Emergencia climática. Antonio Cerrillo

Emergencia climática - Antonio Cerrillo


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      Una de las ventajas que supone actuar en la protección y adaptación del cambio climático es que permite en paralelo reducir emisiones que también contaminan y que afectan a la salud. Por ello, cualquier intervención en este campo es un acicate para mejorar la calidad de vida y los servicios e infraestructuras para un desarrollo justo y perdurable.

      En cualquier caso, para contener un aumento de temperaturas a 1,5°C, se necesita acelerar la transición hacia un modelo energético limpio (lo que es tanto como reducir el consumo, mejorar la eficiencia y acelerar la rápida electrificación). En este escenario climático, las fuentes renovables deben abastecer entre un 70% y un 85% de la electricidad en el 2050.

      Pero también será necesario poner en marcha grandes planes que permitan absorber y neutralizar el CO2, que se ha ido adueñando de la atmósfera. Habría que echar mano a sumideros (crecimiento de bosques, reforestación, restauración de suelos), a proyectos de secuestro y almacenamiento de carbono en suelos u océanos y a otras soluciones de gran alcance y que, incluso, aún no han sido experimentadas a gran escala. Todo ello, con el fin de lograr un balance de emisiones netas cero para mitad de siglo.

      Pero los actuales compromisos firmados por los países bajo el acuerdo de París (2015) son insuficientes.

      Las emisiones de gases han aumentado un 1,5% de media anual la última década, pese a todas las advertencias y alarmas. En el año 2018, el total de estas emisiones (incluidos los usos del suelo y la deforestación) alcanzó las 55 gigatoneladas de CO2 equivalente.

      Si las cosas permanecen tal y como están, se espera un aumento de temperaturas de entre 3,4ºC y 3,9ºC a finales de este siglo, lo que causará un amplio abanico de impactos climáticos destructivos. Incluso si se cumplieran las actuales contribuciones determinadas a nivel nacional acordadas en París, la subida de temperatura se encaramaría hasta los 3,2ºC, según detalla el informe Brecha de emisiones del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma).

      Las emisiones de gases invernadero de las veinte grandes economías del mundo (G-20) están aumentando. Y ninguna de ellas puede mostrar contribuciones que estén en línea con lo pactado en París.

      Para lograr un clima estable, se necesitaría que las emisiones empezaran a declinar mucho antes del 2030; en caso contrario no quedaría más remedio que intentar echar mano apresuradamente a sistemas de captura y almacenamiento de CO2 hoy poco desarrollados y que están rodeados de grandes incertidumbres. Hoy no se dan pues las garantías de que las alteraciones del sistema climático no se escapen a nuestro control.

      Un planeta sin hielo es más peligroso

      La subida de temperaturas, los fenómenos extremos y la subida del nivel del mar son algunos de los elementos clave que han hecho disparar las alertas y que han dado lugar a la actual situación de emergencia climática.

      Durante el siglo XXI, los océanos continuarán calentándose según los expertos del IPCC. La consecuencia es un derretimiento masivo de las capas heladas de la Tierra. Seguirán desapareciendo glaciares y plataformas de hielo, todo lo cual, unido a la expansión térmica de las aguas, traerá consigo una elevación de los niveles de los mares y océanos.

      Pero un planeta con menos hielo será más peligroso en el futuro, con territorios costeros más expuestos a la subida de las aguas, la erosión, la intrusión marina y la pérdida de valiosos ecosistemas litorales.

      El resultado es que el número de personas que viven en lugares de riesgo por inundaciones costeras relacionadas con el cambio climático es el triple de lo que hasta ahora se pensaba. Y esta vulnerabilidad seguirá creciendo a medida que se incrementen las temperaturas y los deshielos y crezca la prevista subida del nivel del mar.

      Un total de 300 millones de personas viven en zonas litorales que están amenazadas con sufrir inundaciones anuales en el año 2050, una cifra que se elevaría hasta los 360 millones de personas a finales de siglo, según un estudio de Climate Central publicado en la revista Nature Communications. Y eso, siempre en un escenario con una reducción moderada de emisiones.

      El ascenso del nivel del mar requerirá una mayor autodefensa. Entre 1902 y 2015 ya ha sido de 0,16 metros. Pero lo más significativo es que esta elevación tiene tasas crecientes (de 3,6 mm al año entre el 2006 y el 2015). Es decir, 2,5 veces más que la del período 1901-1990 (1,4 mm al año). Desde 1970, el deshielo de los glaciares del planeta y la expansión térmica de las aguas son los dos grandes factores clave que explican este fenómeno. Y detrás de ellos, está la mano del hombre.

      Las proyecciones futuras apuntan la misma tendencia. Para el 2081-2100 la subida del mar oscilará entre 0,30/0,43 metros en un escenario muy optimista (siempre con relación al período 1985-2005). Pero si las emisiones de gases siguen desbocadas, esa elevación se situará entre los 0,71/0,84 metros. El ascenso puede llegar, incluso, a un metro en el 2100 debido a la prevista pérdida de hielo en la Antártida.

      La subida del mar continuará en los próximos siglos. Hacia el 2100 será de 4 a 15 milímetros al año; pero puede ser de varios centímetros anuales en el siglo XXII y totalizar entre 2,8 y 5,4 metros en el 2300 en el peor de los casos. Todo ello subraya “la importancia de reducir las emisiones para limitar el ascenso del mar”.

      Parece una distopía, pero son proyecciones científicas, basadas en modelos que toman en consideración los escenarios futuros según nuestro modelo de desarrollo (emisiones, grado de globalización, usos de la energía…).

      Todo esto, lo sostienen los expertos del IPCC; no son interpretaciones. Los efectos más temidos se derivan, sobre todo, de la mayor vulnerabilidad de las poblaciones situadas en áreas más expuestas (zonas bajas, islas, deltas de ríos…) y pertenecientes a países menos adelantados, con más dificultades para su adaptación al cambio climático.

      “Los límites de adaptación se han alcanzado”, recalca el IPCC, que define este concepto como un punto en que los riesgos son “insuperables”.

      Como consecuencia de todo ello, algunas islas-nación probablemente se volverán inhabitables, aunque la capacidad para reconocer este umbral de resistencia es difícil de evaluar, admiten los expertos.

      El calentamiento oceánico exacerbará la acidificación. El pH de las aguas será mucho más bajo, con lo que determinados organismos dejarán de tener capacidad para formar sus conchas o sus esqueletos calcáreos (crustáceos, moluscos...).

      Si seguimos obsesivamente la evolución de estos territorios helados no es sólo por su interacción con el clima, sino porque afectan a las personas. Si se llega a un aumento de 2ºC en las temperaturas, la capa helada del Ártico (que alcanza de manera cíclica, anualmente, su extensión mínima en verano antes de recuperarse en otoño e invierno) llegaría a desaparecer del todo en los meses estivales una vez cada década. De hecho, el hielo retrocede en este océano a razón de un 12,3% por década desde 1979; y la nieve en las tierras árticas mengua con una tasa del 13,5% por década.

      Todos los procesos de escorrentía de caudales desde los glaciares y las zonas heladas al mar continuarán a largo plazo debido al incremento de las temperaturas del aire en superficie.

      Las capas heladas de Groenlandia contribuyen actualmente más que la Antártida en los vertidos de caudales sobre los océanos, pero la Antártida podría convertirse en el más importante factor que contribuya al final del siglo XXI a este fenómeno.

      La previsión es que para el 2100 desaparezca entre el 24% y el 69% de los suelos de permafrost (tierra permanentemente helada). El efecto sería la liberación de decenas de cientos de millones de toneladas de carbono acumuladas bajo tierra así como metano y CO2, lo que comporta un gran potencial para acelerar el cambio climático.

      El fin de los hielos incide especialmente sobre las comunidades y municipios de las tierras árticas, que afrontan ya los fallos de las infraestructuras por inundaciones y el derretimiento del permafrost, mientras en zonas de Alaska se ha planificado incluso la relocalización y realojamiento de parte de sus poblaciones. Los modos de vida, de caza, de pesca o el manejo del ganado se han visto convulsionados por estos cambios.

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