Preguntas frecuentes. Emiliano Campuzano
de ella.
–«Te quiero».
Sonreí más, después me puse serio, era incómodo, pero cool también.
Chris terminó de mezclar la canción y aplicó una plantilla para masterizar, que es básicamente hacer que la canción suene fuerte y pro. O al menos así lo entendí.
Era casi la una de la mañana y escuchamos la canción de principio a fin; sí, la letra era un chiste, sí, sonaba como un Frankenstein creado con fragmentos de muchos estilos y bandas musicales, pero sonaba… Sonaba bien. Chris me mandó el archivo a mi correo y nos dormimos, él en su enorme cama y yo en el suelo, en un sleeping bag. Claro que sí, desconsiderado.
CAPITULO
7
—¿Ya leíste este? —preguntó Sam pasándome un libro desde el otro lado de la mesa.
–Mm, creo que no —dije, levantándome para tomarlo—. Acerca de: Sueños Perdidos.
–Está lindo, como siempre, muy deprimente, pero es bueno.
–Como toda la colección de «Preguntas frecuentes».
–Exactamente —dijo Sam.
–¿Es por lo de querer ser famoso? —pregunté.
–No, es solo para desalentarte —bromeó ella.
Sam se quitó las gafas y cerró el libro que estaba empezando. Yo estaba jugando juegos en mi celular.
–¿Has leído alguno de los libros que te he dado? —preguntó Sam.
–Claro —mentí.
–Ajá.
–En serio —reí.
Sam le dio la vuelta a la mesa y se sentó de mi lado, me miró con escepticismo.
–¿Cuál?
–Am… —pensé—. El del amor, el primero que leíste.
–He leído como tres de amor, Kate —Sam negó con la cabeza—. Y los tres te he dado.
Reí.
–Sam, es que tú lees uno en un día.
–Ay, Kate.
–No soy muy bueno en eso de leer.
–Es porque no lo intentas. Te apuesto a que te hará igual de feliz que tocar guitarra.
–No, solo no me gusta.
Sam suspiró.
–Leerás este.
Negué con la cabeza.
–No es pregunta, yo escuché tu canción, tú leerás el libro, Katherine.
–Jace —corregí
Sam se paró de la mesa y se acomodó el gorro.
–Ya es tarde.
–Son las 6 —contesté.
–¿Y si ya nos vamos? —preguntó Sam.
–Bueno.
Tomé el libro que me había dado Sam, ella tomó otro y salimos de la biblioteca.
–¿Te acompaño a tu casa? —preguntó Sam.
–No, no, estaré bien —contesté.
Sam rio, siempre que se reía de la nada, sabía que algo estaba tramando.
–De hecho, no solo te acompaño, dile a tu mamá que iré a cenar —dijo Sam.
–Estás bromeando —respondí.
Sam negó con la cabeza.
–Hablo en serio, es cortesía básica, Kate.
–Jace.
–En serio, has ido a mi casa muchas veces y yo a la tuya nunca —dijo Sam.
–Ah —suspiré—. Venga, es cierto.
Tomé el celular y le llamé a mi mamá.
–¿Puede ir Sam a cenar? —pregunté.
–¿Sam? —preguntó mi mamá.
–Sí, ya sabes… Sam.
–¿Es alguno de tus amigos?
–Mi mejor amiga.
Sam sonrió un poco.
–No sé, Jace; tenemos planes.
–¿Por favor?
–Íbamos a salir a cenar.
–Podemos pedir pizza.
–Está bien.
Colgué el teléfono y Sam levantó las cejas; yo asentí. Me abrazó.
Caminamos hacia mi casa y al llegar, Sam se puso de nuevo las gafas y se quitó el gorro para acomodarse el cabello.
–¿Qué haces? —pregunté.
–Arreglándome para conocer a tu mamá —contestó Sam.
–Okey, eso sí es raro —reí.
Mi mamá abrió la puerta, Sam volteó rápido.
–Mucho gusto, Sam —dijo mi mamá antes de que pudiera presentarla—. Soy Marie.
–Mucho gusto. Por fin puedo conocerla —mencionó Sam, se comportó educadamente y tranquila, como no acostumbraba.
–Pasen; Jace, pide una pizza —dijo mi mamá, yo asentí.
Nos sentamos en la sala y Sam puso los libros sobre la mesa de café, yo pedí una pizza de pepperoni.
–Hijo, veré a tu papá en el Olive’s; vuelvo al rato. ¿Está bien?
–O podrías llevarnos… —dije en voz baja.
–¿Qué? —preguntó mi mamá.
–No, nada, está bien.
–Regresamos pronto. Sam, no te quedes muy tarde, Jace tiene que estudiar —dijo mi mamá.
Sam asintió y mi mamá salió.
–Perdón, Sam; por eso no te había traído antes, siempre es así.
–Hey, está bien —Sam rio—. No lo dijo con mala intención.
–Pues, esta es mi casa —dije.
–Es linda —comentó Sam—. ¿Dónde practicas guitarra?
–En mi cuarto.
Sam se paró para ir.
–Oh —la detuve—. Pero no me dejan subir chicas.
Sam se rio.
–Pero, claro, no están mis papás —reaccioné riendo—. Solo que está hecho un desastre.
–Es el cuarto de un chico, tiene que ser así.
–¿Conoces muchos?
Sam me golpeó el hombro y abrió la boca sorprendida.
–Eso fue grosero, Katherine.
–No, lo siento, no quería…
–Ahora deberás escribirme dos canciones.
Suspiré.
–Vamos —dije.
Sam y yo subimos a mi cuarto que, en efecto, estaba hecho un desastre monumental. Tomé mi guitarra.
–¿Qué me vas a cantar? —preguntó Sam.
–Realmente no canto mucho.
–Ay, apuesto a que sí.
–No, en serio.
Sam se sentó en mi cama y recargó la cabeza en sus manos.
–Anda, Kate.
Lo pensé dos veces y me senté junto a ella. Al menos ahí no había nadie más que escuchara además de ella.
–¿Te