El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
AlíNur, buscó a su madre para besarle la mano, como todos los días, y como no la encontrara en su habitación, la fué buscando por todas las demás, hasta que llegó frente a la puerta de aquella en que estaba encerrada DulceAmiga. Y vió a las dos esclavas que guardaban la puerta, y las dos esclavas le sonrieron, porque era muy gentil, y le adoraban en secreto. Pero asombrado al ver aquella puerta tan bien guardada, les dijo: "¿Está ahí mi madre?" Y las esclavas, intentando rechazarle, le contestaron: "¡Oh, no, amo AlíNur, no está ahí nuestra ama! ¡No está ahí! ¡Ha ido al hammam! ¡Está en el hammam, amo Alí Nur!" Y les dijo: "Pues entonces, ¿qué hacéis aquí, corderas? Apartaos para que pueda descansar". Y ellas replicaron: "¡No entres, oh AlíNur, no entres ahí! ¡Ahí sólo está nuestra ama joven DulceAmiga!" AlíNur exclamó:
"¿Qué DulceAmiga?" Y ellas contestaron: "La hermosa, DulceAmiga que tu padre y amo nuestro el visir Fadleddin ha comprado en diez mil dinares para el sultán. Acaba de salir del hammam y está desnuda, sin más ropa que la sábana del baño. ¡No entres, oh Alí Nur, no entres! podría enfriarse, y nuestra ama nos pegaría. ¡No entres, oh AlíNur!"
Entretanto,
DulceAmiga oía estas palabras desde su habitación, y pensaba:
"¡Por Alah! ¿Cómo será ese joven AlíNur, cuyas hazañas me ha enumerado su padre el visir? ¿Cómo será ese mancebo que no ha dejado en el barrio doncella intacta ni mujer sin ataque? ¡Por Alah, que desearía verle!"
Y no pudiendo aguantarse, se puso de pie, y perfumada aún con todos los aromas del hammam, llena de frescura. con los poros abiertos a la vida, se acercó a la puerta, la entreabrió poco a poco y se puso a mirar. Y vió a AlíNur. Y le pareció como la luna llena.
Y sólo con mirarle le sacudió la emoción y se estremeció toda su carne.
Y al mismo tiempo, AlíNur había tenido ocasión de mirar por la puerta. entreabierta, apreciando toda la hermosura de Dulce Amiga.
Y arrebatado por el deseo, dió tal grito y sacudió tan fuertemente e a las dos esclavas, que llorando huyeron de entre sus manos, refugiándose en la habitación contigua, y desde allí se pusieron a mirar, pues AlíNur no se había tomado el trabajo de cerrar la puerta después de haber llegado junto a DulceAmiga. Y así vieron todo lo que ocurrió.
Y efectivamente, AlíNur avanzó hacia donce estaba DulceAmiga, que, aturdida, se había dejado caer en el diván, y le aguardaba desnuda, toda temblorosa y con los ojos muy abiertos. Y AlíNur, llevándose la mano al corazón, se inclinó ante DulceAmiga, y le dijo: "¡Oh DulceAmiga! ¿Eres tú la que ha comprado mi padre en diez mil dinares de oro? ¿Te pesaron acaso en el otro platillo para contrastar bien tu verdadero valor? ¡Oh DulceAmiga! ¡Eres más hermosa que el oro fundido, tu cabellera más abundante que la de una leona del desierto y tus pechos más frescos y más suaves que el musgo de los arroyos!"
Ella contestó: "AlíNur, ante mis ojos asombrados apareces más poderoso que el león del desierto; ante mi carne que te desea, más fuerte que el leopardo, y ante mis labios que palidecen, más rasgador que el duro acero. ¡AlíNur, mi sultán!"
Y ebrio AlíNur, se precipitó sobre Dulce Amiga. Y las dos esclavas se asombraron al ver todo esto desde fuera. Pues aquello era para ellas muy extraño, y no lo comprendían.
Porque AlíNur, después de cambiar ruidosos besos con DulceAmiga, se apoderó de sus piernas y penetró en la casa de la misericordia. Y DulceAmiga le rodeó con sus brazos, y durante algún tiempo sólo hubo besos, contorsiones y elocuencia sin palabras.
Entonces las dos siervas quedaron sobrecogidas de terror. Y gritando, huyeron espantadas, yendo a refugiarse en el hammam, cuando precisamente salía del baño la madre de AlíNur, humedecida por el sudor que le corría por el cuerpo. Y les dijo a las esclavas: "¿Qué os pasa para chillar y correr de este modo, hijas mías?" Y ellas clamaban: "¡Oh señora, oh señora!" Y ella insistió: "¿Pero qué ocurre, desdichadas?"
