Dulce tortura. Elena López

Dulce tortura - Elena López


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por traer su nombre a mi cabeza.

      Solté un bufido y fui a la ventana para cerrarla. El frío comenzaba a calar en mis huesos y eso se debía a que ya era tarde. No faltaba mucho para el anochecer; el sol ya se encontraba regresando a la penumbra.

      Solté un bostezo y me dirigí a la cocina para prepararme un bocadillo y mantener a mi estómago tranquilo.

      Conforme caminaba, encendía las luces amarillentas que iluminaban tenuemente la casa. Los escalones crujían demasiado bajo mis pies debido al desgaste de los años. La casa no era muy vieja, pero tampoco había sido construida hace poco.

      Entré a la cocina y busqué algo en la nevera, pero nada me agradaba. Así que simplemente tomé la leche, luego cereal y lo vertí todo dentro de un plato hondo.

      Al terminar dejé todo como estaba, tomé una manta del sillón y fui hacia la parte trasera de la casa en donde se encontraba un bonito corredor de madera, también una mecedora en donde cabían al menos cuatro personas. Me senté sobre ella con el plato en una mano mientras me cubría con la manta. Comencé a comer disfrutando de la vista, veía cómo el sol se ocultaba poco a poco detrás del extenso bosque. Daba la impresión de que este lo engullía, para abrirle paso a la oscuridad que reinaría por horas.

      Divisé la gran cerca que nos separaba del bosque. Probablemente, me preocuparía por un oso o algo por el estilo si no estuviera ahí.

      Me mantuve comiendo hasta que terminé el cereal, pero de pronto un aullido hizo que diera un respingo, lo que provocó que el plato resbalara de mis manos y fuera a dar directo al suelo hasta hacer un sonido molesto. El aullido fue aterrador y profundo. Miré en todas las direcciones, a la espera de encontrarme con el dueño de aquel desgarrador sonido, y sin encontrarme nada. Permanecí quieta, contuve la respiración. Para mi desgracia, pude escucharlo de nuevo, pero esta vez acompañado de un gruñido gutural que hizo que mi piel se erizara por completo.

      No había pensado en que habría lobos en el bosque. Tal vez osos o ciervos, qué sabía yo. Asustada de que ese lobo decidiera acercarse, me incorporé y recogí el plato con prisa.

      Sin embargo, al levantar la vista, me fui de bruces contra el suelo por la impresión al ver un lobo frente a mí. «Demonios».

      De verdad que no parecía un animal común y corriente. Era enorme, al menos de un metro de altura o quizá más, realmente irreal. Se cubría de un color negro que seguramente por la noche no habría sido fácil de ver si no fuera por aquellos ojos brillantes de color ámbar, los cuales no me perdían de vista. Podía apreciar mi reflejo en ellos, tan nítido como el terror que se desbocó en mi interior.

      Se movió a paso lento directamente hacia mí; sus pisadas eran fuertes y resonaban como un eco espeluznante en mis oídos. Con paso tras paso, me obligó a permanecer congelada del miedo. Cada pisada lo acercaba al manojo de nervios y pánico que era mi cuerpo y, posiblemente, su proximidad significaba una muerte inminente para mí.

      De soslayo aprecié la puerta, pero era inútil correr hacia ella, dado que tenía que pasar por un lado de él y no creía que fuera más rápida que esos colmillos que se dejaban entrever tras su hocico. Colmillos filosos, largos, mortales. Una simple mordida y estaría muerta.

      Retrocedí sin ponerme de pie, apreté en mi mano el plato. Quizá podría hacer la diferencia si lo golpeaba. «Pero ¿qué estupideces pienso? Por supuesto que no voy a hacerle daño a un lobo de más de un metro con un estúpido plato de cristal».

      —¡Dios! —grité cuando me gruñó con fuerza y luego su enorme pata fue a dar a mi pecho.

      El aire escapó de mis pulmones por la impresión y también a causa de la fuerza aplicada. Caí de espaldas contra el suelo y golpeé mi cabeza en el proceso. No me moví, no respiré. Todo se detenía a mi alrededor mientras sus ojos amarillos me escudriñaban, me miraban de tal manera que parecían poder entenderme, y también veía en ellos un poco de diversión. Dios, ¿qué estaba mal conmigo? Un jodido lobo no sabía de diversión.

