La Inteligencia del Amor. Jorge Lomar
mundo, oiremos hablar, además de la mente racional y emocional, de la mente intuitiva: una zona de la mente aún no descrita científicamente que nos conecta con el universo, con nuestro propósito y con nuestro potencial de autorrealización. No nos dejemos engañar por las palabras. Al hablar de autorrealización, hablamos de espiritualidad.
Estamos en las puertas de un suceso histórico: el encuentro entre la espiritualidad y la ciencia. La cita ya está fijada, por un lado, la física cuántica, la astrofísica y la psiconeuroinmunología como punta de flecha del pensamiento científico hacia la diana de la Conciencia. Por el otro lado, las nuevas formas de espiritualidad o nueva conciencia —normalmente derivada de antigua sabiduría de oriente y occidente presentada con palabras sencillas—, como movimiento integrativo que ha inspirado a un sinfín de personas de todo el mundo a abrirse a nuevas comprensiones y renunciar a esquemas y viejas creencias limitantes. Se trata del encuentro de oriente y occidente, lo viejo y lo nuevo, lo masculino y lo femenino. Lo que era posible e imposible al mismo tiempo.
A esta cita me gusta llamarlo nuevo paradigma, como una nueva etapa en la estructura de nuestros contenidos mentales colectivos, al profundo nivel de creencias y valores. Este nuevo de modo de pensar —un paradigma es un modelo— está en proceso de expansión y, a pesar de su nombre, trae cierto sabor de la más antigua y perenne sabiduría del ser humano. Se puede llamar «nuevo» porque toda esta sabiduría fue socialmente enterrada hace siglos por la religión organizada y la visión cartesiano-materialista.
Su perspectiva encaja con principios fundamentales del chamanismo —que por cierto dispone de bases filosóficas similares a lo ancho del mundo—, de las antiguas escrituras del Vedanta, el Ayurveda, el Taoísmo, el Budismo y el Zen, la Kabbalah, las más auténticas profundidades del esoterismo —como por ejemplo el Kybalion, el gnosticismo paleocristiano y los alquimistas así como H. P. Blabatsky, Gurdjeff o Paracelso—, ciertos descubrimientos fundamentales de un buen puñado de filósofos «oficiales» occidentales —como Platón, Leibniz, Kant, Berkeley, entre muchos otros— así como escrituras contemporáneas como Un Curso de Milagros, y un sinfín de comunicadores actuales —Deepak Chopra, Eckhart Tolle, Neale Donald Walsch, Greg Braden—, tanto autores como científicos —la Interpretación de Copenhague y otras teorías similares—.
Las bases de toda esta sabiduría recogida mediante comprensión, revelación o la intuición de la verdad, se integran en la llamada filosofía perenne, la filosofía común y eterna que subyace tras todas las religiones y filosofías, filosofías y sistemas de pensamiento trascendentes. Éste término, aplicado a este significado amplio, fue referido por primera vez por el filósofo alemán Leibniz en el siglo XVII. Más tarde, supo recopilarla excelentemente Aldous Huxley en 1945. Hoy en día es explorada por importantes filósofos modernos como Ken Wilber o Stan Grof. Es uno de los pilares de la psicología transpersonal.
Por lo tanto, todos estos conocimientos del nuevo paradigma han estado siempre con nosotros, codificados en antiguas escrituras, guardados por sociedades secretas y escuelas de misterios, transmitidos oralmente de generación en generación de chamanes, alejados y protegidos de la ignorancia y del poder. La verdad estaba allí para quien supiera buscarla con verdadera determinación.
No era fácil expresarla o difundirla. En todos los países han existido distintas formas de inquisición que han protegido a la corriente principal del pensamiento —egoico y controlador— de la desafiante verdad oculta en estos conocimientos perennes. Por ejemplo, los alquimistas debían explicar al mundo que sus estudios tenían que ver con la conversión de metales, una especie de magia que persigue la transmutación del plomo en oro, en lugar del verdadero entrenamiento mental que estaban llevando a cabo y que de ningún modo podía ser comprendido por los no iniciados. Si tú, como alquimista, explicabas tu trabajo sin la suficiente prudencia, había altas probabilidades de encontrarte invitado a una barbacoa en una posición de honor, concretamente en el mismo centro del ardiente fuego. Y si en ese momento no estaban de moda las «hogueras educativas», siempre ha habido otras efectivas formas de exclusión y destierro para quien no se atuviera a las interpretaciones convencionales.
