El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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del honor de compartir su lecho".

      Entonces el visir se echó a las plantas del rey, y rompió nuevamente a llorar, implorando justicia. Y al verle y oír su relato, se encolerizó de tal manera el sultán, que el sudor le brotaba por entre los ojos, y volviéndose hacia los emires y grandes del reino, les hizo una seña. Inmediatamente se presentaron ante él cuarenta guardias con las espadas desenvainadas. Y el sultán les dijo:

      "Marchad inmediatamente a la casa del que fué mi visir ElFadl benKhacán, y saqueadla y destruidla por completo. Apoderaos de Alí Nur y de su esclava, atadles los brazos, arrastradlos sobre el lodo y traedlos a mi presencia'".

      Los cuarenta guardias contestaron:

      "Escuchamos y obedecemos", y se dirigieron en seguida a casa de AlíNur.

      Pero había en el palacio un joven chambelán llamado Sanjar, que había sido mameluco del difunto Fadleddin, y se había criado con su amo AlíNur, a quien profesaba gran cariño. Y dispuso la Suerte que presenciara la queja del visir BenSuaí y cómo el sultán daba sus crueles órdenes. Y salió corriendo, tomando el camino más corto para llegar a la casa de AlíNur, que al oír llamar precipitadamente a la puerta fué a abrir en persona, y al ver a su amigo el joven Sanjar quiso abrazarle; pero éste, sin consentirlo, exclamó: "¡Oh mi querido dueño! no son a propósito estos intantes para palabras cariñosas ni para saludos, pues oye lo que dice el poeta: ;Liberta tu alma, desátala de la tiranía de las cadenas y vuela enseguida! ¡Vuela a. lo lejos y deja que las casas se derrumben sobre quienes las construyeron! ¡Oh amigo mio! ¡encontrarás muchos países distintos del tuyo, pues la tierra de Alah es infinita; pero otra alma que sea tu alma no la has de encontrar!

      Y AlíNur dijo: "!Oh amigo Sanjar! ¿qué vienes a anunciarme?"

      Sanjar contestó: "Sálvate, y salva a la esclava DulceAmiga, porque ElMohín ben Sauí os ha tendido un lazo, y como caigáis en él moriréis sin misericordia.

      Sabe que el sultán, por instigación del visir., ha enviado contra vosotros a cuarenta guardias con los alfanjes desenvainados.

      Debéis emprender la fuga antes de que os ocurra una desgracia". Y Sanjar alargó su mano, que estaba llena de oro, a AliNur, y le dijo: "¡Oh mi señor! he aquí cuarenta dinares que han de serte útiles en estos momentos, y perdóname que no pueda ser más generoso.

      Pero no perdamos tiempo. ¡Levántate y huye!"

      Entonces AlíNur se apresuró a avisar a DulceAmiga, que se cubrió inmediatamente con su velo, y ambos salieron de la casa, y después de la ciudad, y llegaron a orillas del mar, amparados por el muy Altísimo. Y divisaron un bajel que precisamente se disponía a desplegar las velas, acercándose vieron al capitán que estaba de pie en medio del barco, y decía: "El que no se haya despedido que se despida inmediatamente; el que no haya acabado de proveerse de víveres que acabe en el acto; el que haya olvidado algo en su casa vaya ligero a buscarlo, porque he aquí que vamos a zarpar". Y todos los viajeros contestaron: "Nada nos queda que hacer, capitán; ya estamos listos".

      Entonces el capitán gritó a sus hombres:

      "¡Hola! ¡Desplegad las velas y soltad las amarras!" Y en aquel momento preguntó Alí Nur: "¿Para dónde zarpas, capitán?" Y el capitán contestó: "Para Bagdad, morada de paz".

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, interrumpió su relato.

       PERO CUANDO LLEGO LA 34ª NOCHE

      Ella dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el capitán contestó a AlíNur:

      "Para Bagdad, morada de paz", AlíNur suplicó: "Aguarda, que allá vamos". Y seguido de DulceAmiga, subió a bordo de la nave, que en seguida tendió sus velas y zarpó volando como la enorme ave llamada Roch, según dice el poeta: ¡Mira la nave: su aspecto seduce a quien la ve! ¡El viento quiere igualarle en rapidez, pero no se sabe quién vence en esta gran carrera de velocidad! ¡Es como un ave que con las alas desplegadas se hubiese pr ecipitado sobre el mar, y se balancease en él!

