La sociedad de castas. Agustín Pániker Vilaplana

La sociedad de castas - Agustín Pániker Vilaplana


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Estado moderno.

      Los textos clásicos no mencionan la dote. Es cierto que cuando hablaban de la “donación de la novia” se entendía que la doncella llegaba al sacramento “adornada” con joyas y vestidos.46 Pero las joyas y bienes que recibía de sus familiares eran y serían siempre de su exclusiva propiedad. Aparte, se ofrecía algún presente simbólico (dakṣiṇā) a la familia del novio. Al mismo tiempo, la novia recibía el vari, que era un presente –también de joyas y ropas– de la familia y círculo de amistades del novio; un regalo que podía llegar incluso a superar el valor de la dote. El conjunto recibido es lo que se llamaba strī-dhana o “propiedad de la mujer”. El Manu-smṛiti, que no es precisamente un texto “feminista”, declaraba que era derecho de una mujer el poder controlar y disponer de todos sus bienes, incluidos los recibidos de su familia o de la de su marido. Y cuando ella muriera, esos bienes pasarían a sus hijas e hijos, aun cuando el marido estuviera vivo.47 Está claro que en la India precolonial la dote no era ningún problema. Casi lo contrario: un amparo para las mujeres (al menos, entre las castas altas).

      M.N. Srinivas ya nos urgía a distinguir la dote moderna de estas viejas prácticas asociadas al kanyā-dāna.48 Digámoslo bien alto: la dote no es ni strī-dhana ni dakṣiṇā. Hacer pasar la dote por estas fórmulas tradicionales es intentar legitimar una dudosa práctica ligándola a una costumbre antigua y respetada. Como señala Catherine Clémentin-Ojha, el abandono de la dote tradicional por estas sumas de “compra de novio” muestran que hoy ya no es con la donación de la hija con lo que la familia busca obtener prestigio, sino “comprando” para ella un buen partido.49 En la actualidad, las alianzas matrimoniales y las dotes se regulan y negocian según las prospectivas de ingresos del novio, su estatus potencial y las conexiones sociales de su familia. Casarse con un buen partido significa que la chica y su familia ascenderán socialmente (en especial, sus hermanos, que se beneficiarán de las conexiones de sus nuevos parientes). No es de extrañar, pues, que sea entre la nueva clase media urbana donde la inflación de dotes es más acusada.

      Hasta principios del siglo XX, el costo de una boda india recaía en una red de familiares (de la novia y del novio) que incumbía prácticamente a todo el pueblo. La madre de la novia era la voz cantante, pero por el principio de reciprocidad de la biradārī, todos los clanes de la casta participaban en la colecta de bienes para el strī-dhana y los presentes de boda. Los sistemas de dotes constituían redes tradicionales de sostén para las mujeres en su futura vida alejada de su aldea natal.50 Esos aspectos de reciprocidad y amparo escaparon a la mirada colonial, que entendió la dote como una carga privada asumida exclusivamente por el padre de la novia.

      Hasta finales del siglo XIX, en toda la zona noroccidental de la India la tierra era comunitaria, controlada y compartida por una serie de familias patriarcales. En estas aldeas, denominadas bhāīcharas (“relaciones fraternales”), la noción de “derecho individual” sobre la tierra como propiedad privada era inconcebible. Nadie poseía “su” campo. La acción colonial rompió con este modelo tradicional y se decretó que toda propiedad tenía que pasar a una mano masculina. Los amos coloniales querían recolectar impuestos directamente de los “propietarios” con un canon fijo. Esa acción político-económica acabó por producir un nuevo tipo de campesino, que ahora era propietario individual de un minifundio. Ello catapultó su vulnerabilidad. En los primeros años de la reforma agraria, un 40% de los agricultores perdió sus tierras o recurrió a las joyas y dinero de las mujeres para rescatarlas.51 El campo indio se inundó de usureros y especuladores de grano. Algunos oficiales coloniales admitieron que el nuevo sistema fiscal era «demasiado rígido»,52 sordo al calendario estacional y falto de elasticidad. Una sequía podía llegar a arruinar incluso a un gran terrateniente. De donde la necesidad de asegurarse un porvenir en un mundo inestable con muchos hijos y buenas dotes y alianzas matrimoniales.

