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ni me avisaste de su deseo para que yo le pudiese dar algo". Y Giafar contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ha sido un olvido". Y el califa transigió: "Está bien; por esta vez te perdono. Pero ¡por la memoria de mis padres y mis antepasados! te mando que vayas a pasar la noche en casa del jeique Ibrahim, que es un hombre de bien, muy escrupuloso y muy estimado de los ancianos de Bagdad, que lo visitan frecuentemente.

      Ya sabes cuán caritativo es para los pobres y cuán compasivo para todos los necesitados, y seguramente en este momento tendrá en su casa a mucha gente, que albergará y alimentará por amor a Alah. Acaso, si fuésemos allí, alguno de esos pobres haría en nuestro favor algún voto que nos sería provechoso en este mundo y en el otro. Quizá también sea provechosa nuestra visita al buen jeique Ibrahim, que, lo mismo que todos sus invitados se llenará de júbilo al vernos". Pero Giafar repuso: "¡Oh Emir de los Creyentes! ha transcurrido la mayor parte de la noche, y todos los invitados de Ibrahim se dispondrán ya a dejar el palacio".

      Y el califa dijo: "Es mi voluntad que vayamos a reunirnos con ellos". Entonces tuvo que callarse, pero se quedó muy pensativo, sin saber qué partido tomar.

      El califa se levantó inmediatamente, hizo lo mismo Giafar, y seguidos de Massrur el portaalfanje, se dirigieron hacia el Palacio de las Maravillas, no sin haber tomado la precaución de disfrazarse de mercaderes.

      Después de haber atravesado las calles de la ciudad, llegaron al Jardín de las Delicias. Y el califa se adelantó el primero, y vió que la puerta principal estaba abierta, y se quedó muy sorprendido, y dijo a Giafar: "He aquí que el jeique Ibrahim ha dejado la puerta abierta, cuando no es esa su costumbre".

      Entraron los tres, atravesaron el jardín y llegaron al palacio.

      Y el califa dijo: "¡Oh, Giafar! tengo que verlo todo sin que se enteren, pues he de saber quiénes son los convidados del jeique Ibrahim y cuántos son los venerables ancianos que vinieron a su fiesta y qué regalos le han hecho. Pero en este momento deben estar cada uno en su rincón, abstraídos por las prácticas religiosas de las ceremonias, ya que no se oyen voces, ni vemos a nadie".

      Y el califa, señalando un nogal cuya altura dominaba el palacio; dijo: "¡Oh, Giafar! quiero subirme a ese árbol que extiende su ramaje cerca de las ventanas, y desde ahí podré mirar adentro. Conque ayúdame". Y el califa subió al árbol, y no dejó de trepar de rama en rama hasta que llegó a una muy a propósito para atisbar el salón. Entonces se sentó en ella y miró a través de una de las ventanas que estaban abiertas.

      Y he ahí que vió a un joven y a una joven, ambos hermosos como lunas (¡gloria a quien los creó!), y vió también al jeique Ibrahim, guardián de su palacio, sentado entre los dos jóvenes con la copa en la mano, y oyó que decía a DulceAmiga: "Oh, soberana de la belleza! La bebida no sabe bien si no la acompaña la canción.

      Y para que nos permitas oír el encanto de tu voz maravillosa, escucha lo que dice el poeta: ¡Ya leilí! ¡Ya einí! (1) ¡ Nunca bebas sin que cante tu amiga! ¡Obseva que el caballo no bebe sin el ritmo del silbido! ¡Ya leilí! ¡Ya einí! ¡Después halaba a tu amiga, y acaríciala! ¡En seguida lánzate sobre ella y tiéndela! sobre ella y tiéndela! ¡Lo tuyo es grande y lo suyo pequeño…!

      Al ver al jeique Ibrahim en aquella postura, y al oír de su boca aquella canción escandalosa y nada conveniente para su edad, el califa se encolerizó de tal modo que le brotaba el sudor de entre los ojos. Y se apresuró a descender del árbol, y miró a Giafar, y le dijo: "¡Oh, Giafar! en mi vida he presenciado un espectáculo tan edificante como el de esos respetables jeiques de nuestra mezquita que están reunidos en esa sala para cumplir religiosamente las piadosas ceremonias de la circuncisión. Esta noche es verdaderamente una noche bendita.

      Sube ahora tú al árbol, y apresúrate a mirar, y no desperdicies esta ocasión de santificarte, gracias a las bendiciones de esos santos jeiques". Cuando Giafar oyó estas palabras del Emir de los Creyentes se quedó muy perplejo, pero no pudo vacilar en obedecerle y se apresuró a trepar al árbol, llegó frente a la ventana y miró hacia el interior del salón. Y vió el espectáculo de los tres bebedores: el anciano Ibrahim, con la copa en la mano, cantando y moviendo la cabeza, AlíNur y Dulce Amiga mirándole fijamente, oyéndole y riéndose a carcajadas.

