La sociedad de castas. Agustín Pániker Vilaplana

La sociedad de castas - Agustín Pániker Vilaplana


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tan dócilmente los dictados de sus antiguos patronos, que se han empobrecido de forma considerable (dado el olvido al que está sometido el mundo agrario del país).

      Como veremos en la última Parte, estos factores son cruciales en la moderna transformación de la sociedad de castas. Si la India está repleta ahora de pequeños labriegos –y no tanto de poderosas castas dominantes u oligarcas–, e incluso en el campo ya un 40% de la población se dedica a trabajos no agrarios, eso implica que las relaciones de dependencia han cambiado y tienden a la relajarse las relaciones asimétricas de antaño.

      Pero el que una de las patas del “sistema” se tambalee no significa que en la India rural de principios del siglo XXI la existencia de castas dominantes no se palpe. Los ṭhākurs (rājputs), aunque sólo representan el 7,5% de la población de Uttar Pradesh, controlan el 50% de sus tierras.8 Para muchos de estos ṭhākurs, el liderazgo del pueblo se siente –y es– todavía una competencia y atributo de casta.

      EL CABEZA DE ALDEA

      Históricamente, la función de gobierno a nivel local ha recaído en la figura del cabeza del pueblo (jajmān), antiguamente conocido como grāmaṇī o grāmapati, y en persa como muqaddam. En algunos lugares, dicho cabeza era designado por el propio rey. En otros, el jajmān era un terrateniente respetado de la casta dominante.

      Esta figura adquiría mayor peso y relieve en los poblados donde no dominaba claramente una casta. En algunos pueblos con mucha actividad fiscal podían existir hasta dos cabezas de aldea.

      El nombre del cargo puede variar según las regiones. En la cuenca indogangética son frecuentes los de chaudharī y ṭhākur. En la India occidental es típico el de paṭel o paṭil. En Bengala se conoce como barua, malik o pradhan. También mukhī. En Kerala puede llamarse dēśavāḻi. Etcétera. El clásico de jajmān deriva de la sánscrita yajamāna, el término que recibía el instigador del antiguo ritual védico; que en el mundo tamil se torna ejamāṉ.

      Aunque no tenía un estatus ritual en virtud de su cargo, una de las tareas del jajmān era dirigir los rituales públicos de la aldea. En ciertas localidades era incluso costumbre pedir permiso al cabeza de aldea antes de celebrar ritos de paso personales (tonsura del cabello, matrimonio, funerales, etcétera).

      En muchas zonas de la India, el puesto de cabeza de aldea fue hereditario. En los pueblos grandes, el jajmān o paṭel tenía a su cargo a un contable (kuḷkarṇī, paṭvārī), un supervisor y varios recaudadores. La entrada de la recaudación directa a los campesinos por parte de la administración colonial menguó considerablemente el papel del cabeza de aldea. Otra tarea importante fue el mantenimiento del orden público, función para la cual se rodeaba de figuras como el guarda o el sereno.

      Algunas fuentes dibujan al jajmān como un tirano, pero a menudo aparece como alguien respetado, pues no en vano una de sus misiones ha sido defender el pueblo y hacer de su portavoz ante los gobernantes.

      Existen zonas donde se ha apreciado un perfil ascético y sapiencial para el jajmān; alguien que supiera arbitrar y que fuera él mismo ejemplo de corrección. En otros casos, el arquetipo guerrero (rājput) parece estar más presente, y así encontramos a un caudillo más marcial, capaz incluso de reunir y adiestrar en las armas a los aldeanos. Cuando ha dominado esta figura se ha valorado mucho más la capacidad de autoridad y hasta el coraje.

      Aunque esta figura no ha desaparecido, el entramado administrativo, político y judicial moderno ha hecho menguar muchísimo el poder del jajmān, de ahí mi recurso al tiempo pasado. Sus acometidos se llevan hoy a cabo en el marco de la asamblea de aldea o grām-pañchāyāt.

      Otra pata del “sistema”, pues, se tambalea.

