El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
qué he de apartarme de ellos, cuando puedo disfrutar de su compañía? ¿Cuándo me hallaré en otra fiesta tan encantadora como la de ver a estos dos admirables jóvenes que parecen dos lunas?"
E Ibrahim volvió sobre sus pasos y fué a sentarse al otro extremo del salón. Entonces AlíNur le dijo: "¡Oh señor! te pido por tu vida que te acerques y te sientes con nosotros". Y el jeique Ibrahim se sentó a su lado, y AlíNur cogió una copa, la llenó y se la alargó, diciéndole: "¡Oh jeique, toma y bebe! Verás qué bien sabe, y comprenderás las delicias que encierra el fondo de la copa".
Pero el jeique Ibrahim respondió:
"¡Protéjame Alah! ¿No sabes, ¡oh joven! que hace trece años que no he cometido esa falta? ¿Ignoras que he cumplido dos veces mis deberes en hadj en la gloriosa Meca?" Y Alí:Nur, que estaba empeñadísimo en emborrachar al anciano Ibrahim viendo que por la persuasión no lo lograría, no insistió más; se bebió la copa llena, la volvió a llenar, se la bebió otra vez, y a los pocos momentos imitó todos los ademanes de un borracho, y acabó tendiéndose en el suelo, en donde fingió dormir.
Entonces DulceAmiga dirigió una insistente mirada al viejo Ibrahim y le dijo:
"¡Oh jeique lbrahiin! ¡Mira cómo se porta conmigo este hombre!" Y él contestó: ";Qué desventura! ¿Pero por qué hace eso?" Dulce Amiga dijo: "¡Si fuera ésta la primera vez!
Pero siempre hace lo mismo. Bebe y bebe. y luego se emborracha y se duerme, y me deja sola, sin nadie que me haga compañía y beba conmigo. Y así no le encuentro gusto a la bebida, pues nadie comparte mi copa, y ni siquiera tengo ganas de cantar, porqueno hay quien me escuche". Entonces el jeique Ibrahim, cuyos músculos se estremecían al influjo de aquellas miradas ardientes y de aquella voz armoniosa, le dijo: "Realmente, así no ha de serte agradable beber".
Y DulceAmiga llenó entonces la copa, se la alargó sonriendo, y le dijo: "Por mi vida te ruego que tomes esa copa y la aceptes por darme gusto. Y de este modo merecerás mi gratitud".
Entonces el jeique Ibrahim tendió la mano, cogió la copa y acabó por beber. Y Dulce Amiga se la llenó de nuevo e hizo que la bebiese, y luego otra más, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡nada más que ésta!" Pero él contestó:
"¡Por Alah! No puedo complacerte. Bastante he bebido ya". Ella volvió a insistir muy afable, e inclinándose hacia él, le dijo: "¡Por Alah! ¡No hay más remedio!"
Y el jeique tomó la copa y se la llevó a los labios. Pero en aquel momento AlíNur se echó a reír y se incorporó bruscamente…
Al llegar a este punto de su narración,
Schehrazada vio aparecer la mañana, y discreta, dejó para la noche siguiente la prosecución de su historia.
PERO CUANDO LLEGO LA 35ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que AlíNur se echó a reír, se incorporó bruscamente, y dijo a Ibrahim: ¿Qué estás haciendo? ¿No te rogué hace una hora que me acompañaras, y te negaste entonces, y dijiste que llevabas trece años sin hacer semejante coca?"
Entonces el jeique Ibrahim se avergonzó mucho, pero se sobrepuso en seguida y se apresuró a decir: "¡Por Alah! ¡Nada tienes que echarme en cara! Toda la culpa es de ella, que ha insistido hasta que ha logrado convencerme". Entonces se echó a reír de nuevo AlíNur, y lo mismo hizo DulceAmiga, que acabó por acercarse a su oído, y le dijo:
"Déjame hacer, y ya verás cómo nos reímos a su costa". Después echó vino en su copa y la bebió, escanció otra a AlíNur, sin hacer caso alguno del jeique Ibrahim. Entonces' éste, que los miraba asombrado, acabó por decirles: "¿Qué manera es esa de convidar a los demás a beber con vosotros? ¿Es sólo para que miren lo que hacéis?"
Y AlíNur y Dulce Amiga se echaron a reír y consintieron que bebiera con ellos y así estuvieron hasta pasada la tercera harte de la noche.
