El Marqués de Bradomín: Coloquios Románticos. Ramón del Valle-Inclán
¡Como una gran angustia! Yo presumo que el señor mi Marqués viene de tan lejanas tierras solamente por ver á mi señora.
LA DAMA
Viene porque yo le llamé, y ahora me arrepiento. A mí me basta con saber que me quiere. Temía que me hubiese olvidado y le escribí, y ahora que estoy segura de su cariño temo verle.
A Señora del palacio queda un momento con la carta entre sus manos cruzadas contemplando el jardín. En la rosa pálida de su boca tiembla una sonrisa, y los ojos brillaban con dos lágrimas rotas en el fondo. Las flores esparcidas sobre su falda aroman aquellas manos blancas y transparentes. ¡Divinas manos de enferma! Suspirando abre la carta. Mientras lee asoma en la puerta del jardín una niña desgreñada, con ojos de poseída, que clama llena de un terror profético, al mismo tiempo que se estremece bajo sus harapos: Es Adega la Inocente.
ADEGA LA INOCENTE
¡Ay de la gente que no tiene caridad! Los canes y los rapaces córrenme á lo largo de los senderos. Mozos y viejos asoman tras de las cercas y de los valladares para decirme denuestos. ¡Ay de la gente que no tiene caridad! ¡Cómo ha de castigarla Dios Nuestro Señor!
MINGUIÑA
Ya la castiga. Mira cómo secan los castañares, mira cómo perecen las vides. Esas plagas vienen de muy alto.
ADEGA LA INOCENTE
Otras peores tienen de venir. ¡Se morirán los rebaños sin quedar una triste oveja, y su carne se volverá ponzoña! ¡Tanta ponzoña que habrá para envenenar siete reinos!
EL SEÑOR CIDRAN
¡La cuitada es inocente! No tiene sentido.
MINGUIÑA
Entra, rapaza, que aquí nadie te hará mal. Dame dolor de corazón el verla.
DEGA la Inocente responde levantando los brazos, como si evocase un lejano pensamiento profético, y los vuelve á dejar caer. Después, cubierta la cabeza con el manteo, entra en el jardín lenta y llena de misterio. Así, arrebujada, parece una sombra milenaria. Tiembla su carne y los ojos fulguran calenturientos bajo el capuz del manteo. En la mano trae un manojo de yerbas que esconde en el seno con vago gesto de hechicería. Estremeciéndose va á sentarse entre las dos abuelas mendigas Minguiña y la Quemada. En tanto, la Señora del palacio, allá en el fondo del jardín, sentada en el banco que tiene florido espaldar de rosales, termina de leer la carta.
LA DAMA
¡Qué tortura!
LA MADRE CRUCES
Bien se me alcanza lo que á mi señora le acontece. Como no puede retenerle largo tiempo, teme el dolor de la ausencia.
LA DAMA
¡Lo que yo temo es ofender á Dios! ¡Sólo de pensar que puede aparecerse ahora mismo tiemblo y desfallezco! ¡Y la idea de no verle me horroriza! Cuéntame qué te dijo. ¿Cómo fué el darte esta carta?
LA MADRE CRUCES
Esta mañana llegó al molino como de cacería. Yo, al pronto, le desconocí. Tiene todos los cabellos blancos, que parecen de plata. Quedóse parado en la puerta mirándome muy fijo. Ante un caballero tan lleno de majestad, me puse de pie, y ha sido cuando me habló y le reconocí.
LA DAMA
¿Y qué te dijo?
LA MADRE CRUCES
Pues, díjome estas mismas palabras: Madre Cruces, hace mucho que has visto á mi pobre Concha? Toda asombrada quedéme sin acertar á responderle. Entonces sacó del bolsillo la carta y me la entregó.
LA DAMA
¿No te habló más?
LA MADRE CRUCES
Nada más, mi reina.
LA DAMA
¿No te dijo que yo le esperaba?
LA MADRE CRUCES
Nada me dijo.
LA DAMA
¿Ni de dónde venía?
LA MADRE CRUCES
Nada.
LA DAMA
¿Y tú no le preguntaste?
LA MADRE CRUCES
No me atreví. El verle aparecer de aquella manera habíame impuesto. Eso sí, parecióme más triste.
LA DAMA
¡Dos años hace que no le veo! Fué aquí, en este mismo jardín, donde nos dijimos adiós. Yo creí morir, pero no es cierto que maten las penas.
LA MADRE CRUCES
No mata ningún mal de este mundo. Es que Dios elige á los suyos.
LA DAMA
Di, Madre Cruces, ¿por qué te ha parecido triste?
LA MADRE CRUCES
Yo no sé si será aquella cabellera toda blanca. Y agora recuerdo otras palabras del señor mi Marqués. ¡Fueron tan pocas!
LA DAMA
¡Tan pocas y aún las olvidas! Repíteme todo lo que él te dijo.
LA MADRE CRUCES
Pues díjome: ¿Mi pobre Concha sigue siempre triste? ¿Conserva aquella mirada de criatura enferma que estuviese pensando en la otra vida?
LA DAMA
¡Sigue llamándome su pobre Concha!
LA MADRE CRUCES
Siempre que habla de mi señora la nombra así.
LA DAMA
¡Su pobre Concha!.. Y bien pobre, y bien digna de lástima. Le quise desde niña, y crecí, y fuí mujer y me casaron con otro hombre, sin que él hubiese sospechado nada. ¡Aquellos ojos eran á la vez ciegos y crueles!.. Después, cuando se fijaron en mí, ya sólo podían hacerme más desgraciada.
AY un silencio largo donde se oye el zumbar de un tábano entre los rosales. La Señora del palacio, con la carta entre las manos, ha quedado como abstraída: sus ojos, sus hermosos ojos de enferma, miran á lo lejos y miran sin ver. El tábano revolotea mareante y soñoliento. La vieja conqueridora le sigue con la mirada. Muchas veces deja de verle, pero el zumbido constante de sus alas le anuncia. La Madre Cruces, un momento persigue con la mano el vuelo que pasa ante sus ojos y sonríe.
LA MADRE CRUCES
Este tábano rojo algo bueno anuncia.
LA DAMA
Yo creía que era mal agüero, Madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
No, mi reina. Mal agüero si fuese negro. Ese mismo lo vide antes.
LA DAMA
¿Y qué puede anunciarme?
LA MADRE CRUCES
Que presto llegará el galán que consuele ese corazón.
LA DAMA
¡Consuelo! Yo no sé qué es mayor angustia, si saber que está cerca, si llorarle lejos. ¿Por dónde viene?
LA MADRE CRUCES
Por seguro que caminando adonde le esperan.
LA DAMA
Si cierro los ojos, le veo en medio de un camino, pero su cara no la distingo. ¿Dices que