Yo fui la elegida. Begoña Ameztoy
quizás sospechó que era yo la que estaba al otro lado. Esas cosas se intuyen. El instinto percibe mucho más de lo que podemos llegar a imaginar. Curiosamente, me sentí algo humillada, pero no dolida, incluso podría comprender que hubiera colgado el teléfono.
Tenía razón Stephan Zweig cuando dijo: “No podré olvidar mis faltas mientras otro ser humano se acuerde de ellas”. Seguro que el escritor también vivió una situación así. Estas frases solo se te ocurren cuando algo te hace reflexionar. En cualquier caso, Zweig es un autor de culto y siempre quedas bien citándole.
No significa que no crea que pedir perdón exorciza el daño y redime la culpa. Lo creo firmemente. Por eso, además de pensar en Miguel también recordé a Olga. No me había portado bien con ella. Su amistad y su ayuda fueron vitales para mí. Quizás entonces no quise reconocer que sentí rabia o envidia porque después de haber dejado plantado a mi primo Marcos encauzara su vida con su exnovio el fiscal. Sí, tal vez esa fuera la razón. Una actitud miserable por mi parte.
Merecería que no apareciera otra “contactada” en mi vida, hasta que no me disculpara con Olga. Sospechaba que “Ellos” estaban muy hartos de mí y no iban a consentirme muchos errores más.
Dormí inquieta aquella noche. Cuando desperté mi mente estaba en blanco. No tenía el mínimo vestigio, ni el más vago recuerdo de haber soñado. Solo al final, en esa especie de duermevela cerca del despertar, llegaban a mi memoria dos imágenes. Una mujer vestida de negro, que no era mi abuela Úrsula, y unas habitaciones en una casa grande en un lugar desconocido. Que tampoco eran Izarra ni la casa de Amets. De la mujer no conseguía ver su rostro, pero se trataba de una presencia desagradable con una gran carga negativa. Como si fuera el negro presagio de que se acercaba una época difícil.
Necesitaba relajarme. Saldría a dar un paseo por la playa. Mejor pasear por la playa que comer chocolate compulsivamente intentando distraer la ansiedad. Esperaba la llamada de Demetrio Araquistain precisando la hora de la cita de la tarde. Todo lo que deseaba en aquel momento era tener en mis manos el manuscrito de Herminio Etura y descubrir la fascinante historia de Manay.
Caminé a buen paso por el paseo de Miraconcha que llega al palacio Miramar, después bajé hasta Ondarreta y me detuve en el pequeño jardín de la estatua de la reina. Siempre me pareció un lugar especial. Me senté a fumar en un banco solitario de espaldas al paseo. Encendí un cigarro disfrutando a conciencia la primera calada. Después saqué el móvil para repasar los últimos wasaps de Olga. No dejaba de pensar en ella. Fue entonces cuando vi las llamadas perdidas y los mensajes. Uno de Jaume, mi representante ¡y el otro de Carlos!
Me dio un vuelco el corazón. ¿Qué quería decirme? Mi primer impulso fue devolverle la llamada inmediatamente, pero me contuve intentando decidir cuál sería la manera más apropiada de dirigirme a él. No había vuelto a verle desde la noche que pasamos juntos en el chalé de Santander. Sin duda su llamada tenía que ver con el juicio en el que íbamos a comparecer, él como acusado y yo como testigo. Pero estaba tan impaciente por conocer más detalles de aquel asunto, que no lo pensé demasiado.
Presioné la tecla de rellamada con una inquietud creciente. Debía estar pegado al teléfono porque no tardó ni un segundo en contestar.
–¿Cómo estás, churri?
Su tono era el de siempre, chulesco y prepotente, pero no iba a conseguir amilanarme. Ni siquiera respondí a su saludo.
–Me han citado como testigo en tu juicio –dije intentando marcar distancias.
–Sí, ya lo sé, te ha citado mi abogado.
Aquello era demasiado.
–¡¡¿Tu abogado?!! ¡Pero por qué! ¿Qué coño quieres ahora?
