Preguntas frecuentes. Emiliano Campuzano
pronto, se me fue una nota cantando.
Sam se atacó de risa, yo tosí.
–Y por eso no canto —reí.
–Creo que sonaría mejor la canción de tu banda con tu voz.
Negué con la cabeza. Sam tomó el mástil de la guitarra.
–¿Puedo? —preguntó.
–Claro —respondí.
Sam empezó a tocar una canción clásica que no pude nombrar como si nada; no fallaba ni una nota y luego empezó a combinarlo con ritmos golpeando la guitarra. Después de como 40 segundos, falló una nota.
–Y por eso no toco —rio.
–No, no, eso fue… increíble —dije.
–Gracias, Kate.
–¿Dónde…?
–Tuve un buen maestro, pero no por mucho tiempo, además, no me gusta mucho.
–Tocas increíble, deberías tocar con nosotros.
–No me gusta, Kate. Además, disfruto ir a tus ensayos solo de vez en cuando.
De pronto sonó el timbre en la puerta. Sam gritó de emoción.
–¡Pizza!
Bajamos y le dije a Sam que la recibiera mientras yo ponía la mesa.
–Rápido, que tengo hambre —bromeó Sam.
–Ya está, ponla en la mesa, Samantha.
–Sam.
Nos sentamos y empezamos a devorar la pizza casi sin hablar, solo interrumpíamos para reírnos de lo ridículo que nos veíamos comiendo tanto y tan rápido.
–¿Entonces? —preguntó Sam.
–¿Entonces?
–Cuéntame más de ti, Kate.
–Ya te conté todo.
–No es cierto, siempre puedes conocer más a una persona —sonrió Sam.
–Vale, pregunta lo que quieras saber.
Sam torció la boca un segundo y luego sonrió.
–¿Te gusta alguien del colegio? —preguntó.
–No, nadie —respondí.
Pff, a veces me pregunto qué hubiera pasado si le hubiese sido sincero desde ese momento. O si hubiera sido menos idiota y hubiera captado las indirectas.
–¿Nadie? —preguntó de nuevo.
–No, no.
Quién sabe, quizá el resto del libro hubiera sido diferente.
–Casi pude jurar que te gustaba yo —bromeó Sam.
–Sueñas.
Aunque también fue culpa suya, claro que no bromeaba, sabía que me gustaba; era muy obvio. ¿No?
–¿A ti? —pregunté también.
–No, nadie —dijo Sam—. A ver, ¿cómo era Grace?
–¿Es en serio? —pregunté y me sobé el brazo.
–Sí, ¿no quieres hablar de eso? Está bien.
–No, sí, solo es… raro.
–¿Entonces…?
–Tenía cabello castaño y ojos color avellana.
–¿Qué más?
–Una nariz que parecía ser operada, pero realmente era natural, era más o menos alta, como yo.
–¿Yo soy alta?
–No, no mucho.
Reímos.
–Sigue.
–Era pálida, siempre lucía como si se hubiera levantado de un desmayo y se arreglaba mucho.
–Básicamente, casi lo opuesto a mí, ¿no? —preguntó Sam.
–Así es.
Idiota, idiota, idiota.
–Aunque apuesto a que no era ni la mitad de divertida que yo —dijo Sam.
–Eso sí —le sonreí y ella me sonrió de vuelta.
–Siempre estaba cansada y era muy enfermiza.
–¿Tenía algo?
–No, no que me haya dicho y duramos un rato. Aunque siempre sonreía, a pesar de que las cosas estuvieran mal.
–Las chicas cool solemos hacerlo.
–Imagino que sí. Le gustaba actuar, la música y era extremadamente religiosa.
–¿Cómo era contigo?
–Pues… linda, supongo. Me daba cartas y le gustaba mucho el cine como a mí; entonces siempre estábamos viendo películas.
–Suena bonito. Mis relaciones son un poco más pesadas.
–¿Por qué?
–Muchas bromas, muchas tonterías. Siempre estábamos buscando algo estúpido qué hacer.
–Suena genial.
–Meh. ¿Por qué terminaron?
–Hizo cosas que no debía.
Sam juntó su silla a la mía y me abrazó, me estaba acostumbrando a eso.
–Te quiero, Kate —dijo Sam.
–Guau, ¿eso de dónde salió?
Sam señaló su corazón.
–¿De tu pecho? —bromeé, ella me golpeó fuerte en el hombro, también me estaba acostumbrando a eso.
–De mi corazón, tarado —dijo—. Por cierto… ¿Dónde está tu baño?
–Al fondo del pasillo a la izquierda —contesté.
–Vuelvo, entonces.
–Vale.
Sam se paró, pero antes de que saliera de la cocina la detuve.
–¿Sam?
–Kate.
–También te quiero.
Sam sonrió y luego puso los ojos en blanco en broma, fue al baño que estaba al lado de la puerta principal.
Miré al refrigerador, había un imán con portarretratos que Grace le había dado a mi mamá, lo que ella no sabía es que tenía un pequeño grabado con nuestras iniciales. Negué con la cabeza para sacármela.
De pronto sonó el timbre y coincidió con que Sam salió del baño.
–Yo abro —dijo ella.
Me paré igual, pero antes de que pudiera voltear, Sam abrió la puerta y se sintió un silencio.
–¿Jace? —preguntó Sam, algo estaba mal.
Me acerqué a la puerta y ahí estaba. Un metro con setenta y cinco centímetros de altura, ojos avellana, un vestido color lila, una mascada alrededor de la cabeza y una sonrisa que ya conocía. Había invocado al diablo sin saberlo.
–¿Grace? —pregunté, sin creérmela aún.
–Hola, Jace —dijo Grace.
Me quedé helado, volteé a ver un segundo a Sam, estaba mirando hacia abajo, como… rara, igual que yo, tratando de analizar si realmente estábamos despiertos y eso estaba pasando en verdad.
–Pasa —la invité.
–Gracias —dijo Grace entrando a la casa—. ¿Es tu novia? Es muy linda —dijo refiriéndose a Sam.
–Prometida —corrigió Sam bromeando, pero aún sin mucho ánimo.
Asentí con la cabeza riendo un poco.
–No, soy… su mejor amiga. ¿No, Jace? —preguntó Sam.
–Sí.