El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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sobre los preciosos bordados de esa historia tan maravillosa?" Y entonces Alí Nur, que creía estar hablando con el pescador Karim, le refirió todas las particularidades de la historia, desde el principio hasta el fin.

      Pero cuando el califa se hubo enterado perfectamente de toda la historia, dijo: "¿Y ahora adónde piensa ir, oh mi señor AlíNur?

      Y AlíNur contestó: "¡Oh pescador! las tierras de Alah son vastas hasta lo infinito".

      Entonces el califa dijo: "Escúchame, ¡oh joven! Aunque sea como soy, pobre pescador oscuro y sin luces, voy a darte una carta para que la entregues en propia mano al sultán de Bassra, Mohammad benSoleimán ElZeiní. Y cuando la haya leído, ya verás qué resultado tan favorable tendrá para ti".

      Al llegar a este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y no prolongó más el hilo de su relato.

       PERO CUANDO LLEGO LA 36ª NOCHE

      Schehrazada dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el califa dijo a AlíNur: "Te escribiré una carta que entregarás al sultán de Bassra, Mohammad benSoleimán El Zeiní, y ya verás sus resultados favorables".

      AlíNur, asombrado, repuso: "¿Cuándo se ha visto que un pescador escriba directamente a un rey? Es una cosa que no ha ocurrido nunca". Y el califa dijo: "Tienes razón, ¡oh mi señor AlíNur! pero voy a explicarte el motivo que me permite obrar de ese modo. Sabe que me enseñaron a leer y a escribir en la misma escuela que a Mohammad ElZeiní, pues ambos tuvimos el mismo maestro. Y yo estaba mucho más adelantado que el actual califa, tenía mejor letra que él, y sabía de memoria las estrofas de los poetas y los versículos de nuestro Libro Noble, pudiéndolos recitar mucho más fácilmente que él. Eramos, pues, muy amigos; pero más adelante le favoreció la fortuna, y llegó a ser rey, mientras Alah hizo de mí un miserable pescador. Sin embargo, como su alma nada tiene de orgullosa, mi compañero de escuela, hoy sultán de Bassra, ha seguido en relaciones conmigo, y no hay cosa que le pida que no la haga inmediatamente, y si cada día le hiciese mil peticiones, atendería con seguridad a todas ellas". Entonces AlíNur exclamó: "Escribe, pues, esa carta, para que yo crea en tu influjo cerca del califa".

      Y el califa, después de sentarse en el suelo, doblando las piernas, cogió un tintero, un cálamo y un pliego de papel, apoyó el papel en la palma de la mano izquierda, y escribió esta carta:

      "En nombre de Alah, el Clemente sin límites, el Misericordioso.

      "Este escrito es enviado por mí, Harún Al Raschid benMahdí ElAbbasí, a Su Señoría Mohammad benSoleimán ElZeiní.

      "Recuerda que mi gracia te envuelve y que a ella debes haber sido nombrado representante mío en un reino de mis reinos.

      "Y ahora te anuncio que el portador de este escrito, hecho por mi propia mano, es AlíNur, hijo de Fardleddin benKhacán, que fué tu visir y descansa ahora en la misericordia del Altísimo.

      "Inmediatamente después de haber leído mis palabras te levantarás del trono del reino, y colocarás en él a AlíNur, que será rey en lugar tuyo. Porque he aquí que acabo de investirle de la autoridad que antes te había confiado.

      "Y cuida mucho que no sufra ningún aplazamiento la ejecución de mi voluntad. La salvación sea contigo".

      Después el califa dobló la carta, la selló, y se la entregó a AlíNur, sin revelarle su contenido. Y AlíNur cogió la carta, se la llevó a los labios y a la frente, la guardó en el turbante y salió en el acto para embarcarse con dirección a Bassra, mientras la pobre DulceAmiga lloraba abandonada en un rincón.

      Esto, por lo pronto, en cuanto se refiere a AlíNur. Respecto al califa, he aquí que cuando el jeique Ibrahim, que hasta entonces nada había dicho, vió todo aquello, se volvió hacia el califa, a quien seguía tomando por el pescador Karim, y le dijo: "¡Oh tú, el más miserable de los pescadores! Has traído unos peces que apenas valen veinte mitades de cobre, ¿y no contento con haberte embolsado tres dinares de oro quieres llevarte ahora esa esclava? Ahora mismo me vas a dar la mitad del oro, y en cuanto a la esclava, la disfrutaremos también los dos, pero siendo yo el primero".