      EL PAÑCHĀYĀT

      Otro componente clásico en los sistemas de castas es el del pañchāyāt. La palabra designa genéricamente a una asociación cuyo fin es arbitrar. Normal, pues, que se dé cierta confusión con el uso de este término. Por lo general, suele remitir a tres instituciones.

      Asamblea de aldea (grām-pañchāyāt)

      En primer lugar, todo municipio indio posee un pañchāyāt elegido democráticamente y que, cual alcaldía, posee ciertos poderes legales, administra fondos municipales y cumple determinadas funciones gubernamentales. Hoy, cuando a un indio le preguntan por el pañchāyāt pensará en este cuerpo administrativo, a veces referido como pañchāyāti-rāj (gobierno asambleario) o grām-pañchāyāt (asamblea de aldea). Cada municipio indio (que suele abrazar varios pueblos) tiene su grām-pañchāyāt, compuesto por una decena o veintena de miembros, elegidos por cuatro años mediante sufragio universal. Desde hace unos años, estas asambleas han de estar compuestas, como mínimo, por un 33% de mujeres (en algunos estados hasta por un 50%) [FIG. 23]. También tienen puestos reservados los ex-intocables y los tribales en proporción a su peso demográfico en el municipio. Aunque dispone de amplios poderes, la falta de recursos hace que el grām-pañchāyāt haga la mayor parte de las veces de intermediario entre los intereses de la comunidad y los del Estado. Cada pañchāyāt posee su presidente (sarpañch), elegido por la propia asamblea o –según los estados– por sufragio universal. Hoy es el sarpañch –y no el jajmān– quien ejerce de “alcalde” del pueblo.

      Este nuevo sistema de gobierno local ha otorgado un mayor grado de descentralización a las aldeas indias. (El problema de la descentralización, sin embargo, es que el poder local va a parar con frecuencia a los miembros de las castas dominantes, con lo que se da la paradoja de que el Estado tiene que intervenir más para controlar los poderes locales.) Con todo, la experiencia asamblearia llevada a cabo en diversos estados ha mostrado que la planificación descentralizada puede dar resultados muy positivos.

      Concilio de aldea

      Un segundo sentido de la palabra pañchāyāt remite al viejo concilio del pueblo (pariṣad). A diferencia del anterior, que es reciente y estrictamente político-administrativo, este pañchāyāt posee siglos de antigüedad, no era elegido democráticamente y no tenía respaldo legislativo. La ideología nacionalista dibuja a los pariṣads de la antigüedad como la cristalización de una “democracia” hindú. Pero eso tiene bastante de tradición inventada. Es el moderno grām-pañchāyāt el que de verdad representa una hibridación democrática de los concilios “tradicionales” de aldea.

      Posiblemente, en los pueblos del norte, el concilio del pueblo habría estado compuesto por cinco (pañch; de donde deriva el nombre) ciudadanos respetables de la casta dominante, entre los que solía incluirse el cabeza de la aldea. Aunque las reuniones de este pañchāyāt fueran públicas y aunque se invitase a algún notable, lo cierto es que el concilio del pueblo era con frecuencia el de la casta más poderosa.

      Su máxima competencia era resolver las disputas judiciales locales, en especial todo aquello que no estuviera claramente contemplado por la jurisdicción del reino. En casos enrevesados de disputa podía recurrirse también a la presencia de un letrado brāhmaṇ (paṇḍit). En muchas zonas, el concilio también se ocupaba de la recaudación de impuestos y de negociar las tasas con los recaudadores del gobierno. Los terrenos públicos de la aldea le pertenecían, y podía venderlos, arrendarlos o utilizarlos para trabajos públicos (irrigación, carreteras, etcétera).

      Hoy en día, que los jóvenes de las aldeas indias han adoptado las prácticas y modos consumistas del tipo de vida urbano (percibidas como contrarias a la “tradición” por los ancianos del pañch), o que el pueblo está mucho más dividido en facciones que antaño, los pañchāyāts gozan de cierta autoridad cuando logran hablar en nombre de la “comunidad”.

      Concilio de casta

      En


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