El reino suevo (411-585). Pablo C. Díaz Martínez
La minoría tiranizó a la mayoría, no por última vez en la historia española. La devastación causada por los suevos fue tan implacable, tan incesante, que resulta sorprendente que ellos y los gallegos fuesen siquiera capaces de sobrevivir al siglo V. En esas oscuras y desesperadas condiciones fue fundado el primer reino independiente de Europa occidental, como una sombra, tan cruel y sofocante como la misma historia de España[109].
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¿Es realmente esto todo lo que podemos conocer del reino suevo de Hispania o es posible planteamos una investigación que restituya la historia sueva no sólo a su contexto externo sino también como una unidad que se interacciona, se relaciona y evoluciona? Debemos abordar el estudio del reino suevo sin necesidad de negarle su categoría de hecho historiable con el hipotético argumento de que su existencia es un fenómeno intrascendente, sin influencia en ninguna historia posterior más gloriosa, o con una influencia decisiva en la misma.
Creemos que es posible, imprescindible y urgente abordar nuevas perspectivas, especialmente ahora, cuando los estudios y ediciones de los textos, especialmente de la crónica hidaciana, aportan un instrumento crítico renovado. Ahora que los métodos arqueológicos han empezado a superar la búsqueda del objeto significativo y pueden en el futuro proporcionarnos nueva información sobre el poblamiento, la vida cotidiana y la geografía económica de la primera Edad Media gallega. En los últimos veinte años el estudio de la Antigüedad tardía ha dado un salto cualitativo y cuantitativo extraordinario, avances interpretativos que nos permiten valorar el reino suevo de Gallaecia en su verdadero contexto y que exigen y justifican la realización de esta monografía.
Es el momento de contestar varias preguntas que superen generalizaciones poco críticas con la documentación disponible, que contextualicen el lugar de los suevos de Gallaecia, no ya en relación con un pasado de migraciones y colapso imperial sino con el entorno físico, social, económico y político en el que se asientan; un lugar marginal respecto a un centro político romano pero altamente activo, desarrollado, incluso creativo como manifiestan los testimonios de los siglos IV a VII y que la arqueología va corroborando poco a poco. Limitar la actividad sueva a la depredación y plantear su historia al margen de la población gallega es malinterpretar el texto de Hidacio y la documentación de los últimos años del reino. Por ejemplo, suele analizarse la situación que Hidacio describe y la del periodo final de la monarquía como fenómenos sin conexión; es bastante habitual en este sentido leer referencias a los dos reinos suevos, o a las dos fases del reino. Su comparación, más allá del aventurado intento de emparentar a los reyes y crear una línea monárquica persistente, nos permitirá valorar cambios en su forma de gobierno y en su relación con los habitantes originarios, el paso de una monarquía étnica a una monarquía territorial.
Si se supera el prejuicio de ver a los suevos meramente como depredadores, merodeadores que hacían de la violencia un fin en sí mismo, quizá encontremos una lógica en el conjunto de actuaciones que Hidacio esconde detrás de sus textos, de su percepción catastrófica de cada iniciativa sueva. Una lógica que a la larga llevará a la construcción de una estructura política y administrativa compleja. Esto se desprende de una lectura no restrictiva del Parrochiale Suevum, que representa, ya lo hemos anotado, no un mero esquema de administración eclesiástica sino que delimita, a nuestro entender, una jerarquización pública. Su estudio, contrastado con el de las cecas suevas y visigodas y, sobre todo, con la estructura que Gallaecia conservó como provincia visigoda, y que conocemos a través de las acuñaciones de este periodo, nos muestra una administración del reino descentralizada y minuciosamente ordenada, lo que contrasta con la imagen de barbarismo e incapacidad organizativa que normalmente se nos presenta.
Frente a la idea de una pérdida de identidad tras la conquista visigoda debemos defender una persistencia de esquemas administrativos que se manifestará a lo largo del siglo VII, por un lado a través de la numismática pero también de la literatura jurídica y religiosa, donde el reino visigodo se considerará formado por tres unidades: Gallia, Hispania y Gallaecia. De hecho, un mejor conocimiento de la monarquía sueva en el siglo VI, entendida en su propia pujanza y no en función de su sometimiento a los godos, que es como la presentan las fuentes oficiales toledanas (Juan de Bíclaro e Isidoro), ayuda a entender en toda su complejidad la realidad hispana del siglo VII. La documentación gallega altomedieval muestra, por su parte, un espacio complejamente articulado; su estudio comparativo con el periodo suevo ayudaría a entender muchos enigmas como parte de un proceso de continuidad.
Debo advertir que estas líneas de investigación y otras posibles no son meras hipótesis aventuradas sino reflexiones, algunas ya puestas por escrito, producto de largos años de atención al problema historiográfico que los suevos plantean y que me llevan a considerar que estamos en condiciones de construir una verdadera historia del reino suevo, incluso un modelo de funcionamiento social y político, que ponga en valor la historia de la Gallaecia sueva, no en función de realidades perennes y universales, sino en su contexto cultural y geopolítico; en esta percepción su historia dejará de ser un rincón marginal en las extremidades de Occidente, indigno de ser estudiado. Éste es el reto final.
La Galicia sueva, la historia de Gallaecia en el periodo de su dominio, la Gallaecia tardoantigua y altomedieval es una unidad digna de ser estudiada en sí misma; es, con sus fuentes y documentos, un objeto científico; no puede, no debe, ser comprendida en función del presente, esto es, como una traslación del presente, y sólo prejuzga el presente como parte de un cúmulo enorme de factores, y no como una relación de causa-efecto. Y recojo aquí para terminar una frase que robo a Gerardo Pereira:
o pasado histórico non e un elemento imprescindible nin importante para a consciencia que un pobo teña de si mesmo [...]. O pasado non explica el presente nin pervive nel. Un pasado glorioso, en canto a autoidentidade dun pobo, non supon un presente igualmente glorioso. Mais ben sucede o revés: o pasado histórico dun pobo é vivido, e coñecido –é dicir, existe– só en función do presente dese pobo[110].
[1] M. Lafuente, Historia General de España desde los tiempos primitivos hasta la muerte de Fernando VII [1850-1857], 30 vols., Barcelona, Montaner y Simón, ³1930, vol. X, pp. 4-5.
[2] R. Ruiz Carnero, Historia de España, Madrid, Hernando, 1942, p. 5.
[3] Ibidem, p. 60.
[4] M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles. I España romana y visigoda. Periodo de la Reconquista. Erasmistas y protestantes [1880], Madrid, La editorial católica, ³1978, pp. 232-269.
[5] Ibidem, p. 229.
[6] Cfr. E. Flórez, España Sagrada, t. 15 [1749], Madrid, Imprenta de Antonio Marín, ²1759. Aunque en este tomo se recoge la información pertinente a la antigua Gallaecia, la crónica de Hidacio había sido publicada ya en el tomo cuarto.
[7] C. Torres Rodríguez, «Reckiario, rey de los suevos. Primer ensayo de unidad peninsular», Boletín de la Universidad Compostelana 65 (1957), pp. 129-177.
[8] A. Cabo y M. Vigil, Historia de España Alfaguara I. Condicionamientos Geográficos. Edad Antigua, Madrid, Alianza, 1973, p. ii.
[9] Cfr. J. Álvarez Junco, Máter dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid, Grupo Santillana, 2001 y C. P. Boyd, Historia Patria: Politics, History and National Identity in Spain, 1875-1975, Princeton University Press,