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americana situada en el barrio de Waterkloof, que como se dijo, era exclusivo para blancos. Para los americanos Sudáfrica era importante en el cuadro de la guerra fría pues servía de coto a la penetración soviética en los países del área y era, además, proveedor de una serie de minerales estratégicos necesarios para Washington. Con este cuadro objetivo, poco a poco el Ministro Consejero recién arribado se fue dando cuenta de la realidad política que significaba Sudáfrica y de las serias diferencias raciales con que vivía el país, las que antes solo conocía de oídas. La comprobación del grado que en realidad tenía el apartheid solo hizo aumentar el rechazo visceral que le creaba la discriminación racial.
Importante en este conocimiento del país fue el diálogo que tuvo con el encargado de negocios de Suecia, a quien había conocido en Naciones Unidas. De consejero en Nueva York había sido promovido a jefe de misión en Sudáfrica. Mientras trabajó en la Organización se había especializado en África y en particular en el tema de la discriminación racial. Johan vivía en una casa de fábula y su gobierno era dueño de un buen departamento en Cape Town, por lo que se trasladaba a dicha hermosa ciudad cuando el gobierno sudafricano se mudaba allí durante los veranos cuando funcionaba el Congreso. Para Johan el hecho de ir a Sudáfrica no solo le significó un ascenso en su carrera, sino que también la posibilidad de vivir cotidianamente una vida llena de facilidades domésticas. Adicionalmente, tenía relaciones constantes y fluidas con los más altos ejecutivos de las grandes empresas suecas fabricantes de maquinaria para la minería, lo que le permitiría a su retiro intentar una vinculación profesional con aquellas. Era un tipo capaz, que había estudiado periodismo antes de ingresar al Servicio Exterior. Conocía la realidad sudafricana como nadie. Recibió a Kelly con amabilidad, pues se había creado entre ellos un lazo cercano cuando ambos eran miembros del Comité de los 24 en Naciones Unidas y muchas veces viajaron juntos a diversas misiones encargadas por la Organización. John le pidió que compartiera con él su percepción sobre lo que estaba pasando en el país y cuál sería el futuro de esta verdadera caldera, donde la inmensa mayoría negra tenía conculcados sus derechos más fundamentales, mientras una pequeña minoría blanca se había apropiado del país y mantenía su poder en base a la fuerza y la represión.
El mayor interés de John en esas semanas iniciales se centraba en determinar exactamente cuál era la condición del African National Congress, el Partido de Nelson Mandela, el cual, de acuerdo a lo que sostenía el Ejecutivo sudafricano y ciertos militares chilenos que se sentían atraídos por la amistad que el gobierno de Pretoria mostraba con el de Santiago, no era más que un antro de comunistas que obedecía los designios de la Unión Soviética. Le interesaba, además, conocer con cierta exactitud hasta dónde se extendía la influencia real de Mandela, quien desde la cárcel aparecía como el jefe indiscutible del movimiento negro y la cabeza visible de la oposición a la opresión de los blancos. Las preguntas eran cuál era su poder real en el Partido y cuán efectiva era en la práctica su influencia.
Johan le explicó al chileno que el liderazgo de Mandela en el ANC y sobre la totalidad de los negros en general era indiscutible, y que el respeto hacia él era incuestionable, lo que hacía que el gobierno tuviera verdadero pavor a lo que podría pasar si lo liberaba, ya que la situación podría resultar inmanejable.
El Partido Nacional gobernaba en forma absoluta el país desde las elecciones de 1948 y había dictado las leyes más draconianas contra los negros, entre otras la segregación absoluta en los colegios, en la formación de las familias, en el deporte, en la convivencia en las ciudades, en la movilización, en la actividad política que impedía votar a los negros y en todo lo imaginable. Su trilogía dirigente, conformada por el Primer Ministro P.W. Botha, el Ministro de Defensa Magnus Malan y el Ministro de Relaciones Exteriores Pick Botha, estaba decidida a enfrentar con todos los medios a su alcance los movimientos tanto internos como externos que pretendieran morigerar y al final terminar con el sistema de segregación vigente.
