Naraligian. Tierra de guerra y pasión. F.I. Bottegoni
al patio del castillo. Ahí en el jardín de pinos se encontraba la reina Valeri, quien se estaba cepillando su largo cabello rubio.
—Mi señora, ¿cómo se encuentra en esta hermosa mañana? –dijo Filead.
Valeri volteó a mirar al capitán, sus ojos eran de color azul como el agua del océano.
—¡De maravilla! Se podría decir que el inicio de la primavera es la mejor época del año, salvo que todos ustedes prefieren más el frío invierno como los lobos que son. Lo que menos me gusta es no poder distinguir el verano del invierno. Aquí todo es igual un día, como en otro –La reina continuó cepillándose cuando Filead le preguntó:
—Por esas casualidades de la vida, ¿sabrá el paradero actual de su hijo? –dijo Filead inclinándose hacia adelante –Su señor esposo y mi rey, me ha solicitado que vaya en su búsqueda.
Valeri dejó el cepillo a un costado mientras una pequeña sonrisa de felicidad nacía de su rostro; sus ojos miraban con detenimiento un viejo y arrugado pino que se hallaba justo delante de ella.
—Mi amado hijo, el príncipe Ponizok, en este momento se encuentra practicando lucha con espada en lo alto de la torre Oeste. Si lo llega a encontrar allí dígale que lo quiero con toda el alma.
El joven capitán se despidió gentilmente de su señora reina para poder emprender su marcha. El camino hacia la torre Este consistía en un grupo de espacios. La gran sala del trono siempre fue la parte que más le gustaba al capitán Filead. Sus columnas de piedra talladas formando cabezas de lobos que miran el centro del salón, sus bellos murales con ilustraciones de cómo se originaron los fallstorianos y representaciones de batallas y dioses. En la torre Oeste se encontraba la gran biblioteca, a la cual, solo con autorización del señor se podía entrar. Era el lugar donde los señores de Filardin y el maestro de la fortaleza iban a estudiar o meditar. La inmensa escalera de caracol a los pies de la gran torre llevaba a la cima de esta.
En lo alto de la estructura se encontraba el gran maestro. Un hombre de mediana edad, su pelo era color cobre. Este llevaba puesta la armadura de cuero marrón oscuro sobre una cota de malla.
—Filead mi buen amigo –dijo este extendiéndole una mano al capitán. –¿qué te trae a la cima del mundo?
—He venido a buscar al príncipe Ponizok –Filead estrechó su mano con la del maestro. –Me dijeron que se encontraba aquí practicando contigo. A juzgar por lo que veo, aquí no se encuentra.
—Exactamente –dijo el maestro mientras se tiraba para atrás su corto pelo colorado –El joven príncipe en este momento está trepando esta torre desde sus cimientos. Mire con sus propios ojos si no me cree. –el maestro señaló un costado de la torre. El capitán fallstoriano asomó su cabeza por el borde. Allí, en el medio entre el piso y el final de la gran estructura, se encontraba un joven de cabello castaño oscuro al igual que sus ojos y piel blanca como la nieve.
—¡Mi señor príncipe! –Filead le gritó al joven –el rey demanda su presencia inmediata en el salón del trono.
—Un segundo –dijo el joven –Capitán Filead, dígale al gran maestro de armas Stebanis que seguiremos con la práctica y el estudio más tarde. Ponizok tomó una soga que tenía atada a su cintura, en la punta de esta, había atada una piedra. El joven príncipe arrojó ese extremo hacia la viga de la ventana de la biblioteca. Cuando la soga se enganchó, este se dejó caer hacia el suelo. Al llegar allí, se desató la cuerda de la cintura y a paso veloz fue a la sala del trono.
Filead corrió hacia el gran salón donde su rey y el príncipe Ponizok se hallaban. Alkardas se encontraba sentado en el trono mientras que su hijo permanecía parado delante de este.
—Padre –dijo Ponizok mientras se acomodaba sus vestimentas –¿Cuál es el motivo de esta repentina necesidad de mi presencia? ¡Tú mismo me has solicitado que no detenga mis estudios antes de tiempo!
—Lo sé y me arrepiento de haberlo hecho, pero el rey Pulerg te envía esto. –Alkardas tomó del costado del gran asiento la espada envuelta en lienzos.
