La sociedad de castas. Agustín Pániker Vilaplana

La sociedad de castas - Agustín Pániker Vilaplana


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ricos; no podemos permitirnos más de una hija».99

      Este sentimiento tiene hoy mucho calado en la India. Si el primogénito es un varón, a nadie le preocupa demasiado el sexo del segundo. Pero si es una primogénita, definitivamente irán a determinar el sexo del segundo embarazo. De ahí que cada vez sea más infrecuente una segunda hermana.

      Incluso el sur de la India, tradicionalmente ajeno a las costumbres de dote, asesinato por honor o infanticidio de niñas, está adquiriendo los comportamientos del norte. En la otrora igualitaria sociedad de Kerala, el único estado –junto a Puducherry– donde las ratios de población son favorables a las mujeres (1.084‰ en el 2011), cuando se analiza su población entre 0-6 años, la estadística refleja una desalentadora convergencia con la realidad del resto del país: 959‰. Los patrones de matrimonio y las antiguas ideas sobre el poder y la autonomía de las mujeres en Kerala tienden a esfumarse. (Con todo, Chhattisgarh, Kerala, Jharkhand, Assam, Bengala, Tamil Nadu, Karnataka, Andhra Pradesh y Bihar, por este orden, con una ratio mejor que la española, escapan de la zona “catastrófica” del norte y el oeste.)

      La ironía es que la escasez de mujeres en amplias zonas del “gran Punjab” ha portado a una verdadera crisis de la masculinidad. En distritos como Rohtak, el 44% de los varones entre 15 y 44 años estaba soltero en 1991.100 Para una sociedad agraria esto es aberrante. Un “hombre” de verdad ha de tener bigote, esposa, hijo, nieto y empleo. Con la crisis estructural que sufre el campo indio, a muchos jóvenes de Haryana únicamente les queda el mostacho.

      Numerosas transformaciones políticas, legales, económicas, culturales, sociales y hasta mentales han de producirse para invertir esta grave deficiencia social. Algo no tan imposible, sin embargo, si pensamos que en la tradición europea, apenas hace 100 años, un marido aún podía fustigar con impunidad a su mujer siempre y cuando la vara no fuera más gruesa que su pulgar. Chantal Maillard nos recuerda asimismo que, en la década de los 1950s, en España el marido aún podía exigir la dote al padre de la novia.101

      MUJERES CON PODER

      Aunque no hay que tener reparos en denunciar estas lacras y tratar de hacer algo para detenerlas, coincido con Susan Seymour en que es importante tratar de contrarrestar los estereotipos que nos presentan a las mujeres indias como víctimas impotentes de su sociedad,102 o como seres sin empoderamiento o personalidad. Al destacar únicamente las muertes por dote, el infanticidio de niñas, la autoinmolación de la viuda en la pira funeraria del marido (satī) y otros aspectos de la patriarquía, corremos el riesgo de exotizar por enésima vez la sociedad india y contribuir a dar una imagen amarillista y desenfocada de esta.g Como dicen Diane Mines y Sarah Lamb, estos temas no constituyen la norma en el Sur de Asia. No son más prototípicos de los surasiáticos que los tiroteos en las escuelas entre los americanos.103

      El Sur de Asia ha proporcionado primeras ministras de un poder indiscutible. La primera jefe de estado del mundo fue la cingalesa Sirimayo Bandaranaike en 1960. Y la segunda fue la india Indira Gandhi en 1966. A las que seguirían más tarde Benazir Bhutto en Pakistán (1988) o Khaleda Zia de Bangladesh (1991), dos países islámicos del Sur de Asia. Es cierto que todas llegaron al poder de “rebote”, por circunstancias familiares o históricas, pero también que supieron manejar ese poder con diligencia y sin ninguna oposición por el hecho de que fueran mujeres. Al fin y al cabo, la India siempre ha considerado que la capacidad de mando tiene que ver con el linaje y la casta.

      El estado de Uttar Pradesh, el más poblado de la India (¡con más de 200M de habitantes!), ha visto como una mujer, Mayawati Kumari, y además de una casta dalit, lo ha gobernado durante varios años [FIG. 96]. También una mujer (Sonia Gandhi, nacida fuera de la India y de una religión “minoritaria”) lo ha manejado en la sombra durante años. Los estados de Tamil Nadu y Bengala son periódicamente dirigidos por mujeres de incuestionable poder (Jayalalithaa Jayaram y Mamata Banerjee, respectivamente).