      Entonces el califa, después de lanzar una terrible mirada al jeique Ibrahim, se acercó a una de las ventanas y dió dos palmadas.

      Inmediatamente acudieron Giafar y Massrur, que no aguardaban más que aquella señal, y a un ademán del califa, Massrur se echó encima del jeique Ibrahim y lo inmovilizó.

      Giafar, que llevaba en la mano un ropón magnífico, que había mandado a buscar a toda prisa por uno de sus criados, se acercó al califa, le quitó los harapos del pescador y le puso el ropón de seda y oro.

      Entonces el jeique Ibrahim, todo aterrado, reconoció al califa, y empezó a morderse los dedos; pero aun se resistía a creer en la realidad, y se decía: "¿Estoy despierto o dormido?"

      Y el califa, sin disimular la voz, le dijo:

      "¿Te parece bien, jeique Ibrahim, el estado en que te encuentro?" Y al oírle se le quitó de pronto la borrachera al jeique, se tiró de bruces al suelo, arrastrando por él su larga barba, y recitó estas estrofas: ¡Perdona mi falta ¡oh tú que eres superior a todas las criaturas! ¡El señor debe generosidad al esclavo! ¡Confieso que hice cosas impulsado por la locura! ¡A ti te corresponde ahora perdonarlas generosamente!

      Entonces el califa, dirigiéndose al jeique Ibrahim, le dijo: "Te perdono". Y volviéndose hacia la desconsolada DulceAmiga, prosiguió: "¡Oh DulceAmiga! ahora que sabes quién soy, déjate conducir a mi palacio". Y todos salieron del Palacio de las Maravillas.

      Cuando DulceAmiga llegó al palacio, el califa le mandó preparar un aposento reservado, y puso a sus órdenes doncellas y esclavas. Después se fué en su busca, y le dijo: "¡Oh DulceAmiga! ya sabes que actualmente me perteneces, pues te deseo, y además me has sido generosamente cedida por AlíNur. Y yo, para corresponder a su esplendidez, acabo de enviarle como sultán a Bassra. Y si quiere Alah, pronto le enviaré un magnífico traje de honor, y serás tú la encargada de llevarle. Y serás sultana con él". Y dicho esto cogió entre sus brazos a DulceAmiga, y aquella noche la pasaron enlazados. Y fué lo que les ocurrió a uno y a otro.

      En cuanto a AlíNur, he aquí que llegó por la gracia de Alah a la ciudad de Bassra, marchó directamente al palacio del sultán Mohammad ElZeiní, y una vez allí dió un gran grito.

      Y al oírle el sultán mandó que llevasen a su presencia al hombre que había gritado de aquel modo. Y AlíNur, al verse delante del sultán, sacó del turbante la carta del califa y se la entregó inmediatamente. Y el sultán abrió la carta, conoció la letra del califa, y en seguida se puso de pie, leyó con mucho respeto el contenido, y después de leerlo se llevó tres veces la carta a los labios y a la frente, y exclamó: "¡Escucho y obedezco a Alah el Altísimo y al califa, Emir de los Creyentes!"

      Y en seguida mandó llamar a los cuatro kadíes de la ciudad y a los principales emires para darles cuenta de su resolución de obedecer inmediatamente al califa, abdicando el trono. Pero en ese momento entró el gran visir ElMohín benSauí, enemigo de AlíNur y de su padre Fadleddin, y el sultán le entregó la carta del Emir de los Creyentes, y le dijo: "¡Lee!"

      El visir cogió la carta, la leyó, la releyó, y quedó consternadísimo; pero de pronto desgarró muy diestramente la parte inferior de la carta que ostentaba el negro sello del califa, se la llevó a la boca, la masticó y la tiró.

      Y

      el sultán le gritó enfurecido:

      "¡Desdichado Sauí! ¿Qué demonios te han podido impulsar a cometer este atentado?" Y Sauí contestó: "¡Oh rey! Has de saber que este hombre no ha visto nunca al califa, ni siquiera a su visir Giafar. Es un bribón dominado por todos los vicios, un demonio lleno de malignidad y de falsía. Ha debido encontrar algún papel escrito por el califa, y ha imitado la letra, escribiendo a su gusto todo cuanto aquí acabo de leer. ¿Pero cómo has pensado, ¡oh sultán! en abdicar, cuando el califa no ha mandado


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