El Marqués de Bradomín: Coloquios Románticos. Ramón del Valle-Inclán
la corona cuando los franceses.
LA QUEMADA
Aquél murió. El de agora es un hijo.
MINGUIÑA
Hijo ó nieto, es de aquella sangre real.
N la puerta del jardín asoma una hueste de mendigos. Patriarcas haraposos, mujeres escuálidas, mozos lisiados. Racimo de gusanos que se arrastra por el polvo de los caminos y se desgrana en los mercados y feriales de las villas salmodiando cuitas y padrenuestros, caravana que descansa al pie de los cruceros, y recuenta la limosna de mazorcas y mendrugos de borona, á la sombra de los valladares floridos donde cantan los pájaros del cielo á quienes da nido y pan Dios Nuestro Señor. En todos los casales los conocen, y ellos conocen todas las puertas de caridad. Son siempre los mismos: El Manco de Gondar; el Tullido de Céltigos; Paula la Reina, que da de mamar á un niño; la Inocente de Brandeso; Dominga de Gómez; el señor Amaro, el señor Cidrán el Morcego y la mujer del Morcego. Llegan por el camino aldeano, fragante y riente bajo el sol matinal.
EL MANCO DE GONDAR
Rapaz, avisa en la cocina que está aquí el manco de Gondar, que viene por la limosna.
EL TULLIDO DE CELTIGOS
Y el tullido de Céltigos.
FLORISEL
Tiene dicho Doña Malvina, el ama de llaves, que esperen á reunirse todos.
EL MANCO DE GONDAR
Dile que tenemos de recorrer otras puertas.
EL TULLIDO DE CELTIGOS
No basta una sola para llenar las alforjas.
EL MORCEGO
Los ricos, como no pasan trabajos...
LA MUJER DEL MORCEGO
Padre nuestro, que estáis en los cielos...
OR un sendero del jardín aparece la Señora del palacio, que viene cogiendo rosas. A su lado la Madre Cruces habla conqueridora, y la dama suspira con desmayo. Es una figura pálida y blanca, con aquel encanto de melancolía que los amores muertos ponen en los ojos y en la sonrisa de algunas mujeres.
LA MADRE CRUCES
¡Y cómo me place ver á mi señora con las colores de una rosa!
LA DAMA
De una rosa sin color, Madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
Y todavía no la dije algo que habrá de alegrarla. ¡Esperando que me preguntase!
LA DAMA
¡Sin preguntarte lo sé!
LA MADRE CRUCES
¿Que lo sabe?
LA DAMA
¡Ojalá pudiera equivocarme!
LA MADRE CRUCES
No es cosa para que suspire. Son nuevas de un caballero muy galán.
IENDO llegar á la Señora la hueste de mendigos, que derramada por la escalinata espera la limosna, se incorpora y junta con un murmullo de bendiciones. En el sendero la dama se detiene para oir á la vieja conqueridora, y torna á suspirar. Sus ojos tienen esa dulzura sentimental que dejan los recuerdos cuando son removidos, una vaga nostalgia de lágrimas y sonrisas, algo como el aroma de esas flores marchitas que guardan los enamorados.
LA QUEMADA
Aquí está la señora.
MINGUIÑA
¡Bendígala Dios!
PAULA
Y le dé la recompensa de tanto bien como hace á los pobres.
EL TULLIDO DE CELTIGOS
¡Parece una reina!
LA QUEMADA
¡Parece una santa del cielo!
MINGUIÑA
¡Es la misma Nuestra Señora de los Ojos Grandes que está en Céltigos!
LA DAMA
¿Cómo sigue tu marido, Liberata?
LA QUEMADA
¡Siempre lo mismo, mi señora! ¡Siempre lo mismo!
LA DAMA
¿Es tuyo ese niño, Paula?
PAULA
No, mi señora. Era de una curmana que se ha muerto. Tres ha dejado la pobre: éste es el más pequeño.
LA DAMA
¿Y tú lo has recogido?
PAULA
La madre me lo recomendó al morir.
LA DAMA
¿Y qué es de los otros dos?
PAULA
Por esos caminos andan. El uno tiene siete años, el otro nueve... Pena da mirarlos desnudos como ángeles del cielo.
LA DAMA
Vuelve mañana, y pregunta por Doña Malvina.
PAULA
¡Gracias, mi señora! ¡Mi gran señora! ¡La pobre madre se lo agradecerá en el cielo!
LA DAMA
Y á los otros pequeños tráelos también contigo.
PAULA
Los otros, mañana no sé dónde poder hallarlos.
EL SEÑOR CIDRAN
Los otros, aunque cativo, también tienen amparo. Los ha recogido Bárbara la Prisca, una viuda lavandera que también á mí me tiene recogido.
LA DAMA
¡Pobre mujer!
LA MADRE CRUCES
Bárbara la Prisca casó con un sobrino de mi difunto. ¡Es una santa de Dios!
LA DAMA
La conozco, Madre Cruces.
EGUIDA de la vieja conqueridora la Señora del palacio se aleja lentamente, y á los pocos pasos, suspirando con fatiga, se sienta á la sombra de los rosales, en un banco de piedra cubierto de hojas secas. En frente se abre la puerta del laberinto misterioso y verde. Sobre la clave del arco se alzan dos quimeras manchadas de musgo y un sendero sombrío, un solo sendero, ondula entre los mirtos. Muy lejano, se oye el canto de los mirlos guiados por la flauta que tañe Florisel.
LA MADRE CRUCES
Y tornando al cuento pasado. ¿Dice que sabe la nueva?
LA DAMA
¡Ojalá me equivocase! Tú traes una carta para mí, Madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
¿Cómo lo sabe?
LA DAMA
¡No me preguntes cómo lo sé! ¡Lo sé!
LA MADRE CRUCES
¿Quién ha podido decírselo? ¡Si fué una misma cosa entregarme la carta el señor mi Marqués y ponerme en camino!
LA DAMA
No me lo ha dicho nadie. Yo lo sentí dentro