Hoy día, aunque el avance en materia de libertad de expresión ha sido considerable, siguen existiendo mecanismos de protección de la corriente principal del pensamiento. Por ejemplo, es fácil que se te tache de pertenecer a una secta solo porque expongas ciertas ideas. O bien, eres incluido en el saco de la «nueva era», algo que por muchos se considera un cajón de sastre de experimentos creativos de la mente mágica e infantil. Mi visión a este respecto es mucho más compasiva con el despliegue de la llamada nueva era —traducción de new age—. Creo que es muy importante y tremendamente significativo que tantas personas en todo el mundo se hayan abierto a ideas novedosas. De hecho, ha sido el principio de un gran cambio de mentalidad social a nivel profundo que comenzó en la segunda mitad de los sesenta. Con toda probabilidad, fue la puerta de acceso a una filosofía nueva e integradora que pretende ver mucho más allá de las apariencias y que aquí denominamos nuevo paradigma. Aún falta tiempo para que tal modo de pensar fructifique socialmente en nuevos modos de hacer colectivos. Pero muchos ya disfrutamos ahora del cambio de estructura mental.
A lo largo de este libro manejaremos ampliamente la perspectiva del nuevo paradigma, ya que tras su estudio, comprensión y experimentación, cobran de nuevo sentido los principios universales del amor, la verdad, la libertad, etc. El nuevo paradigma parte sobre todo de una nueva percepción, pero conlleva también una nueva reflexión, una investigación novedosa sobre lo que la vida es. Desde la nueva percepción de lo que somos, todo cambia.
Durante estas décadas estamos comprobando poco a poco cómo la ciencia es representada cada vez más a menudo por mentes inquietas y abiertas a codearse con lo no demostrable, y por otro lado, vemos cómo recogemos nuestro legado de sabiduría milenaria y lo despojamos de los oscuros fantasmas de la superstición, la mitología y el afán de control.
A nivel social el cambio de mentalidad aún está latente. En nuestro interior, nuestro modo de pensar y sobre todo de sentir, debido al inconsciente colectivo y a la educación recibida así como a la influencia del entorno cultural en el que vivimos, y del cual estamos inevitablemente impregnados, lo que cada día manifestamos es una autopercepción basada en nuestro cuerpo, en la piel, la carne y los huesos. Demasiado a menudo nos tratamos unos a otros como objetos. Y así nos manejamos nosotros mismos también, en nuestros anhelos, objetivos y decisiones.
La separatidad, de la que hablaba Eric Fromm en su Arte de Amar, ha determinado nuestra sociedad. Desde muchos puntos de vista parece ser éste un escollo fundamental, algo que hace que la evolución en realidad parezca no ir a ninguna parte. En cierto modo, los problemas más importantes que afrontaba el hombre de Cro-Magnon hace unos 20.000 años —enfermedad, desastres naturales, disputas y violencia entre los grupos, asesinato, afán de poder entre los miembros de un mismo grupo, manipulación del conocimiento, etc.— siguen estando vigentes hoy día tan solo vistiendo formas más sofisticadas.
El vacío que hemos dejado entre nosotros, cada cual con su piel-frontera, inunda
nuestro corazón de soledad y reclama Amor a gritos, un regreso a casa que nuestra alma anhela.
Vivir en el temor
Sin lugar a dudas, lo que es realidad para nuestra mente, es lo que experimentamos internamente como realidad, es decir, lo que sentimos, independientemente de aquello que tradicionalmente llamamos lo de afuera. Puede ser que haya un sol precioso y un clima perfecto. Si nuestra mente está atormentada, tendremos un día tormentoso. Por tanto, es más preciso hablar de experiencia que de realidad. La realidad, vista por nuestros sentidos, o explorada por nuestra mente, depende del observador y cada mente vive una realidad distinta. En concreto, la experiencia finalmente depende de cómo nos percibimos.
En general, nos percibimos como materia mortal y nos identificamos con ella. Vemos que allí «afuera» las formas materiales mueren constantemente. En la experiencia de nuestros sentidos, todo tiene un principio y un fin. Todo cambia. Desde la sonrisa de un niño hasta un lavavajillas, pasando por todos los parientes y amigos a los que vemos marcharse del mundo en nuestro caminar, todo está sujeto a un tiempo de caducidad. Si nos percibimos en la misma calidad que esas formas externas, convivimos constantemente con el miedo al final, en cada pensamiento,