Ponizok extrajo el bello objeto de entre su fina envoltura. Era un arma digna de reyes. Su empuñadura era color negro azabache y en la unión del mango con la hoja de esta había tallado un perfecto lobo que parecía estar gruñendo.
—Pulerg dice que la han nombrado como la Furia del Sur. También explicó en su carta que fue hecha por el más fino de los herreros goldarianos –El rey se levantó del esbelto trono y con toda su fuerza abrazó al muchacho. –¡Feliz día hijo mío! Quiero que sepas que a partir de hoy ya eres un hombre adulto destinado a grandes cosas.
—¡Gracias padre! Pido permiso para poder retirarme. El gran maestro Stebanis me está esperando. –Ponizok coloca su arma en su cinturón.
—Hazlo entonces –dijo Alkardas asintiendo con la cabeza. –Capitán Filead –Filead volteó a mirar a su señor –¿sería tan amable de acompañar a mi hijo?
—No es ninguna molestia mi señor, con gusto lo haré –Este se dirigió al patio del castillo donde el gran maestro aguardaba al príncipe.
—¿Qué te sucede Filead? –dijo Ponizok mientras miraba al capitán. –Tú no eres así. Te preocupa algo.
—No mi joven señor. Es solo que se acerca la guerra contra el rey Hignar y sus vasallos. El mismo señor de Goldanag ha pedido a vuestro padre que les brinde el apoyo, en caso de necesitarlo.
Ponizok dejó escapar una carcajada. Sus ojos no dejaban de mirar el cielo mientras se reía.
—¡Hignar es un cobarde! Sus hombres carecen de disciplina. –dijo Ponizok –Yo te advierto que, si decide atacar Goldanag, el mismo Pulerg enviará emisarios para pedirnos ayuda. Con nuestras fuerzas en el campo, Hignar, se verá obligado a retirarse. Siempre huye de nosotros.
Filead se detuvo un momento frente a la gran estatua que se hallaba en el centro del patio. No dejaba de rascarse la barba color marrón que poseía.
—Joven príncipe –dijo este mientras se erizaba con las manos el cabello de la frente –No por nada conocemos al bosquerino como el rey sabio. Le puedo asegurar que, si él lleva a sus fuerzas a su terreno, la victoria estará de su parte. Nosotros somos guerreros de campo abierto, en un bosque, nuestras tropas caerían. Creo que Stebanis le debe haber ya explicado el arte de la guerra, sino, debería estudiarlo por si solo.
—Tienes razón, nunca había pensado en esa posibilidad –Ponizok asentía con la cabeza mientras se mordía los labios.
Bueno, aquí nos separamos. Espero capitán Filead, que cuando se produzca este conflicto, este a mi lado en el campo de batalla. –Filead hizo una reverencia al joven príncipe y se retiró a la gran taberna de la ciudad donde los capitanes del ejército solían pasar las noches.
Las puertas de los muros de la fortaleza permanecían todavía abiertas mientras que los guardias, apostados en ellas, vigilaban el ingreso y salida de personas. El Capitán fallstoriano cruzó la inmensa entrada de piedra y recorrió las calles de la ciudad, las cuales rebosaban de gente. Los escuadrones de la guardia patrullaban todas las calles de Norte a Sur y de Este a Oeste, manteniendo la seguridad en la capital.
El Faleriano, ese era el nombre de la taberna, era un viejo edificio de piedra por el cual subían enredaderas. Al ver a Filead llegando los guardias abrieron las puertas. La oscuridad prevalecía en este lugar. En una mesa de la esquina derecha, Filead logró distinguir las capas negras con lobos plateados bordados en ellas.
—¡Mis amigos! –Filead tomó uno de los asientos y se sentó. Llamó a uno de los camareros –Una pinta de cerveza rubia por favor.
Uno de los hombres sentado a la mesa miró al Capitán. Era un hombre viejo, sus ojos eran grises como el hierro y su pelo negro como la oscuridad.
—¿Qué noticias traes? –dijo este mientras tomaba un trago de cerveza –¿o acaso no traes ninguna?
—Déjalo Benogac –dijo otro de los hombres –de seguro