El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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dotado de tacto y delicadeza, que conozca el sabor de las palabras antes de pronunciarlas, y cuya experiencia te sea conocida. Y le encargarás que emplee toda su persuasión en lograr que el padre te dé la joven. Y te casarás con ella, para seguir las palabras de nuestro Profeta bendito, ¡sean con él la paz y la plegaria! que dijo: "¡Los hombres que se llamen castos deben ser desterrados del Islam! ¡Son unos corruptores! ¡Nada de celibato en el Islam!" ¡Y en verdad, esta princesa es el único partido para ti, porque es la pedrería más hermosa de toda la tierra, aquende y allende!"

      Al oír estas palabras, sintió el rey Soleimán-Schah que se le ensanchaba el corazón, y dijo al visir: "¿Qué hombre sabrá realizar mejor que tú esa misión tan delicada? Tú serás quien vaya a arreglar eso, tú solo, que estás lleno de sabiduría y cortesía.

      Levántate, pues, y corre a despedirte de los de tu casa, despacha en seguida los asuntos pendientes, y ve a la Ciudad Blanca a pedir para mí la mano de la hija de Zahr-Schah, pues he aquí que mi corazón y mi juicio están muy atormentados con eso y se preocupan mucho". El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!"

      Y se apresuró a despachar lo que tenía que despachar, y a abrazar a aquellos a quienes tenía que abrazar, y se puso a hacer todos los preparativos de la marcha. Llevó toda clase de regalos que pudiesen satisfacer a los reyes: joyas, orfebrería, alfombras de seda, telas preciosas, perfumes, esencia de rosas completamente pura, y todas las cosas ligeras de peso, pero pesadas en cuanto a precio y valor. Llevó también diez hermosos caballos de las razas más puras de Arabia; y muy ricas armas nieladas de oro, con empuñaduras incrustadas de rubíes; y también armaduras ligeras de acero y cotas de malla doradas. Todo esto sin contar unos grandes cajones cargados de cosas suntuosas y también de cosas agradables al paladar, como conservas de rosas, albaricoques laminados en hojas, dulces secos perfumados, pastas de almendras aromadas con benjuí de las islas cálidas, y mil golosinas capaces de disponer favorablemente a las jóvenes. Mandó cargar todos estos cajones en mulos y camellos, y llevó cien mamalik, cien negros jóvenes y cien muchachas, que al regreso formarían el séquito de la novia. Y cuando el visir se puso a la cabeza de la caravana, y se desplegaron las banderas para dar la señal de marcha, se presentó el rey Soleimán para decirle: "Cuida de no volver sin la joven, y ven cuanto antes, porque me abraso".

      Y el visir respondió: "Escucho y obedezco".

      Y partió con toda su caravana, y caminó de día y de noche, atravesando montañas, valles, ríos y torrentes, llanuras desiertas y llanuras fértiles, hasta que estuvo a una jornada de la Ciudad Blanca.

      Entonces se detuvo a descansar a orillas de un arroyo, y envió a un correo para que anunciase su llegada al rey Zahr-Schah.

      Ahora bien; en el momento en que el correo llegó a las puertas de la ciudad, y cuando iba a penetrar en ella, le vió el rey Zahr-Schah, que tomaba el fresco en uno de sus jardines, le mandó llamar y le preguntó quién era. Y el correo dijo: "¡Soy el enviado del visir tal, acampado a orillas de tal río, que viene a visitarte de parte de nuestro rey Soleimán, señor de la Ciudad-Verde. y de las montañas de Ispahán!"

      Al enterarse de esta noticia, el rey ZahrSchah quedó en extremo encantado, y mandó ofrecer refrescos al correo del visir, y dió a sus emires la orden de ir al encuentro del gran enviado del rey Soleimán-Schah, cuya soberanía era respetada hasta en los países más remotos, y en el mismo territorio de la Ciudad Blanca. Y el correo besó la tierra entre las manos del rey Zahr-Schah, diciéndole:

      "Mañana llegará el visir. Y ahora, ¡que Alah te siga otorgando sus altos favores, y tenga a tus difuntos padres en su gracia y misericordia!" Eso en cuanto a éstos.

      Pero en cuanto al visir del rey Soleimán, estuvo descansando a orillas del río hasta medianoche. Después se volvió a poner en marcha, y al salir el sol estaba a las puertas de la ciudad.