Para ello contaban con el poder de sus Fuerzas Armadas, que en su totalidad estaban conformadas por blancos, y la policía, que aunque tenía miembros negros, garantizaba su obediencia gracias a un muy estricto control interno. El alto precio que había tenido el oro en el último tiempo (Sudáfrica era el principal productor del mundo), así como los diamantes y otros minerales estratégicos, le permitía al país poseer unas inmensas reservas internacionales, por lo que todos los bloqueos que se dictaban en su contra producían casi un nulo efecto. Ningún país estaba dispuesto a aparecer públicamente negociando con Pretoria, aunque la mayoría lo hacía en forma subrepticia, especialmente los propios países africanos y sobre todo sus vecinos. Era una suerte de comedia de equivocaciones entre lo que se decía y se acordaba internacionalmente, con lo que en la práctica se hacía. El sustantivo caudal de divisas que poseía Sudáfrica le había permitido al país comprar grandes cantidades de crudo que le garantizaba un stock que embargo alguno podía hacerla sentir en riesgo.
En cuanto a la posibilidad de que Sudáfrica hubiera sido capaz de construir una bomba atómica y la tuviera dentro de su arsenal, como se especulaba en ciertas revistas especializadas, el sueco le indicó que no había certeza de ello, pero que era absolutamente posible dada la cantidad de científicos de diferente origen que había venido al país atraídos por los buenos sueldos que se les ofrecían y por los abundantes recursos que el país poseía. Pretoria no contaba con bombarderos apropiados como para transportar una bomba atómica. Sus aviones de transporte en su mayoría eran unos muy bien cuidados C47, la versión militar de los viejos DC 3 de la Segunda Guerra Mundial, y sus cazas más modernos eran antiguos Mirage, a los cuales se les habían introducido importantes avances y que por su versatilidad se les denominaba Cheetas, pero su alcance y capacidad eran muy limitados. La verdad era que no poseía capacidad alguna para amenazar con un arma nuclear –de poseerla– a un país ubicado más allá de 500 kilómetros de sus fronteras. Pero la sola circunstancia de tener capacidad para desarrollar en forma exitosa un proyecto como aquel, ponía a sus Fuerzas Armadas en un sitial respetable frente al resto del mundo y producía temor entre sus vecinos
En lo que decía relación con el Partido African National Congress, Johan insistía en que Mandela era reconocido como el líder indiscutido, pero algunos de los dirigentes que estaban en libertad y que de hecho ejercían la dirección del grupo, tenían serias diferencias con otros opositores al apartheid, especialmente en cuanto al universo humano que el movimiento liberador debía aceptar. El ANC cobijaba a todos aquellos que estaban por terminar definitivamente con los privilegios de los blancos, por lo que en su seno había indios, blancos, “colors” y todas las minorías víctimas del sistema que se había impuesto por la fuerza. Los grupos más radicalizados sostenían que la lucha debía ser llevada a cabo por y para los negros, que eran los habitantes originarios del país, la inmensa mayoría y a quienes pertenecía la tierra. Así como América fue para los americanos, África debía ser para los negros. Pese a las diferencias internas y a las dificultades con otros grupos anti apartheid, la directiva del ANC contaba con hombres valiosos y decididos, los que poseían una visión más realista de lo que el común de la gente pensaba. Es más, no era desconocido que en varias capitales del mundo personeros suyos se reunían con los directivos superiores de la Empresa Anglo American, la más importante del país y controladora en la práctica de la mayoría de las explotaciones mineras sudafricanas. En esas citas ambos actores se esforzaban por llegar a ciertos consensos básicos acerca de cómo llevar a Sudáfrica a una nueva realidad, reuniones que al Primer Ministro P.W. Botha no le agradaban en absoluto. Luego, el sueco se refirió en forma negativa a Winnie Mandela, cosa que a Kelly extrañó sobremanera, pues poseía la percepción generalizada que había en el exterior en el sentido de que ella era en la práctica la alter ego de su marido preso. En verdad, así había sido antes, pero existía información creíble en el sentido de que Winnie se había dedicado a formar grupos radicalizados dentro del Partido como una manera de obtener poder personal e independiente, fomentando las diferencias y llegando al extremo de promover actos de violencia contra quienes no aparecían como sus incondicionales. En lo que respecta a Nelson Mandela mismo, le informó que la trilogía en el poder por motivo alguno permitiría su liberación, aunque cumpliera con la condición que se le había impuesto como precio a su libertad y que consistía, entre otras exigencias, a la renuncia pública a todo tipo de violencia. El diplomático nórdico especuló que si Mandela quedaba libre de hecho pasaría a ser el líder