La sociedad de castas. Agustín Pániker Vilaplana
que «incluso cuando algo semejante a las viejas relaciones del sistema jajmānī parece perdurar, ha disminuido su intensidad y cada vez es más forzado».37 La inmensa mayoría de las transacciones son monetarias. Las relaciones son de patrón a empleado. Como la actividad económica hoy trasciende con más facilidad los límites de la aldea, ya no ha lugar para un sistema de economía tan local como el jajmānī. Muchos aldeanos trabajan en las ciudades cercanas. Dipankar Gupta puntualiza que el sistema jajmānī es «una idealización que funciona de forma digamos que pura sólo en una pequeña minoría de casos».38 Hoy, los terratenientes han vendido sus tierras a las multinacionales agroalimentarias, de modo que los lazos de reciprocidad y dependencia se han truncado. Aunque eso ha creado nuevas oportunidades, es también cierto que cantidad de castas artesanas de la India rural (carpinteros, alfareros o herreros) se encuentra en una situación patética. Ahora dependen de un sistema de capitalismo que no ha acabado de destruir sus viejas relaciones de dependencia, pero que no permite que esas relaciones sean hoy por hoy rentables.
Es cierto que algunos aspectos de este modelo siguen operando de forma encubierta, ya que algunas prestaciones se salen de la economía monetaria. Una familia de carpinteros, por ejemplo, trabaja para ciertas casas de agricultores; les repara los utensilios de labranza y los carros a cambio de parte de la cosecha. Pero si el patrón quiere que el carpintero le haga algún trabajo que se sale de lo estipulado, entonces le paga con moneda.
La emigración también ha trastocado este universo. Aquellos grupos que no estaban directamente ligados a la agricultura han ido emigrando a las ciudades. Hace décadas que los aguadores, los cesteros o los zapateros han abandonado las aldeas. Su pericia ya no es necesaria. Pasan a engrosar los suburbios de las ciudades. Allá puede que encuentren nuevas posibilidades de trabajo, pero rara vez relacionadas con su oficio o profesión.
En suma, la mecanización de la agricultura, indisociable de la penetración del capitalismo en las áreas rurales, la mejora en la educación entre los grupos históricamente analfabetos, la creciente tendencia a abandonar la ocupación tradicional, la abolición de los latifundios de zamīndārs o jagirdārs, más la introducción de la lógica de la política democrática, todo ello ha provocado la desintegración de esos viejos sistemas de dependencia como el jajmānī. El “sistema”, en tanto modelo socioeconómico de carácter holístico, está tocado de muerte.
Hoy, los líderes de la casta dominante –que otrora tenían una gran influencia– ya no son necesarios para contactar con los políticos y burócratas. Al menos, no lo son tanto como los nuevos emprendedores locales –en muchos casos originarios de castas históricamente bajas– que saben cómo hacer para que los programas de ayuda gubernamentales lleguen a la comarca. Por ello, el sistema jajmānī es una reliquia del pasado.
EL UNIVERSO RURAL INDIO
Algunos autores han planteado que la idea de una aldea autárquica regida por un sistema atemporal como el jajmānī, carente de mercado libre, de propiedad privada, de espíritu competitivo, de moneda… es un constructo colonial y antropológico.39 No es que las transacciones no monetarias que acabamos de describir no hubieran existido. De lo que algunos se quejan es de la idea de hacer de estos rasgos una esencia inmutable de la aldea india.40 Hoy sabemos que esta nunca ha estado aislada, ni ha sido económicamente autosuficiente. Yo mismo me he encargado de deconstruir este viejo cliché.41 La India contemporánea se aleja más y más de este mundo rural de relaciones de dependencia.
Lo que sí puede aceptarse es que, históricamente, la sociedad india ha tendido a estructurarse alrededor de un Estado bastante marginal. El Estado se sitúa en el centro (y recoge impuestos), pero se vincula a los ciudadanos por una serie de círculos de casta, de comunidades regionales y hasta de secta. Como ha visto Sudipta Kaviraj, a los gobernantes se les otorgaba el mayor respeto y obediencia pero al coste de cierta marginalidad;42 es decir, a condición de que no interfirieran en los procesos cotidianos de esas comunidades y no legislaran en los asuntos vitales de las comunidades. No es que se diera una devaluación del Estado, sino que este ha estado siempre abierto a tendencias centrífugas (con pretensiones de realeza o soberanía), ladeado por contrapoderes (como los concilios de casta o los gremios mercantiles) y con fronteras indefinidas (dados los continuos cambios de alianza de las castas dominantes y poderes locales). Mientras que los regímenes políticos han respetado estas reglas del mundo rural, a las comunidades locales poco les ha importado quién manejaba el cotarro de la política.