En ese momento DulceAmiga dijo al jeique Ibrahim: "¡Oh jeique Ibrahim! ¿quieres permitirme que encienda una de esas velas?"
Y él contestó, ya medio borracho: "Sí, puedes hacerlo, pero no enciendas más que una sola". Y ella se levantó en seguida, y no encendió una sola, sino todas las velas de los ochenta candelabros del salón, y se volvió a su sitio.
Entonces AlíNur dijo a Ibrahim: "¡Oh jeique, cuánto me place estar a tu lado!
Confío en que me permitirás encender una de esas antorchas". Y el jeique Ibrahim contestó: "¡Bueno levántate y enciende una, pero nada más que una! ¡no creas que me vas a engañar!"
Y AlíNur se levantó, y no encendió una, sino las ochenta antorchas de la sala y además las ochenta arañas, sin que el jeique Ibrahim se diese la menor cuenta de ello.
Entonces todo el salón, todo el palacio y todo el jardín quedaron iluminados.
Y el jeique Ibrahim dijo: "Verdaderamente, sois más libertinos que yo". Y como ya estaba completamente ebrio, se levantó y recorrió el salón por uno y por el otro lado, abrió las ochenta ventanas, volvió a sentarse y a seguir bebiendo con los dos jóvenes, y llenaron el salón con la alegría de sus risas y sus canciones.
Pero el Destino, que está en manos de Alah el Omnisciente, el Entendedor de todo, el Creador de causas y efectos, quiso que el califa HarúnAl Raschid estuviese precisamente a aquella hora tomando el fresco, a la claridad de la luna, sentado junto a una de las ventanas de su palacio que daba al Tigris. Y mirando por casualidad en aquella dirección, vió toda aquella iluminación que brillaba en el aire y se reflejaba a través del agua. Y no sabiendo qué pensar, empezó por llamar a su gran visir Giafar AlBarmaki. Y cuando se le presentó Giafar, le dijo a gritos:
"¡Oh perro visir! ¿Eres mi servidor, y no me das cuenta de lo que ocurre en mi ciudad de Bagdad?"
Y Giafar contestó: "No sé lo que quieres decirme con esas palabras" Y el califa volvió a gritarle: "¡Me parece asombroso! Si a estas horas asaltasen a Bagdad nuestros enemigos, no sería menos estupendo, ¿no ves, ¡oh maldito visir, que mi Palacio de las Maravillas está completamente iluminado? ¿Quién es el hombre lo suficientemente audaz o suficientemente poderoso que haya podido iluminarlo encendiendo todas las arañas y abriendo todas las ventanas? ¡Desdichado de ti! Es irrisorio que me llamen el califa y que, sin embargo, puedan ocurrir semejantes cosas sin mi permiso".
Y Giafar, todo tembloroso, contestó:
"¿Pero quién ha dicho que el Palacio de las Maravillas está con las ventanas abiertas y las luces encendidas?" Y el califa dijo:
"Acércate aquí y mira". Y Giafar se aproximó, miró hacia los jardines, y vió toda aquella iluminación, que parecía como si el palacio estuviese incendiado, brillando más que la claridad de la luna.
Entonces Giafar comprendió que aquello debía ser una imprudencia del jeique Ibrahim, y como era hombre naturalmente bueno y compasivo, se le ocurrió inmediatamente indagar algo para disculpar al anciano guardián del palacio, que probablemente no habría hecho aquello más que para obtener alguna ganancia.
Dijo, pues, al califa: "¡Oh Emir de los Creyentes! El jeique Ibrahim vino a verme la semana pasada, y me dijo: "¡Oh amo Giafar! mi mayor deseo es celebrar las ceremonias de la circuncisión de mis hijos bajo tus auspicios, y durante tu vida y la vida del Emir de los Creyentes". Yo le contesté: "¿Y qué deseas de mí, ¡oh jeique!? Y él respondió:
"Deseo nada más que por tu mediación se logre permiso del califa para celebrar las ceremonias de la circuncisión de mis hijos en el salón del Palacio de las Maravillas". Y yo le dije: "¡Oh jeique! ya puedes preparar lo necesario para la fiesta. En cuanto a mí, si Alah quiere, tendré audiencia del califa v le enteraré de tus deseos.
Entonces el jeique Ibrahim se marchó. En, cuanto a mí, ¡oh Emir de los Creyentes! se me olvidó por completo hablarte de ese asunto". Entonces el califa contestó: "¡Oh Giafar¡ en vez de una falta has cometido dos, y he de castigarte