, en la gran mayoría de los consejos de administración no existía variación alguna, ya que en el 70% de los mismos, ¡todos sus miembros pertenecían a la misma casta!13

      * * *

      Hoy, entre los ex-intocables mahārs encontraremos abogados, mecánicos, agricultores, tenderos, paletas o sociólogos. Si existe un cambio importante en la India de hoy, es la galopante disociación entre la casta y la ocupación tradicional. Ya nadie puede deducir la casta de una persona a partir de su trabajo u ocupación. Ni a nadie le extrañará ver a un brāhmaṇ comerciando con productos de cuero, o a un dalit abrir un negocio de informática. Cada vez menos personas consideran que estos casos representan un comportamiento desviado.

      Pero aunque uno puede ser de la casta de los mahārs y dedicarse a la informática, a labrar el campo o a la venta de lunguis, eso no le eximirá de seguir siendo un “mahār”, puesto que nació de padre y madre mahārs. Ahí parece radicar la principal o más visible diferencia entre casta y clase. La casta es una comunidad; la clase, una categoría. En la sociedad de clases, cuando un albañil se convierte en contable, deja su antigua clase social y entra en una nueva. En la sociedad de castas, un cambio en la ocupación no presupone un cambio de casta. Un agricultor brāhmaṇ sigue siendo un brāhmaṇ, y un ex-intocable mahār, aunque sea el propietario de un próspero concesionario de rickshaws, seguirá siendo un mahār. Puede que se le muestre el respeto que un hombre de negocios despierta, pero seguramente también –en el universo más casteísta del campo– la burla por su origen humilde o la suspicacia de hasta qué punto un mahār es capaz de ser un buen hombre de negocios.

      4. RASGOS CULTURALES

      Tras la endogamia [véase capítulo 1] y la tenue asociación con una ocupación tradicional [véase capítulo 3], el tercer aspecto característico de toda casta tiene que ver con una serie de costumbres culturales propias.

      Los miembros de una casta suelen adorar a las mismas divinidades, participan en festivales muchas veces únicos de la casta, siguen ritos específicos, poseen sacerdotes y templos de casta, tienen mitos y crónicas que explican el origen del grupo, asociaciones o concilios de casta; a veces pueden vestir de manera característica y exhibir ornamentos propios, suelen tener dietas particulares, apoyar a órdenes religiosas definidas y hasta quizás hablen un dialecto propio. En cierto sentido, cada casta es cual grupo étnico o comunidad cultural diferenciada. De ahí –y este punto es fundamental– que nadie quiera renunciar a su casta. La casta es uno de los marcadores fuertes de la identidad en el Sur de Asia. Lo proclamaban los mahānāyaka-śūdras, una casta rural de Odisha: «La lealtad a la propia casta debe preservarse incluso al precio de la propia vida».1

      Uno no sólo es hindú y gujarati hablante, por caso, mas también de casta paṭṭīdār, muchos de cuyos miembros se dedican al cultivo del algodón, son estrictamente vegetarianos, seguidores del Swaminārāyaṇa saṃpradāya, etcétera. De donde el carácter extremadamente multicultural de los distritos y estados del Sur de Asia. La casta ha mostrado ser una de las mejores instituciones para incluir y preservar las identidades. La India no constituye un melting pot, sino un tutti fruti.

      UNA DIMENSIÓN VISIBLE

      En cualquier pueblo, un aldeano sabe a la perfección a qué castas pertenecen sus vecinos. Y si por algún motivo no lo supiera, seguramente podría deducirla por la vestimenta o la dieta, quizá también por la profesión, y hay quien afirma que hasta por la forma de caminar de la persona en cuestión. Un divertido episodio del novelista Bankimchandra Chattopadhyay lo plasma. Nos encontramos en un juzgado de Calcuta a finales del siglo XIX:

      «ABOGADO: ¿De qué jāti es usted?

      KAMALAKANTA: ¿Soy yo de alguna jāti [clase]?

      A: ¿A qué jāti pertenece usted?

      K: A la jāti hindú.

      A: ¡Venga, ya! ¿A qué varṇa?

      K: A un varṇa [color] muy oscuro.

      A: ¡Pero qué demonios está pasando aquí! ¿Por qué he tenido que llamar a un testigo como este? Insisto, ¿tiene usted jāt?

      K: ¿Es que alguien me la puede sacar?

      Al ver que el abogado no iba a ninguna parte, intervino el juez:

      JUEZ: Usted sabe que hay muchas clases de jātis entre los hindúes, del estilo de brahmán, kayastha, kaibarta. ¿A qué jāti de estas pertenece usted?

      K: ¡Dios mío! Esto es culpa del abogado. Él puede ver que llevo el cordón sagrado alrededor de mi cuello. Dije


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