–Ja, ja, ja... No me lo pongas tan a huevo ¿hace falta que te responda?
Ya era demasiado tarde para rectificar.
–¿Qué quieres? ¿Qué tengo que ver yo con tus mierdas?
–Tienes mucho que ver ¿o has olvidado que hiciste de intermediaria en la venta de los coches?
–¿Pero qué dices? Ese no es el tema. El tema es la querella que te han metido por la agresión que sufrió Miguel Villalba.
–¡Ah sí, tu novio! –Hizo un paréntesis para echarse a reír de nuevo. –Bueno, tu exnovio ya ¿no? Me han dicho que se enteró que le pusiste los cuernos conmigo y te ha dejado apeada.
–Eres un cabrón, tío. Te voy a colgar el teléfono.
–¿A que no lo cuelgas?
–¡A qué sí! –dije presionando la tecla de fin de llamada.
También era demasiado tarde para rectificar.
De inmediato volvió a sonar. Descolgué esperándome lo peor. Su actitud era totalmente distinta.
–No vuelvas a hacerlo –dijo entre dientes.
–Y tú no seas tan chulo.
Hizo un breve silencio.
–Te espero esta tarde en el Udaberri a las siete. No puedo explicarte nada ahora. Más vale que aparezcas.
Conocía ese tono de voz. Sentí miedo, pero necesitaba saber lo que estaba tramando. Procuraría que la cita con Demetrio Araquistaín fuera lo más pronto posible.
–No puedo a esa hora.
–¿Cuándo puedes?
–Hacia las ocho.
–Está bien. A las ocho.
Aplasté contra el suelo el cigarro a medio consumir antes de colgar.
Carlos Olaizola era un tipo altamente tóxico. Podías notar cómo te robaba energía cada vez que lo tenías cerca. Necesité tomarme un largo respiro antes de escuchar el audio que me enviaba mi representante, por wasap.
“Ascolta nena. ¿Com va tot? Tengo varias cosas para ti que no vas a poder rechazar. Llámame, ¡joder! Y a ver si coges el teléfono cuando te llamo”. De despedida, dos emoticonos: una mierda con ojos y el signo de la victoria. Ese era Jaume.
Fue una tarde frenética. Supuse que la entrevista con Demetrio Araquistain sería un trámite rápido. Intercambiaríamos los respectivos manuscritos y poco más. Pero ninguna de las dos entrevistas transcurrió según mis previsiones. En cuanto a la de Carlos, ni en el peor de los supuestos podía imaginar que aquel miserable intentara sobornarme con algo tan ruin. Pero él tampoco imaginaría que yo estuviera dispuesta a todo. Mucho antes de nuestro encuentro, comencé a perfilar una estrategia, y si para llevarla a cabo pudiera conseguir la ayuda que necesitaba, daría con sus huesos en la cárcel.
Demetrio Araquistain llegó eufórico a la cita. No podía disimular la satisfacción que le producía el negocio que estaba a punto de cerrar. El lugar elegido me pareció muy poco apropiado para un fraile tan intelectual y austero como él, pero no era el caso de poner obstáculos.
–Entonces –pregunté algo sorprendida–: ¿En la puerta del hotel de Londres... o dentro en la cafetería?
Pareció que dudaba un instante.
–Bueno, de momento quedamos en el hall del hotel. Luego ya veremos. ¿Tiene los manuscritos en su poder?
–Sí, claro.
Hablaba como si no pudiera evitar sonreír.
–Perfecto. Yo llego en cinco minutos. A las seis y media en punto estoy ahí.
Me senté a esperarle en el coqueto hall del hotel. Estaba intentando resolver qué haría con el dossier que el fraile me iba a entregar para no llevarlo a mi cita con Carlos, cuando sonó mi móvil. En el visor salió la foto sonriente de mi prima Geli. Tenía que ser algo importante para que me llamara desde Berlín.
–¡Hola, Geli, que sorpresa!
–Hola Maravi, lo siento, no te has