La organización de la aldea en castas ha sido cual minirreino que ha funcionado de facto de forma bastante independiente –pero en modo alguno en contra– del mahārāja, el sultán o el virrey de turno. Lo cual no deja de ser sorprendente: que una entidad que cuenta con tropecientas comunidades que han alzado barreras de endogamia, de comensalía y, con frecuencia, de ocupación, pueda simultáneamente operar como una unidad. A mi juicio, esto tiene dos explicaciones. Por un lado, existe un poderoso vínculo aldeano, que más allá del principio de la diferencia, tiende a unir a todos sus habitantes. Aunque la aldea haya estado jerarquizada, el faccionalismo entre castas ha sido más bien raro y es un fenómeno reciente.43 Todos comparten una misma lengua, todos sufren las mismas catástrofes y bonanzas del ecosistema, participan del festival, etcétera. No cesaremos de repetir que la identidad, solidaridad y rivalidad de casta es sólo uno de los ejes en acción. Por otro lado, está claro que los concilios de aldea y de casta han operado en muchas ocasiones como agentes políticos a escala local. Las castas no dominantes han estado representadas por estos concilios. En las ciudades, las castas y gremios mercantiles han desempeñado un rol similar. Hay que insistir en que estas asociaciones no se han opuesto al rey, mas eran contiguas al Estado. O, como dice Ronald Inden, «en lugar de haber sido excluidas de la vida política india, han participado activamente en ella».44 La casta nunca ha sido ajena a la política. La jurisdicción entre las instituciones judiciales del pueblo (pañchāyāts de castas, cabeza de aldea, concilio de la casta dominante) ha tendido a estar bien delimitada. Sólo la irrupción del poder colonial fracturó este modelo de círculo de círculos.
¿HA MUERTO EL “SISTEMA” DE CASTAS?
Las transformaciones más importantes en la moderna sociedad india van ineludiblemente ligadas a la pérdida de importancia de los viejos pañchāyāts de aldea y de casta y a la caída de sistemas como el jajmānī.
Ahora son las asambleas de aldea (grām-pañchāyāts) elegidas democráticamente quienes ejercen el poder. Si el antiguo mecanismo de control social de los pañchāyāts estaba en manos de las castas dominantes, ahora el control ha pasado a manos del partido político que esté en el poder.
Sin autoridad por parte de los pañchāyāts de casta (aunque con importantes excepciones, como es el caso de los khaps), ni un sistema ritual y económico como el jajmānī que las interconectaba e insertaba en la economía local, ¿tiene sentido seguir hablando de un “sistema” de castas? G.K. Karanth es concluyente: «Puede que no sea apropiado ya seguir refiriéndonos a las castas en la India rural como un “sistema”».45 D.L. Sheth es todavía más claro:
«Puesto en términos más fuertes: el sistema de castas indio, durante tanto tiempo concebido como un sistema de estatus ritual se ha desintegrado, aunque las castas en tanto que comunidades individuales conscientes de sí mismas sigan sobreviviendo».46
El llamado “sistema de castas” ya no existe. Tenemos la paradoja de unas castas sin sistema o de una práctica del casteísmo sin su legitimación tradicional. Lo que hay es un conglomerado de castas que, por un lado, sobreviven –gracias al principio de la diferencia– más o menos como linajes o grupos étnicos y, por otro lado, compiten unas contra otras como comunidades político-culturales. Pero aunque el “sistema” orgánico puede que ya no exista, sí perdura la sociedad segmentada en castas. La casta se adapta; se acomoda a los nuevos contextos.
De jāti a samāj
Una de las adaptaciones más importantes que tiene lugar hoy en la sociedad india es, como señala Balmurli Natrajan, el paso de la casta