Refugiados ambientales. Teófilo Altamirano
El mayor impacto que produce hoy el cambio climático es sobre la población. Una de sus consecuencias es la movilización involuntaria y compulsiva, lo que a su vez influye en el ordenamiento territorial, en los recursos y en las nuevas respuestas políticas de los gobiernos nacionales y locales. Las poblaciones más afectadas son las más pobres, tanto del campo, como de las grandes ciudades.
En la actualidad, se estima en 50 millones el número de migrantes climáticos. Además, 135 millones están amenazados por la desertificación y escasez crónica de agua (Wrathall & Morris, 2009). Los cincuenta millones de migrantes mencionados ya superaron el número de los desplazados internos y refugiados por razones bélicas o conflictos étnicos y religiosos, así como a los desplazados por desastres naturales y conflictos políticos, quienes, de acuerdo a los mismos autores, suman aproximadamente 40 millones: 15 millones de refugiados y 25 millones de desplazados internos, cantidades que oscilan año a año.
Junto con la migración climática, la migración convencional —que empezó con el desarrollo de la humanidad y continuará su proceso— se incrementó en los últimos años, tanto las internas como las internacionales. Este tipo de migración —llamada también «económica», «laboral» o «profesional»— no será abordado en este libro.
El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, 2001) estimó que para el año 2050, debido a la desertificación, el incremento del nivel del mar, la contaminación ambiental, la desglaciación, la escasez de agua, las inundaciones, el incremento en la cantidad de monzones y huracanes y la abundancia de lluvias, alrededor de 150 millones de personas serán migrantes climáticos.
A pesar de las evidencias sobre lo que sucede, no existen políticas globales para afrontarlas. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) —los dos organismos globales que estudian y toman decisiones sobre los refugiados— consideran que los migrantes climáticos no tienen una base legal porque no están reconocidos como tales por las Naciones Unidas; sin embargo, los países cuyas poblaciones se ven afectadas por estos fenómenos están incorporando leyes adecuadas entre sus políticas públicas.
Los países pobres (los más afectados) no pueden enfrentar el problema de manera aislada porque se trata de un fenómeno global. Los países ricos o emergentes, por su parte, están más preparados para mitigar los impactos climáticos, como lo veremos más adelante.
Algunos Estados consideran a sus migrantes climáticos como «ciudadanos universales» con derecho a elegir los países donde habitar. El problema es que los países que tienen en la mira son por lo general ricos o emergentes y no tienen este concepto o categoría en sus legislaciones o políticas migratorias. En los últimos cinco años, como resultado de la crisis económica y financiera global, estos endurecieron aún más sus políticas de inmigración. Ese fue el caso de la Unión Europea, los Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia, entre otros. Pero el tema de los migrantes climáticos es secundario para estos países.
El 26 de junio de 2013, el presidente Obama, por primera vez en la historia de Estados Unidos, dio un discurso sobre las consecuencias del cambio climático y cómo reducir sus impactos. La Convención de Refugiados de Naciones Unidas tampoco reconoce a los migrantes climáticos; sin embargo, algunas convenciones de las Naciones Unidas —como la Declaración de Derechos Humanos de 1948 sobre el derecho a la libre determinación— permiten actuar de manera indirecta cuando su seguridad e integridad es amenazada. Además, en los ultimos años, surgieron los negacionistas del cambio climatico, liderados por los presidentes Donald Trump de EE.UU. y Jair Bolsonaro de Brasil.
En los lugares donde se produce migraciones ambientales, interactúan dos contextos geográficos: el lugar donde ocurre el impacto climático, que produce la migración compulsiva interna o internacional, y el lugar a donde se dirigirán estos migrantes ambientales.