      Y el bajel bogaba con viento favorable, llevando a todos los viajeros. Esto en cuanto a AlíNur y DulceAmiga.

      Por lo que se refiere a los cuarenta guardias enviados por el sultán para apoderarse de AlíNur, llegaron a la casa de éste, la cercaron por todos lados, echaron abajo las puertas, invadieron la morada y comenzaron a buscar por todas partes, pero no pudieron encontrar a nadie nadie.

      Entonces destruyeron totalmente la casa y marcharon a comunicar al sultán lo infructuoso de sus pesquisas. Y el sultán ordenó: "¡Buscadlos por todas artes y registrad si es preciso toda la ciudad!" Y como en aquel momento llegase el visir Ben Sauí, le llamó el sultán, y para consolarle le dió un hermoso ropón de honor, y le dijo:

      "¡Te prometo que sólo yo he de vengarte!" Y el visir le deseó larga vida y todas las felicidades.

      Después el rey mandó que los pregoneros promulgaran por toda la ciudad el siguiente bando:

      "¡Si alguno de vosotros, ¡oh habitantes! encontrase a AlíNur, hijo del difunto visir BenKhacán, se apoderará de él y lo presentará al sultán, y en recompensa se le darán mil dinares y un traje de honor! ¡Pero si alguien le ve y le oculta, sufrirá un ejemplar castigo!" Sin embargo, a pesar de todas las pesquisas, nadie pudo averiguar qué había sido de AlíNur.

      Este y DulceAmiga llegaron sin contratiempo a Bagdad, y el capitán les dijo:

      "He ahí la famosa Bagdad, la dulce morada.

      Es la ciudad feliz que nunca ha sufrido las escarchas del invierno, la ciudad que vive a la sombra de sus rosales en una eterna primavera en medio de flores y jardines, mecida por el canto de sus aguas murmuradoras". Y AlíNur dió las gracias al capitán por sus bondades durante el viaje, le pagó cinco dinares de oro por el pasaje, y saliendo del navío seguido de DulceAmiga, penetró en Bagdad.

      Pero quiso el Destino que AlíNur, en vez de tomar el camino usual, emprendiera otro, que le llevó al centro de los jardines que rodean a la ciudad. Y se detuvieron a la puerta de un jardín con una cerca muy grande, cuya entrada estaba bien barrida y regada, y tenía a cada lado un banco. La puerta, que era magnífica, estaba cerrada, y la coronaban hermosas lámparas de todos colores. Contiguo a ella había un estanque lleno de agua muy clara. Más allá de la puerta partía una avenida entre dos hileras de postes con magníficas telas de brocado que ondeaban al viento.

      Entonces AlíNur dijo a DulceAmiga:

      "¡Por Alah! ¡Hermoso es este lugar!"

      Y ella contestó: "Descansemos una hora en estos bancos". Y después de haberse lavado la cara y las manos con el agua fresca del estanque, se sentaron a tomar el aire en un banco, y respiraron deliciosamente la suave brisa que corría. Y tan a gusto se encontraban allí, que no tardaron en dormirse, después de haberse tapado con una manta.

      Ahora bien; el jardín a cuya puerta estaban dormidos se llamaba el Jardín de las Delicias, y había en medio de él un palacio llamado de las Maravillas, que era propiedad del califa HarúnAlRaschid.

      Cuando el califa sentía el cansancio de la ciudad, iba a distraerse y a olvidar sus preocupaciones en aquel jardín y en aquel palacio. Todo el palacio formaba un inmenso salón con ochenta ventanas, y de cada una pendía una gran lámpara y en el centro había una inmensa araña de oro macizo, resplandeciente como el sol.

      Aquel salón sólo se abría cuando llegaba el califa, y entonces se encendían las lámparas y la araña y se abrían todas las ventanas, y el califa se sentaba en un magnífico diván forrado de seda, terciopelo y oro, y mandaba a las cantoras que cantasen y a los músicos que tañesen sus instrumentos; pero lo que prefería era oír al ilustre cantor Ishak, cuyos cantos e improvisaciones admiraba todo el mundo. Y en medio de la calma de la noche y respirando aquel aire perfumado con las flores del jardín, el califa descansaba de las fatigas de la ciudad.

      Había nombrado


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