      —Por favor —susurré a quien fuera. De verdad que no quería morir bajo las garras y los colmillos de este animal.

      Apreté mis labios y cerré los ojos con fuerza cuando su nariz se deslizó por mi mejilla olfateándome hasta llegar a mi cuello. Su nariz estaba caliente; él desprendía calor y, sin embargo, escalofríos recorrieron mi cuerpo al percibir su aliento. No lo sentía como un animal, de verdad que no entendía la razón para que fuera así. Probablemente se debía a su tamaño, a la manera en que apareció, en cómo jugaba conmigo, observándome como si me comprendiera.

      Pude respirar cuando su pata se alejó de mi pecho, pero nuevamente me vi gritando cuando sus garras lo atravesaron. Rompió mi blusa y dejó al descubierto mi sostén. Gruñó y en segundos tuve su lengua recorriendo mi abdomen. Me llené de asco y miedo. Tal parecía que el maldito probaba su comida, jugaba con ella antes de dar el último golpe, que deseaba que fuera rápido y certero.

      Mierda. Tenía que hacer algo; no podía morir así. Joder, no. Así que, en un momento de valentía, sostuve con fuerza el plato para luego estamparlo contra su cabeza lo más fuerte que pude.

      Él se alejó lo suficiente y emitió un ligero gruñido; me levanté del suelo rápidamente y corrí hasta la puerta. Otro gruñido me hizo temblar, pero me sentí a salvo cuando entré a la casa, incluso cuando no debería ser así. Él bien podría romper la puerta.

      Lo observé a través de la puerta de madera. Él se mantenía quieto, observándome con intensidad. No sabía el motivo, pero estaba muy segura de que me había permitido escapar. Habría podido comerme en cualquier momento, no obstante, desistió. Me lanzó un gruñido, como si fuera un tipo de advertencia, y luego sin más dio la vuelta, corrió y se perdió en la oscuridad del bosque.

      CAPÍTULO 4

      A la mañana siguiente desperté temprano. Maddy se encontraba durmiendo, así que no la molestaría. Caminaba por la habitación con mi ropa en la mano, atisbé mi reflejo en el espejo de cuerpo completo que tenía en la habitación. Mis labios se surcaron en una mueca al ver aquellas garras del lobo que atravesaban mi abdomen. Eran unas líneas rojizas muy poco profundas —gracias al cielo—, pero igualmente notorias. Era como si él hubiese sido cuidadoso para no atravesarme la piel con profundidad, porque pudo haberlo hecho sin ningún problema. Su fuerza había sido tremenda, y bien había podido quedar hecha nada bajo sus garras.

      Sin embargo, por una extraña e ilógica razón que yo desconocía, aquel animal se había detenido, había luchado contra sus instintos, y me había dejado con vida y con demasiadas dudas —que no podría resolver— en mi cabeza. Resultaba increíble que aquello me hubiera sucedido a mí, y me encontraba absolutamente segura de que nadie se tragaría una sola palabra de lo ocurrido. La mejor decisión que había podido tomar había sido mantenerme callada acerca de ese incidente, que esperaba que no volviera a pasar.

      Me vestí, colocándome unos jeans ajustados y una blusa de manga larga en color crema y una chaqueta en color café. Me calcé mis botas negras y dejé suelto mi cabello. Tomé mi mochila colocándola sobre mi hombro, y salí de mi habitación rumbo a la calle. Al poner un pie afuera, el viento fresco golpeó mi rostro de manera seca, deslizándose sutilmente entre mi ropa. Me estremecí un poco; ese día había amanecido más frío de lo normal.

      Coloqué mis audífonos y comencé el recorrido hacia el colegio de manera ansiosa, con los nervios que me dominaban a cada paso que daba. No sabía lo que me esperaría aquel día, solo deseaba con todas mis fuerzas que Donovan dejara de meterse conmigo. De soslayo observé el bosque. Una mala idea, puesto que el recuerdo del lobo abordó a mi memoria. Tragué de manera seca, agradeciendo a quien fuera que me había protegido y que se había apiadado de mí para no terminar siendo desgarrada bajo los colmillos de aquel enorme animal.

      Tan solo imaginar una muerte así me llenaba de terror. Tendría que tener más cuidado cuando


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