El reino suevo (411-585). Pablo C. Díaz Martínez
de Hidacio, sus afirmaciones y conclusiones pasaron prácticamente inalteradas a casi toda la historiografía hispana. Manuel Murguía incluyó una traducción de las páginas de Dahn como apéndice en el tomo correspondiente de su Historia de Galicia[57], y las usó como referente a la hora de resolver los problemas históricos que se le planteaban. Las páginas que Torres López dedicó a los suevos en la ya mencionada Historia de España de Menéndez Pidal son otra muestra de esa influencia. Incluso en una monografía como la ya citada de S. Hamann es posible apreciar el impacto de los tópicos de Dahn; por ejemplo, que la larga perduración del reino sólo se justifica por las condiciones naturales del medio y por la debilidad de sus enemigos. Otra muestra: su afirmación aventurada de que un personaje de nombre Heremigario, citado por Hidacio, fue rey, es recogida tal cual en el segundo volumen de The Prosopography of the Later Roman Empire[58], cuando no aparece en ningún caso registrado en el texto de la Chronica.
Las historiografías portuguesa y gallega recurrieron al reino suevo en muchos casos con fines autojustificativos, un eslabón en la construcción de su propio destino ancestral. En el caso portugués el elemento suevo ocupa un lugar secundario en la construcción de su identidad nacional, que usó el mito suevo sólo como una manera de oponer su identidad a una Hispania bajo control visigodo. F. Castelo Branco publicó un trabajo con el significativo título de «O reino dos suevos e a independência de Portugal»[59], donde recoge tradiciones portuguesas que se remontan hasta fines del siglo XVIII y alcanzaron cierto peso en el romanticismo portugués[60].
En el caso gallego la mirada hacia el mundo suevo, a la búsqueda de esa identificación, se inició a mediados del siglo XIX. Un punto de partida se encuentra en la proclama que el periodista A. Faraldo Asorey redactó el 15 de abril de 1846, con motivo de la constitución de la «Junta provisional de Gobierno de Galicia», consecuencia del levantamiento en Lugo del coronel Solís contra el gobierno de Narváez, en lo que se ha llamado la Revolución de 1846 y que constituye un punto de partida evidente del provincialismo gallego y, literariamente, un antecedente del Rexurdimento. En ese texto Faraldo escribía:
Galicia, arrastrando hasta aquí una existencia oprobiosa, convertida en una verdadera colonia de la corte, va a levantarse de su humillación y abatimiento. Esta Junta, amiga sincera del país, se consagrará constantemente a engrandecer el antiguo reino de Galicia, dando provechosa dirección a los numerosos elementos que atesora en su seno, levantando los cimientos de un porvenir de gloria. Para conseguirlo se esforzará constantemente en fomentar intereses materiales, crear costumbres públicas, abrir las fuentes naturales de su riqueza, decrépita fundada sobre la ignorancia. Despertando el poderoso sentimiento de provincialismo, y encaminando a un solo fin todos los talentos y todos los esfuerzos, llegará a conquistar Galicia la influencia de que es merecedora, colocándose en el alto lugar a que está llamado el antiguo reino de los suevos[61].