      En ese momento se detuvo un instante para satisfacer una apremiante necesidad. Y cuando hubo terminado, vió venir a su encuentro al gran visir del rey Zahr-Schah con los chambelanes y grandes del reino, y los emires, y los notables. Entonces se apresuró a entregar a uno de sus esclavos el jarro que acababa de usar para hacer sus abluciones, y volvió a subir apresuradamente a caballo. Y habiéndose dirigido unos a otros los saludos acostumbrados, entraron en la Ciudad Blanca. Al llegar frente al palacio del rey, se apeó el visir, y guiado por el gran chambelán penetró en el salón del trono.

      En este salón vió un alto y blanco trono de mármol transparente, incrustado de perlas y pedrería, y sostenido por cuatro pies muy elevados, formados cada uno por un colmillo completo de elefante. Encima del trono había un ancho almohadón de raso verde, bordado con lentejuelas doradas y adornado con flecos y borlas de oro. Y encima de este trono había un dosel, que centelleaba con sus incrustaciones de oro, piedras preciosas y marfil. Y en tal trono estaba sentado el rey Zahr-Schah…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta según su costumbre, se calló.

       PERO CUANDO LLEGO LA 108ª NOCHE

      Ella dijo:

      Y sobre el tal trono estaba sentado el rey Zahr-Schah, rodeado de los principales personajes del reino y de los guardias que inmóviles aguardaban sus mandatos.

      El visir sintió entonces que la inspiración iluminaba su espíritu y que la elocuencia le desataba la lengua en palabras sabrosas. Y con un donoso ademán, se volvió hacia el rey e improvisó estas estrofas en honor suyo:

      Al verte, me ha abandonado mi corazón para volar hacia ti,!y hasta el sueño ha huído de mis ojos, dejándome entregado a mis torturas! ¡Oh corazón mío, ya que estás con él, quédate donde estás! ¡Te abandono a él aunque seas lo que más quiero y lo que más necesito! ¡Ningún descanso más agradable a mis oídos que la voz de aquellos que saben cantar las alabanzas de ZahrSchah, rey de todos los corazones!

      Y después de haberle mirado, auque sea una vez, con eso sería rico para siempre. ¡Oh todos vosotros los que rodeáis a este rey tan magnífico! Sabed que si alguno dijera que conocía a un rey superior a Zarh-Schah, mentiría y no sería un verdadero creyente.

      Y habiendo acabado de recitar este poema, el visir se calló, sin decir nada más. Entonces el rey Zahr-Schah le mandó acercarse al trono, y le hizo sentar a su lado, y le sonrió cariñoso, y conversó con él afablemente durante un buen rato, demostrándole su amistad v su simpatía. Después mandó poner la mesa en honor del visir, y todo el mundo se sentó a comer y beber hasta saciarse.

      Entonces quiso el rey quedarse solo con el visir, y todos salieron, excepto los principales chambelanes y el gran visir del reino.

      Y el visir del rey Soleimán se puso de pie, se inclinó ceremoniosamente, y dijo: "¡Oh gran rey, lleno de munificencia! ¡Vengo hacia ti para un asunto cuyo resultado para todos nosotros estará lleno de bendiciones, de frutos dichosos y de prosperidad! El objeto de mi misión es pedirte en matrimonio tu hija, llena de estimación y gracia, de nobleza y modestia, para mi señor y corona sobre mi cabeza, el rey Soleimán-Schah, sultán glorioso de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán. Y a este efecto, vengo hacia ti trayendo ricos regalos y cosas suntuosas, para demostrarte el entusiasmo con que desea mi señor poder llamarte su suegro. Quisiera saber de tu boca si compartes igualmente ese deseo, y si le quieres otorgar el objeto de sus ansiedades".

      Cuando el rey Zahr-Schah oyó este discurso del visir, se levantó y se inclinó hasta el suelo. Y los chambelanes y los emires llegaron hasta el límite del asombro al ver al rey manifestar tanto respeto a un simple visir. Pero el rey siguió de pie delante del visir, y le dijo: "¡Oh visir, dotado de tacto, de sabiduría, de elocuencia y de grandeza! escucha lo que voy a decirte: ¡Me considero como un simple súbdito del rey Soleimán-Schah, y me parece el mayor honor poderme contar entre los miembros de su familia! ¡De modo que mi hija ya no es en adelante más que una esclava entre sus esclavas, y desde este mismo instante es su cosa y su propiedad! ¡Y tal es mi respuesta a la demanda del rey Soleimán-Schah, soberano de todos nosotros, señor de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán!".

      E


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