Y ellas, llorando, dijeron: "Oh señora, he aquí que nuestro joven amo AlíNur ha empezado a darnos golpes y nos ha echado!
Y luego le vimos entrar en la habitación de nuestra ama DulceAmiga y él gustó su lengua y ella también. Y no sabemos qué le haría después, porque ella suspiraba mucho, y él también suspiraba encima de ella. ¡Y estamos aterradas por todo eso!
Entonces, la esposa del visir, aunque iba calzada con los altos zuecos de madera que se gastan para el baño, echó a correr a pesar de su avanzada edad, seguida por todas sus doncellas, y llegó a la habitación de Dulce Amiga, precisamente cuando AlíNur, habiendo oído los gritos de las esclavas, había huido más que aprisa, una vez terminada la cosa.
Y la mujer del visir, pálida de emoción, se acercó a DulceAmiga y le dijo: "¿Qué es lo que ha ocurrido?" Y DulceAmiga repitió las palabras que AlíNur le había enseñado: "¡Oh mi señora! Mientras estaba descansando del baño, echada en el diván, entró un joven a quien nunca he visto. Y era muy hermoso, ¡oh señora! y hasta se te parecía en los ojos y en las cejas.
Y me dijo: "¿Eres tú, DulceAmiga, la que ha comprado mi padre en diez mil dinares?"
Y vo le contesté: "Sí; soy DulceAmiga, comprada por el visir en diez mil dinares, pero estoy destinada al sultán Mohammad benSoleimán ElZeiní".
Y el joven, riéndose replicó: "¡No lo creas, oh DulceAmiga! acaso haya tenido mi padre esa intención, pero ha cambiado de parecer y te ha destinado toda para mí". Entonces, ¡oh señora! a fuer de esclava sumisa desde mi nacimiento, hube de obedecer. Además, creo haber hecho bien, pues prefiero ser esclava de tu hijo AlíNur, ¡oh mi señora! que convertirme en esposa del mismo califa que reina en Bagdad".
La madre de AlíNur contestó: "¡Ah, hija mía, qué desdicha para todos nosotros! Mi hijo AlíNur es un gran malvado, y te engañó. Pero dime, hija mía, ¿qué ha hecho contigo?" DulceAmiga respondió: "Me rendí a su voluntad, y él se apoderó de mí y nos enlazamos". Y la mujer del visir dijo: "¿Pero te ha poseído por completo?"
Y replicó DulceAmiga: "Ciertamente, y hasta tres veces. ¡oh madre mía!" Al oír esto la madre de AlíNur, dijo: "¡Oh hija mía! ¡Cómo te ha destrozado!" Y empezó a llorar y a abofetearse, y todas sus esclavas lloraban lo mismo, y clamaban: "¡Qué calamidad, qué calamidad!"
Porque en el fondo lo que aterraba a la madre de AlíNur y a las doncellas de la madre de AlíNur, era el temor que les inspiraba el padre de AlíNur.
En efecto, el visir, aunque bueno y generoso, no podía tolerar aquella usurpación, sobre todo tratándose de cosa del rey, pudiendo ponerse en tela de juicio el honor y el comportamiento del visir. Y en el arrebato de su ira era capaz de matar a su hijo AlíNur, al cual lloraban todas aquellas mujeres, considerándole perdido para su amor y su afecto.
Y entonces entró el visir Fadleddin y vió a todas las mujeres llorando, llenas de desolación. Y preguntó: "¡Pero qué os ocurre, hijas mías?" Y la madre dé AlíNur se secó los ojos y dijo: "¡Oh esposo mío! Empieza por jurarme por la vida de nuestro profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) que has de conformarte de todo punto con lo que te diga, si no, moriré antes que hablar".
Juró el visir, y. su mujer le contó el supuesto engaño de AlíNur y la irremediable pérdida de la virginidad de DulceAmiga.
AlíNur había hecho pasar muy malos ratos a sus padres, pero Fadleddin, al enterarse de su reciente fechoría, quedó aterrado, se desgarró las vestiduras, se dió de puñetazos en la cara, se mordió las manos, se mesó las barbas y tiró por los aires el turbante.
Entonces su esposa trató de consolarle, y le dijo: "No te aflijas de ese modo, pues los diez mil dinares te los restituiré por completo sacándolos de mi peculio y vendiendo parte de mis pedrerías". Pero el visir Fadleddin exclamó: "¿Qué piensas?, ¡oh mi señora! ¿Se te figura que lamento la pérdida de ese dinero, que para nada necesito?
Lo que me aflige es la mancha que ha caído en mi honor y la probable pérdida de mi vida". Y su esposa dijo: "En realidad, nada se ha perdido, pues el rey ignora hasta la existencia de DulceAmiga, y con mayor razón la pérdida