      Al hacer del varón indio el sujeto legal principal, las mujeres perdieron sus derechos consuetudinarios y quedaron a merced de sus padres, esposos o hijos. Los derechos de propiedad femenina contemplados en los Dharma-śāstras o la sharī’a fueron relegados a los márgenes. En cierto sentido, los británicos proyectaron la propia posición de la mujer occidental en lo que concernía a los derechos de propiedad (que entonces eran nulos) sobre la colonia. La construcción de canales, líneas ferroviarias y carreteras no hizo más que masculinizar la economía agraria, favoreciendo la preferencia por el hijo varón. Los hijos (y no las hijas) pasaron a ser la clave de la supervivencia y la prosperidad. Y desde entonces, los hermanos se consideraron los propietarios individuales de las tierras, sin necesidad de repartir la “legítima” de un cuarto que podría corresponder a su hermana no casada. Como ha expuesto Veena Talwar Oldenburg, a quien hemos seguido de cerca, los efectos colaterales de la acción colonial para las mujeres fueron desastrosos: las mujeres se quedaron sin recursos legales y seguramente sin su dote.53

      La necesidad de una familia repleta de varones se incrementó a lo largo del siglo XIX y la mayor parte del XX. De ahí, el infanticidio de niñas [véase más adelante]. El problema de la mirada colonial es que explicaba el fenómeno del infanticidio de forma estrictamente culturalista. Se adujeron motivos religiosos o culturales y se “olvidaron” del propio efecto que la política colonial estaba operando en amplias zonas de la India.

      La manía (¿o fantasía sexual?) de que el hombre blanco ha de ir al rescate de la mujer morena y liberarla de las bárbaras costumbres de los hombres morenos,54 tropo todavía muy presente en la mente occidental, acabó por ignorar la autoridad de las mujeres; cuando lo cierto es que su agencia era patente en el asunto de las dotes, los gastos de bodas o en el escabroso tema del infanticidio de niñas. De hecho, la mujer india apenas aparece en el retrato colonial. Y cuando lo hace, es pintada como una analfabeta tan sumisa que precisa del socorro del hombre blanco en su mission civilisatrice.55

      No es la dote la causante de la preferencia por los hijos varones. Ni siquiera los recuentos coloniales la mencionan como causa de endeudamiento de las familias indias. Dado que siempre había sido un bien susceptible de ser empeñado en tiempos de penuria, sucedió que las dotes fueron absorbidas en una tremebunda espiral inflacionaria. En el nuevo contexto de inestabilidad, sirviendo a su viejo acometido de recurso en caso de extrema necesidad, las dotes «tuvieron que elevarse en su valor para ajustarse al aumento de los precios de la tierra», como ha señalado Oldenburg.56 A medida que el dinero en efectivo fue entrando en las dotes, estas se convirtieron en activos circulantes capaces de comprar bienes inmuebles, y por tanto, definitivamente, bajo control masculino.

      Los derechos consuetudinarios de las mujeres fueron los grandes perjudicados por la transformación de una economía agraria no monetizada en una economía capitalista moderna y tasada de forma rígida. La nueva élite de intermediarios, banqueros, joyeros, usureros y profesionales urbanos (hasta entonces en posición de subordinación a la casta dominante de la región) logró adaptarse a las nuevas reglas del juego capitalista. Los nuevos ricos pasaron a ofrecer dotes mucho mayores, organizar bodas mucho más pomposas y mostrar públicamente su nuevo poder.

      Muertes por dote

      La pregunta clave es: ¿por qué en el mismo período en que las dotes iban desapareciendo en Europa se multiplicaban por diez en el Punjab y otras partes de la India? Para Marion Kaplan, «sólo cuando las mujeres empezaron a reincorporarse a gran escala en la economía en forma de trabajadoras asalariadas en las sociedades capitalistas avanzadas, declinaron las dotes».57 Y ese no fue el caso de la India, donde hasta hace muy pocas décadas no estaba bien visto que la mujer trabajara.

      En 1961, el Estado indio prohibió la práctica de la dote (ley enmendada por la Ley de Prohibición de la Dote de 1984). Desde entonces, todo se mantiene en secreto y ha dejado de haber control social. Hoy, aquellos bienes y regalos simbólicos se han convertido en inmensas dotes, que forman una parte ya “obligatoria” del matrimonio. La dote no constituye ningún presente, sino una demanda. No es ningún legado “tradicional”, sino un crimen de la economía moderna; un paradigma anclado en ideas como el consumo, la competitividad, la productividad… que no sólo feminiza la pobreza, sino que hace de la mujer un ser más vulnerable.

      De ahí el creciente número de atrocidades


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