El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
pechos y el ombligo.
Pero un día que estaban a punto de besarse se precipitó en la tienda el terrible beduíno, y los sorprendió en aquella postura.
Y sacó del cinturón un cuchillo tan ancho que de un solo golpe podía rebanar la cabeza de un camello, de una a otra yugular. Y agarró a mi hermano, empezó por cortarle los dos labios, metiéndoselos en la boca, y le dijo:
"¡Miserable! ¿Cómo te atreviste a seducir a mi esposa?" Y empuñando el zib de mi hermano se lo cortó de un golpe y luego los compañones. En seguida, arrastrándolo por los pies, lo echó sobre un camello, lo llevó a lo alto de una montaña, lo tiró al suelo y se marchó para seguir su camino.
Como la tal montaña está situada en el camino por donde van los peregrinos, algunos de estos peregrinos, que eran de Bagdad, hallaron a Schakalik; y al reconocer al chistosísimo Tarro hendido, que tanto los había hecho reír, vinieron a avisarme, después de haberle dado de comer y beber.
Y fui en su busca, ¡oh Emir de los Creyentes! me lo eché a cuestas, lo traje a Bagdad, y luego de curarle, le he dado con qué mantenerse mientras viva.
He aquí en pocas palabras, ¡oh Príncipe de los Creyentes! la historia de mis seis hermanos, que habría podido contarte con más detenimiento. Pero he preferido no abusar de tu paciencia, probando de este modo lo poco charlatán que soy, y que además de hermano de mis hermanos podría llamarme su padre, y que el mérito de ellos desaparece al presentarme yo, apellidado el Samet.
Y el califa Montasser Billah se echó a reír a carcajadas y me dijo:
"Efectivamente, ¡oh Samet! hablas bien poco, y nadie podrá acusarte de indiscreción, ni de curiosidad, ni de malas cualidades. Pero tengo mis motivos para exigir que inmediatamente salgas de Bagdad y te vayas a otra parte. Y sobre todo, date prisa". Y así me desterró el califa, tan injustamente, sin explicarme la causa de aquel castigo.
Entonces, ¡oh mis señores! empecé a viajar por todos los climas y todos los países, hasta que supe el fallecimiento de Montaser Billah y el reinado de su sucesor el califa El Mostasen.
Volví a Bagdad enseguida, pero me encontré con que todos mis hermanos habían muerto. Y entonces ese joven que se acaba de marchar tan descortésmente me llamó a su casa para que le afeitase la cabeza. Y contra todo lo que ha dicho puedo aseguraros, ¡oh mis señores! que le hice un grandísimo favor, y a no ser por mi ayuda, probable es que el kadí, padre de la joven, lo hubiese mandado matar. De modo que todo lo que ha dicho es una calumnia, y cuanto ha contado sobre mi supuesta curiosidad, indiscreción, charlatanería y falta de tacto es falso absolutamente, ¡oh vosotros cuantos aquí estáis!"
Tal es, ¡oh rey afortunado! prosiguió Schehrazada, la historia en siete partes que el sastre de la China refirió al rey.
Y después añadió: "Cuando el barbero Samet hubo terminado su historia, no necesitamos oír más para convencernos de que era realmente el charlatán más extraordinario y el rapista más indiscreto de toda la tierra. Y quedamos persuadidos de que el joven cojo de Bagdad había sido la víctima de su insoportable indiscreción.
Entonces, aunque sus historias nos habían hecho pasar un buen rato, acordamos castigarle. Y nos apoderamos de él, a pesar de sus chillidos, y lo encerramos en un cuarto oscuro lleno de ratas. Y los demás seguimos comiendo, bebiendo y disfrutando hasta que llegó la hora de la plegaria. Y entonces nos retiramos, y yo fui en busca de mi esposa.
Pero al llegar a mi casa encontré a mi mujer de muy mal humor, y me dijo: "¿Te parece bien dejarme sola mientras andas de diversión con tus amigos? Si no me sacas enseguida a pasear, me presentaré al walí para entablar la demanda de divorcio".
Y como soy enemigo de disturbios conyugales, quise que hubiera paz, y a pesar del cansancio salí a pasear con mi mujer. Y anduvimos recorriendo calles y jardines hasta la puesta del sol.