      El Sur de Asia posee una de las mitologías e iconografías más ricas del principio femenino (śakti, Devī). El culto al poder femenino tiene allí miles de años de antigüedad; y cientos de millones de devotos y devotas siguen hoy venerando a la Diosa, ya sea en sus formas más domesticadas (Sītā, Lakṣmī) o en sus manifestaciones más independientes (Durgā, Kālī). La sociedad india está repleta de matriarcas y mujeres de una incuestionable autoridad y poder. De hecho, la importancia del rol de la “madre” en la cultura india (y no como esposa-de) está fuera de toda duda. En muchos más casos de los que suponemos, la mujer india es lo más alejado a una víctima pasiva de prácticas patriarcales [FIG. 12]. Para Ruth Vanita, la narrativa de la Diosa recuerda permanentemente a las indias y a los indios que «la Diosa reside en las mujeres y que puede levantarse en todo momento».104 Consúltense los tratados genuinamente śāktas. Lo saben también los cooperantes que trabajan con mujeres en la India y se topan con unas personas de incuestionable agencia. Me viene a la mente el caso de Sampat Pal, lideresa de la banda de los “saris rosas” de la paupérrima región de Bundelkhand (Uttar Pradesh), que ya son más de 20.000: mujeres que ayudan a mujeres víctimas de la patriarquía y la violencia de género y castigan a los maridos, padres o hermanos que las oprimen. Y qué decir de agrupaciones feministas como Vimochana, Manushi, Chipko… y un kilométrico etcétera.

      Como decíamos con anterioridad, la identidad femenina no puede reducirse a una única categoría “mujer” (subordinada a una igualmente monolítica categoría “hombre”), sino que debe reflejar contextos y estadios diversos con diferentes grados de poder y autonomía.

      Signos de cambio

      Lo que hemos estado dibujando en este capítulo es la ideología y el código de conducta del hogar extenso (y algunas de sus dolorosas lacras). Sin olvidar que muchos de estos rasgos pueden encontrarse en hogares nucleares, pero también a la inversa. En algunos hogares extensos se están produciendo cambios sustanciales, en especial en los medios urbanos modernos de la nueva clase media.

      Por ejemplo, la institución de la reclusión (pardā) se ha relajado, lo mismo que la noción de polución de la mujer menstruante. Como veremos en el Epílogo, en estos círculos “modernos” se valora mucho a la mujer con estudios. La investigación de Sara Dickey en la ciudad de Madurai (Tamil Nadu) concluía que los padres de las nuevas clases medias veían en la educación de sus hijas el aspecto más importante con vistas a la mejora de las expectativas de vida de sus hijas.105 La mujer con estudios y trabajo de la nueva clase media está revolucionando el paisaje sociológico indio. En un estudio realizado en el 2003 con 4.600 mujeres de 26 ciudades, dos terceras partes manifestaron que no les hacía ni pizca de gracia convertirse en el “ama de casa perfecta”, ya que era importante contar con una labor profesional.106 Puesto que la familia urbana moderna tiende a ser más “conyugal”, todo el universo de relaciones –con otras mujeres, suegra, sobrinos, etcétera– tiende a enfriarse. La mujer india “moderna” en este contexto se asemeja mucho más a la occidental.

      11. Un funcionario bengalí le da una paliza a su esposa con un pelador. Pintura popular de Kalighat (Bengala), 1880s. San Diego Museum of Art.

      12. Una mujer le da una paliza a su esposo con una escoba. Pintura popular de Kalighat (Bengala), 1875.

      Una buena noticia es que la edad de acceso al matrimonio sigue aumentando y que la tasa de fertilidad desciende, con lo que las mujeres empiezan a poseer mayor control sobre sus ciclos reproductivos. (Con todo, la capacidad de las mujeres indias pobres en dirigir sus vidas y hasta controlar sus cuerpos sigue siendo desesperantemente baja.) Y, aunque pueda parecer paradójico y, desde luego, irónico, el incremento de la violencia doméstica puede reflejar un cambio positivo: la recién casada puede ya no ser una adolescente sumisa, sino una adulta que se autoafirma ante su suegra y su esposo (de suerte que puede acabar sus días envuelta en una bola de fuego). Cuanto mayor es su control sobre su vida y su cuerpo, más confrontación y actos de violencia.107

      Dado


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