      Al verlo Giafar se creyó perdido, pero bajó del árbol y se postró ante el Emir de los Creyentes. Y el califa dijo: "¡Oh Giafar! bendito sea Alah, que nos ha hecho seguir fervorosamente las ceremonias de la purificación, como la de esta noche, y nos aparta del mal camino, de las tentaciones y del error, y de la vida de los libertinos".

      Y Giafar estaba tan confuso que no sabía que contestar. Y el califa, mirando a Giafar, prosiguió: "Vamos a otra cosa. Quisiera saber quién ha guiado hasta este lugar a esos dos jóvenes, que se me figuran forasteros. En verdad he de decirte, Giafar, que nunca han visto mis ojos belleza, perfecciones, delicadeza ni encantos como los de ellos".

      Entonces Giafar pidió permiso al califa, que se lo otorgó y dijo: "¡Oh califa! ciertamente has dicho la verdad. Son muy hermosos". Y el califa repuso: "¡Oh, Giafar! subamos otra vez al árbol, y observémosle desde la rama".

      Y haciéndolo así, treparon hasta la rama que daba al salón y se pusieron a contemplarles.

      Precisamente en aquel momento decía el jeique Ibrahim: "¡Oh, soberana mía! Este vino de los collados me ha hecho perder la serenidad, lo que me parece una cosa ridícula. Pero para ser completamente feliz necesito que pulses las cuerdas armoniosas".

      Y DulceAmiga contestó: "¡Por Alah! ¡Oh jeique Ibrahim! ¿Cómo voy a pulsar las cuerdas si carezco de instrumento?"

      Apenas oyó el jeique Ibrahim estas palabras de DulceAmiga, salió del aposento.

      Y el califa dijo a Giafar: "¿Quién sabe lo que irá a hacer ahora ese viejo libertino?" Y Giafar respondió:

      "¡Quién ha de saberlo!"

      Entretanto, el jeique Ibrahim volvió al salón con un laúd en la mano. Y el califa se fijó en aquel laúd y vió que era el que solía tocar su cantor favorito Ishak cuando había fiesta en el palacio o quería distraer a su señor. Y el califa dijo: "¡Por Alah! ¡Esto ya es demasiado!

      Pero quiero oír a esa maravillosa joven, y si canta mal os he de crucificar a todos, y sin canta bien perdonaré a esos tres, pero a ti, ¡oh Giafar! te crucificaré de todos modos".

      Y Giafar exclamó: "¡Alahumma! ¡Ojalá no sepa cantar!"

      Asombrado el califa, preguntó: "¿Por qué prefieres el primer caso al segundo?" Y contestó Giafar: "¡Porque crucificado en su compañía pasaré mejor las horas del suplicio, y nos consolaremos mutuamente".

      Y el califa, al oírle, rió en silencio. (1)Estas frases, que quieren decir: "¡Oh noche! ¡Oh tus ojos!", son el leitmotiv de toda canción árabe, y se emplean frecuentemente como preludio, como acompañamiento o como final.

      Mientras tanto, DulceAmiga había cogido el laúd y lo templaba diestramente. Después de algunos preludios, pulsó las cuerdas y vibraron con toda su alma, con una intensidad capaz de liquidar al hierro, de despertar a los muertos y de conmover corazones de roca y de bronce.

      Y súbitamente, acompañándose con el laúd, empezó a cantar: ¡Ya leilí!… cuando me vió mi enemigo, vió también que el amor se complacía en apagar mi sed en su manantial, y dijo:

      "!Esa agua está turbia!" ¡Ya einí!… ¡Si mi. amigo atiende a esas voces, debe huir lo más lejos posible. Pero ¿podrá olvidar que me debe todas las delicias y todas las locuras de nuestro amor? ¡Oh, locuras y delicias de nuestros amores! ¡Ya leilí!

      DulceAmiga, después de haber cantado, siguió tañendo el armonioso laúd de cuerdas animadas, y el califa tuvo que reprimirse para no contestar con un "¡Ya einí!" de admiración.

      Y dijo: "¡Oh Giafar! En mi vida he oído voz tan maravillosa como la de esa esclava".

      Giafar, sonriendo, dijo: "Espero que se habrá desvanecido la ira del califa contra su servidor". Y el califa dijo: "Verdad es, ¡oh Giafar! que se ha desvanecido". Entonces bajaron del árbol, y dijo el califa: "Quiero entrar


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