El contexto de proclama revolucionaria, de reivindicación identitaria, no debe llevarnos a engaño; el referente suevo no era una concesión literaria; el autor, romántico apasionado, había escrito pocos años antes, siendo estudiante en Santiago de Compostela, una serie de textos donde había ido construyendo una imagen idealizada de Galicia. Su punto de partida era más filosófico que histórico; se trataba de una reflexión sobre la geografía antigua y la grandeza del pasado gallego motivada por un deseo de reivindicación apologética, un grito contra lo que él consideraba un desprecio y una marginación de Galicia[62]. Su repaso histórico alcanzó justo hasta los suevos, a quienes adjudica un papel que luego vamos a ver recogido a lo largo de todo el siglo:
Veamos la marcha de estos conquistadores, que mezclándose con los antiguos gallegos, dan origen a una nueva sociedad, a un nuevo pueblo que crea otras leyes y otras instituciones, que adquiere otros instintos y otras necesidades; un pueblo, en fin, que se gobierna por sí mismo, lo que fue un inmenso progreso por cierto […]. Nada de esto perdamos de vista, porque los estudios sobre la índole y las costumbres de la actual sociedad gallega revelan aún ese tipo providencial, distintivo de nuestros compatriotas e impreso por los habitantes e instituciones suevas, que aún no han borrado los siglos […]. He aquí el principio de una época distinguida. En 425, asegurando los suevos su poder, con el afianzamiento de una capital, cual es Braga, tan necesaria para hacer fuerte el espíritu nacional, ponen los cimientos de la gran monarquía de su nombre, que sólo un monarca criminal alcanzó derribar. Redondeada su conquista con la fusión de gallegos independientes y suevos vencedores, amanece para Galicia una era radiante de gloria, de consoladores recuerdos y fundadas esperanzas, para nosotros los hombres de una época escéptica, sin amor y sin fe […]. La unidad nacional que engendra esta monarquía toda joven, toda guerrera, toda religiosa, produce elementos creadores que llevan nuestros padres a los sacrificios esclarecidos y a los hechos gloriosos[63].
Se recogía aquí la vinculación de una Galicia futura e independiente con un pasado idílico de grandeza, el reino de Galicia, donde la monarquía sueva constituye un punto de partida. Idealización mítica que se va a extender no sólo por obra de los historiadores, caso de B. Vicetto[64] o de M. Murguía[65], sino también de los poetas románticos y simbólicos, entre los cuales destaca E. Pondal[66], quien acuñó el término «Suevia» para referirse a Galicia. Y puede culminarse, desde una perspectiva más cultural, en publicaciones que llegan hasta ahora mismo. En el prólogo a un libro de 1989, J. E. López Pereira, a quien ya hemos recordado antes, apoyándose en una cita de M. Bloch («La incapacidad de entender el presente nace inexorablemente de la ignorancia del pasado») escribe: «Albergo la esperanza de que este estudio sobre Galicia y su temprana cultura ayudará a comprender mejor la realidad y las aspiraciones de su naciente autonomía»[67]. Mismas ideas expresadas por F. Bouza como respuesta a un excurso de J. Tussel que había tomado aquella idea que hacía a Galicia nación desde los suevos como ejemplo de tesis histórica peregrina:
En lo que se refiere a Galicia no es indefendible la importancia del reino suevo en la construcción de la Galicia posterior a él y de su legendario nacional, al contrario, resulta bastante racional y aceptado, aunque al introducir la palabra «nación» todo se complica, porque, efectivamente, la natio galaica tiene una génesis compleja temporal y espacialmente (como casi todas), pero no puede separarse esa génesis, probablemente, del reino suevo, que otorga a ese territorio algunas peculiaridades que pudieran ser importantes en su construcción unitaria posterior[68].
Benito Vicetto tenía tras de sí una larga trayectoria como escritor de recreaciones históricas de Galicia cuando se enfrentó al tema suevo, construyendo un mundo de ensoñaciones donde lo suevo está omnipresente. El autor enlaza el pasado y el inmediato contemporáneo en un cuadro absolutamente inverosímil pero adaptado a un contexto donde Galicia se convierte en un espacio mítico y unitario desde su más remoto pasado hasta el siglo XIX. Vicetto ignora absolutamente la historicidad, en cuanto estudio objetivo, tanto de la Gallaecia romana como de la germánica, de la misma manera que parece no saber que una parte fundamental de la historia del reino suevo implicaba a territorios que, cuando él escribía, igual que hoy, se incluían en el norte de Portugal y en tierras castellanas. Pero, para nuestro fin aquí, quizá más interesante que su dramatización novelada Los reyes suevos de Galicia, donde al fin y al cabo el género le permite una reconstrucción fantasiosa[69], sea el argumento explicativo que recogió en los dos primeros volúmenes de su Historia de Galicia. En realidad