En general, los destinos son centros urbanos, países vecinos ricos u otros que, en general, están en el hemisferio norte; o, en el caso de desplazamientos internos, campamentos. Los espacios donde se reasentará a la población experimentarán cambios demográficos, territoriales, económicos, sociales y ambientales, en particular en lo concerniente al acceso al agua. En algunos casos, se requerirán tratados internacionales sobre refugio o asilo. Para los migrantes ambientales permanentes —cuando ya no pueden retornar a sus países de origen, como es el caso de los atolones del Pacífico sur—, los países receptores o las ciudades del interior deberán proporcionar espacios de readaptación o reasentamiento de acuerdo al artículo 13 de la Declaración de Derechos Humanos de 1948.
Al respecto, Naciones Unidas debe asegurar los derechos de los migrantes climáticos y tratarlos como migrantes permanentes. El debate legal sobre ellos debe tomar en cuenta, con los derechos universales, la dignidad de cada persona, ya que los desplazados son compulsivamente empujados por los impactos del cambio climático, fenómeno que no se origina en su país ni por ellos. Además, a pesar de ser un hecho tangible y comprobado, no existe hasta el momento una definición consensuada sobre este. El desplazamiento humano no solamente es resultado de factores multicausales, sino que también impacta en la naturaleza, la ecología, la geografía y la población. Ahora se les llama de manera indirecta «migrantes climáticos», «refugiados ambientales», «migrantes ambientales compulsivos» o «migrantes ecológicos» y estas inconsistencias también se aplican a la migración convencional no voluntaria. Lo cierto es que estas definiciones persistirán dependiendo del autor, la teoría y las definiciones que dan los propios migrantes o los Estados; pero son necesarias más investigaciones al respecto para analizar las causas, los movimientos mismos y las consecuencias sobre las políticas públicas y privadas, para reducir sus riesgos y tomar acciones mediatas, inmediatas y de largo plazo.
Otra dificultad para analizar el tema emerge de la diversidad metodológica utilizada para llegar a las definiciones antes mencionadas, además de los instrumentos usados para tal fin, los medios empleados para obtener los datos en el campo, la diversidad documental preexistente y la bibliografía. Sin embargo, los datos estadísticos, las mediciones y el uso de tecnologías modernas —como Google, el sistema de información geográfica (GIS), las fotografías satelitales, etc.— contribuyen a crear estándares comunes. Ellos permiten ver que la migración ambiental —sea permanente, temporal o estacional— tiene sus propias causas, procesos y consecuencias, lo cual depende del país, la orografía, la ubicación en el hemisferio sur o norte y la variabilidad de la altitud y latitud. No obstante, un componente relativamente ausente en los estudios es el poblacional, ya que hay una relación directa entre la presión demográfica, los recursos y el medio ambiente.
En los últimos veinte años, las proyecciones de crecimiento demográfico no se cumplieron porque, en general, hay una tendencia a su estancamiento y, en algunos casos, decrecimiento. Esto sucede en los países ricos que, desde hace ochenta años, se encuentran en la cuarta fase de transición demográfica; es decir, hay menor cantidad de nacimientos, menor mortalidad infantil y la esperanza de vida es mayor. En el debate actual, hay tres tendencias marcadas con respecto al cambio climático: los catastrofistas1, los relativamente escépticos2 y los moderados3. La diferencia entre los dos primeros son las predicciones en el número de migrantes climáticos; pues, mientras los catastrofistas pronostican que para el año 2050 serán alrededor de mil millones de personas, para los relativamente escépticos serán solo 150 millones (OIM, 2011; Banco Mundial, 2010b). Los moderados —entre los que se cita a Stephen Castles (2012)—, por su parte, prefieren no dar cifras, porque argumentan que los movimientos, sus causas y los países donde ocurren, la presión demográfica, la gobernabilidad, la pobreza, los conflictos internos y lugares de acogida serán difíciles de predecir.
Entre los catastrofistas también podemos encontrar un gran número de organismos no gubernamentales, grupos y partidos políticos verdes, académicos universitarios y organismos nacionales e internacionales que defienden los derechos humanos, los derechos de los animales silvestres, etc.
Por su parte, entre los escépticos están las grandes empresas multinacionales de petróleo, gas y minerales; las empresas madereras; las compañías de procesamiento de carne, productos lácteos, frutas, cereales, etc. También