El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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ni gigante! ¡Y Jamás ha habido rey, imperio ni profeta que haya podido desafiar la ley de la muerte!

      Después prosiguió de este modo: "¡Oh hijo mío! No me queda ahora más que encargarte una cosa: que cifres tu fuerza en Alah, no pierdas nunca de vista los fines primordiales del hombre, y sobre todo, que cuides mucho de nuestra hija y esposa tuya DulceAmiga".

      Entonces contestó AlíNur: "¡Oh padre mío! ¿Cómo es posible que nos dejes?

      Desaparecido tú de la tierra ¿qué nos quedará? Eres famoso por tus beneficios, y los oradores sagrados citan tu nombre desde el púlpito de nuestras mezquitas el santo día del viernes para bendecirte y desearte larga vida".

      Y Fadleddin dijo: "¡Oh hijo mío! sólo ruego a Alah que me reciba y no me rechace".

      Después pronunció en voz alta los dos actos de fe de nuestra religión: "¡Juro que no hay más Dios que Alah! ¡Juro que Mahomed es el profeta de Alah!" Y luego exhaló el último suspiro, y quedó inscripto para siempre entre los elegidos bienaventurados.

      Y en seguida todo el palacio se llenó de gritos y lamentos. Llegó la noticia al sultán, y toda la ciudad de Bassra supo el fallecimiento del visir Fadleddin benKhacán. Y todos los habitantes lo lloraban, sin exceptuar a los niños de las escuelas. Por su parte, AlíNur, a pesar de su abatimiento, nada escatimó para hacer unos funerales dignos de la memoria de su padre. Y a estos funerales asistieron todos los emires y visires, incluso el malvado BenSauí, que, como los demás, tuvo que ayudar a transportar el féretro. También concurrieron los altos dignatarios, los grandes del reino, y todos los habitantes de Bassra, sin excepción. Y al salir de la casa mortuoria, el jeique principal, que dirigía los funerales, recitó en honor del muerto las siguientes estancias: ¡Al hombre encargado de recoger sus despojos mortales le dijo: Obedece mis órdenes, pues sabe que en vida atendió a mis consejos! ¡Si te place, haz correr por encima de él el agua lustral; pero cuida de regar su cuerpo con las lágrimas vertidas por los ojos de la Gloria, de la Gloria que llora! ¡Aparta de él los bálsamos mortuorios y los aromas! ¡Sírvete más bien para embalsamarle de los perfumes de sus beneficios y del suave olor de sus buenas acciones! ¡Bajen del cielo los ángeles gloriosos para rendirle homenaje y llevar sus mortales despojos, dejando correr el llanto! ¡Es inútil cansar con el peso de su ataúd los hombros de los portadores, pues los hombros de todos los humanos están rendidos por el peso de sus beneficios y por la carga del bien que les echó encima cuando vivía!

      AlíNur, después de los funerales, guardó prolongado luto y estuvo encerrado mucho en su casa, negándose a ver a nadie y a ser visto, y así permaneció entregado a su aflicción. Pero un día entre los días, estando sentado, lleno de dolor, oyó llamar a la puerta, se levantó a abrir, y vió entrar a un joven de su edad, hijo de uno de los antiguos amigos y comensales de su difunto padre.

      Y este joven besó la mano a AlíNur, y le dijo: "¡Oh mi señor y dueño! todo humano, aunque perezca, vive en sus descendientes, y tú tienes que ser el hijo ilustre de tu padre; por lo tanto, no debes afligirte eternamente, ni olvidar las santas palabras del señor de los antiguos y modernos, nuestro profeta Mahomed (¡la plegaria y la paz de Alah sean con él!), que dijo: "Cura tu alma, y no guardes más luto a la criatura".

      Nada pudo contestar AlíNur, y resolvió en seguida poner término a su aflicción, por lo menos exteriormente. Se levantó, fué a la sala de reuniones y mandó que llevasen a ella todo lo necesario para recibir dignamente a los visitantes. Y desde aquel momento abrió las puertas de su casa y empezó a recibir a todos sus amigos, viejos y jóvenes. Pero tomó particular afecto a diez jóvenes, que eran hijos de los principales mercaderes de Bassra. Y pasaba el tiempo en su compañía, entre diversiones y festines. Y a todo el mundo regalaba objetos de valor, y en cuanto le visitaba alguien, daba en seguida una fiesta en honor suyo. Pero todo lo hacía con tal prodigalidad, a pesar de las prudentes advertencias de DulceAmiga, que su administrador, asustado de aquel procedimiento, se le presentó un día y le dijo:

      "¡Oh mi señor y dueño! ¿no sabes que es perjudicial la excesiva generosidad, y que los regalos harto numerososacaban con las riquezas? Recuerda que el que 'a sin contar se empobrece. Ya lo expuso el poeta, que expresó la verdad cuando dijo: ¡Mi dinero! ¡Lo conservo cuidadosamente, y en vez de derrocharlo, lo convierto en barras fundidas; el dinero es mi espada y es también mi escudo! ¡Dárselo a mis enemigos, a mis peores enemigos, sería una locura! ¡Entre los hombres equivale obrar así a transformar la felicidad en infortunio! ¡Pues mis enemigos se apresurarán a comérselo y bebérselo alegremente, y no pensarán en dar una limosna al necesitado! ¡Por eso hago bien ocultando mi dinero al perverso que no sabe compadecer los males de sus semejantes! ¡Conservaré mi dinero! ¡Desdichado del pobre que pide una limosna, lleno de sed, como el camello apartado del abrevadero durante cinco días! ¡Su alma llegará a ser más vil que la misma alma del perro! ¡Oh! ¡Desgraciado del hombre sin dinero y sin recursos, aunque sea el más sabio de los sabios y sus méritos resplandezcan más que el sol!"

      Oídos estos versos, AlíNur miró a su administrador, y le dijo: "Tus palabras no han de influir en mí para nada. Sabe de una vez para siempre esto que te voy a decir: Cuando hechas tus cuentas resulte que aun me quede dinero para el desayuno, procura no molestarme con la preocupación de la cena.

      Porque tiene razón el poeta cuando dice:

      Si algún día me viese abandonado por la fortuna y rendido a la pobreza, ¿que haría yo? ¡Pués precisamente, privarme de mis placeres y no mover ni brazos ni piernas! ¡Desafío a todo el mundo a que me presente un avaro que haya merecido alabanzas por su avaricia, y también lo reto a que me enseñe un pródigo que haya muerto a causa de su prodigalidad"

      Al oír estos versos, el administrador no podía hacer más que retirarse, saludando respetuosamente a su amo, para ir a ocuparse en sus asuntos.

      En cuanto a AlíNur, ya no supo reprimir desde aquel día su generosidad, que le incitaba a dar cuanto poseía, regalándolo a sus amigos y hasta a los extraños. Bastaba que cualquier convidado exclamase: "¡Qué bonita es tal cosa!", para que inmediatamente le contestara: "Tuya es".

      Si otro decía: "¡Oh mi querido señor, qué hermosa es esta finca!", inmediatamente le replicaba AlíNur: "Voy a mandar que la inscriban ahora mismo a tu nombre". Y mandaba traer el cálamo, el tintero de cobre y el papel, e inscribía la casa a nombre del amigo, sellando el documento con su propio sello.

      Y así durante todo un año; y por la mañana daba un banquete, a todos sus amigos, y por la tarde les ofrecía otro, al son de los instrumentos, amenizándolo los mejores cantantes y las danzarinas más notables.

      Y ya no hacía caso de las advertencias de DulceAmiga, y hasta llegó a tenerla olvidada; pero ella no se quejaba nunca y se consolaba con la lectura de los libros de los poetas.

      Un día que AlíNur entró en su gabinete, le dijo: "¡Oh luz de mis ojos! escucha estas estrofas: !Cuanto más bien se hace, más firme aparece la ventura de la vida, pero hay que temer los ciegos golpes del Destino! ¡La noche se hizo para el sueño y el descanso; la noche es la salvación del alma, pero tú derrochas locamente esas horas reparadoras, y no ha de asombrarte que una mañana te sorprenda súbitamente la desdicha!"

      Y apenas acababa de recitar estos versos, se oyó llamar a la puerta. Y AlíNur, saliendo del gabinete, fué a abrir, y se encontró con el administrador al que condujo a una habitación contigua a la sala de reuniones, donde estaban varios amigos de AlíNur, que apenas se separaban de él. Y AlíNur preguntó a su administrador: "¿Qué ocurre para que pongas esa cara tan triste?"

      Y el otro dijo: "¡Oh mi señor! ¡Ya ha llegado lo que tanto temía!" Y AlíNur insistió: "¿Pero qué pasa?" Y el administrador dijo: "Sabe que ya ha terminado mi cometido, pues ya no tengo nada tuyo que administrar. Ya no te quedan fincas, ni nada que valga un óbolo ni menos de un óbolo. Y he aquí que traigo las cuentas de lo que has gastado, hasta derrochar todo tu capital".

      Y al oír estas palabras, AlíNur bajó la cabeza, y dijo: "¡Alah es el único fuerte, el único poderoso!"

      Pero precisamente, uno de los amigos que estaba en la sala oyó esta conversación y se apresuró a comunicarla a los demás.


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