Y
cuando regresábamos a casa encontramos por casualidad a ese jorobeta que se hallaba a tu servicio, ¡oh rey poderoso y magnánimo!
Y
el jorobado estaba borracho completamente, diciendo chistes a cuantos le rodeaban, y recitó estos versos: ¡ No sé si elegir la copa transparente y coloreada o el vino sutil y purpurino! ¡Porque la copa es como el vino sutil y purpurino, y el vino es como la copa coloreada y transparente!
Y se interrumpía para embromar a los transeúntes o para danzar, golpeando la pandereta. Y yo y mi mujer supusimos que sería para nosotros un agradable comensal, y le convidamos a comer con nosotros. Y juntos comimos, y mi esposa se quedó con nosotros, pues no creía que la presencia de un jorobado fuese como la de un hombre regular, pues de no pensarlo así no habría comido delante de un extraño.
Entonces fué cuando a mi esposa se le ocurrió bromear con el jorobeta y meterle en la boca la comida que lo ahogó.
Y en seguida, ¡oh rey poderoso! cogimos el cadáver del jorobeta y lo dejamos en la casa del médico judío que está presente. Y a su vez el médico judío lo dejó en la casa del intendente, que hizo responsable al corredor copto.
Y tal es, ¡oh rey generoso! la más extraordinaria de las historias que te hayan referido. Y esta historia del barbero y sus hermanos es, con seguridad, más sorprendente que la del jorobado".
Cuando el sastre hubo acabado de hablar, el rey de la China dijo: "He de confesar que es muy interesante esa historia, y acaso más sugestiva que la del pobre jorobeta.
Pero ¿dónde está ese asombroso barbero?
Quiero verle y oírle antes de adoptar mi decisión respecto a vosotros cuatro.
Después enterraremos a nuestro jorobeta.
Y le erigiremos un buen sepulcro por lo mucho que me divirtió en vida, y aun después de muerto, pues me ha dado ocasión de oír la historia del joven cojo, la del barbero con sus seis hermanos y las otras tres historias".
Y dicho esto, el rey mandó a sus chambelanes que se fuesen con el sastre a buscar al barbero. Y una hora después, el sastre y los chambelanes, que habían ido a sacar al barbero del cuarto oscuro, lo trajeron al palacio y se lo presentaron al rey.
El rey examinó al barbero, y vio que era un anciano jeique lo menos de noventa años, de cara muy negra, barbas muy blancas, lo mismo que las cejas, orejas colgantes y agujereadas, narices de pasmosa longitud y aspecto lleno de presunción y altanería.
Al verlo, el rey de la China se echó a reír ruidosamente y le dijo: "¡Oh silencioso! Me han dicho que sabes contar historias admirables y llenas de maravilla.
Quisiera oírte algunas de las que sabes referir tan bien". El barbero contestó: "¡Oh rey del tiempo! no te han engañado al ponderarte mis cualidades, pero en primer lugar desearía saber lo que hacen aquí, reunidos, ese corredor nazareno, ese judío, ese musulmán, y ese jorobeta muerto, tumbado en el suelo. ¿De dónde procede esta extraña reunión?"
Y el rey de la China se rió mucho y replicó:
"¿Y por qué me interrogas respecto a gente que te es desconocida?"
El barbero dijo: "Pregunto solamente para demostrar a mi rey que no soy un charlatán indiscreto, que no me ocupo nunca en lo que no me importa, y que soy inocente de las calumnias que me dirigen, como la de llamarme hablador y lo demás. Sabe, por lo tanto, que soy digno de ostentar el sobrenombre de Silencioso, pues el poeta dijo:
Cuando tus ojos vean a una persona con un sobrenombre, sabe que, como indagues bien, siempre acabará por surgir el sentido del sobrenombre.
Entonces dijo el rey: "Mucho me agrada este barbero. Voy a contarle la historia del jorobado, y luego las relatadas por el nazareno, el judío, el intendente y el sastre".
Y el rey refirió al barbero todas las historias, sin omitir una particularidad.
Pero no es necesario repetirlas.
Cuando el barbero hubo oído las historias y supo la causa de la muerte del jorobado, empezó a menear gravemente la cabeza, y exclamó: