Emergencia climática. Antonio Cerrillo

Emergencia climática - Antonio Cerrillo


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administrativos o las medidas de seguridad del medio ambiente impuestas) han hecho que el fracking no haya despegado.

      La campaña desplegada por la organización Alianza Mar Blava, que aglutina a numerosas instituciones y entidades cívicas de Baleares, frenó todos los nuevos proyectos de investigación de hidrocarburos en el Mediterráneo español, consistentes en la realización de sondeos para caracterizar los suelos submarinos y evaluar la posible existencia de yacimientos. El Gobierno socialista recogió en su anteproyecto de ley de Cambio Climático su plan para vetar las nuevas investigaciones para evaluar la presencia de hidrocarburos en las aguas territoriales españolas.

      El gran salto en esta corriente de opinión vino de la mano de la movilización de cientos de miles de adolescentes y jóvenes que dejaron sus aulas en las dos grandes jornadas de huelga (marzo y septiembre del 2019) organizadas para denunciar la falta de respuesta de los gobiernos frente a la crisis climática. En todo el mundo, desde Sidney a Nueva York, desde Nueva Zelanda a París, la oleada de protestas se ha ido expandiendo. “Dejen de quemar nuestro futuro”, “Abajo las minas de carbón”, “Queremos nuestro aire limpio”, “No hay un planeta B” fueron algunas de las consignas que daban cuenta de sus demandas.

      Las organizaciones convocantes, como Juventud por el Clima (Fridays for Future) o Extinction Rebellion, plantearon estas movilizaciones como acciones de claro carácter reivindicativo, festivo y fundamentalmente pacífico. Su pretensión era hacer uso de la calle como el espacio público por antonomasia para ejercer la libertad de expresión y la lucha por la defensa del futuro del planeta. Su objetivo era lanzar una llamada de atención al resto de la ciudadanía para que se sumara y participara en la defensa democrática de los bienes comunes, como lo son los ecosistemas y el medio ambiente.

      En numerosas zonas del planeta se ha dejado sentir la voz de un movimiento que se opone a que el planeta esté “lleno de montañas decapitadas, valles anegados, bosques talados, acuíferos fracturados, laderas arrasadas por la minería a cielo abierto y los ríos envenenados”, en palabras de la escritora Naomi Klein.

      La cara más visible de este movimiento es Greta Thunberg, una joven adolescente de Suecia, de aspecto tímido y que con sólo 16 años logró en poco tiempo lo que miles de científicos de todo el mundo no han conseguido transmitir a la sociedad a lo largo de dos décadas en sus sesudos y voluminosos informes sobre el calentamiento y sus estragos difundidos a través del sistema de Naciones Unidas. Su mensaje central es que la Tierra vive una situación de excepcionalidad a causa del cambio climático, que socava las claves de la propia existencia del hombre como especie.

      Su ejemplo y liderazgo ha llevado a catapultar un movimiento, el de la justicia climática, cuyas acciones y protestas promovidas por organizaciones como Fridays for Future o Extinction Rebellion exigen a los gobiernos la declaración de emergencia climática.

      La joven de pecas, trenzas y sonrisa fugaz se convirtió en la sombra de un vuelo de mariposa aunque su efecto multiplicador se dejó sentir como un tsunami planetario. Y todo ello se gestó al trascender que cada mañana esta muchacha se sentaba –era el inicio del curso en septiembre del 2018– en la puerta del Parlamento sueco, en el centro de Estocolmo, para desplegar su modesta pancarta y protestar contra la inacción del Gobierno frente al calentamiento.

      Su activismo adolescente ha tenido el efecto de un golpe seco, un raro e imprevisto mazazo, en un momento en que los mensajes a favor de la conservación del medio ambiente se habían hecho tan omnipresentes como anestesiantes, hasta chocar con un cierto desinterés social cuando no con una cierta ecofatiga. Su aparición ha envuelto los rotundos mensajes científicos con una emotividad que ha servido para que amplias capas de la sociedad hayan empezado a reaccionar ante los temores de que un cambio climático rápido se escape de todo control. Ella ha sido la voz y la imagen de quienes han logrado que esta preocupación sea ya un asunto prioritario de la atención mundial.

      Sus intervenciones en las conferencias de la ONU sobre cambio climático de Katowice (diciembre del 2018, en Polonia) o en la cumbre especial de la ONU en Nueva York (septiembre del 2019) elevaron el tono de su protesta, ya expresada como una censura a los mandatarios políticos y económicos cuando fue invitada a Davos o al Parlamento europeo.

      La reprimenda fue especialmente contundente cuando, en Nueva York, acusó a los líderes mundiales en la cumbre especial sobre cambio climático de la ONU de omisión y traición: “Y si elegís fallarnos, os digo que nunca os perdonaremos. Nos os dejaremos que os salgáis con la vuestra… Los jóvenes están empezando a entender vuestra traición”, advirtió Thunberg en un discurso mostrándose enojada y emocionada.

      Dotada de una sorprendente capacidad para resumir mensajes complejos en un mundo donde las comunicaciones exigen frases sencillas, Thunberg ha conectado con la emotividad de muchas personas y ha aglutinado a su generación, que posiblemente quedará marcada por la conciencia de que puede sufrir las peores consecuencias de la crisis climática (altas temperaturas, deshielos, subidas del nivel del mar, sucesos climáticos extremos…).

      No sólo ha provocado las primeras huelgas mundiales estudiantiles seguidas en todo el planeta, sino que se ha convertido en algo así como la voz de la conciencia de las futuras generaciones que no quieren recibir como legado un planeta más degradado o casi inhabitable.

      El informe sobre desarrollo sostenible (Informe Brundt­land, 1987), obra de la primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland, reclamaba a la sociedad actual que asumiera el compromiso de dejar a las futuras generaciones un planeta igual o mejor que el que habían heredado. Greta representa a los jóvenes que están convencidos de que no estamos en la dirección correcta. Tal vez sea una temprana voz de alerta de esas futuras generaciones que nos interpelan y nos acusan de ser responsables de un desarrollo económico destructivo.

      Y nos devuelve la pelota al presente. A fin de cuentas, para ella un calentamiento muy acusado a finales de siglo XXI no le resulta algo tan lejano. En el 2078 celebrará su 75 cumpleaños. Entonces, “si tengo hijos, quizás me preguntarán por qué (vuestra generación) no hizo nada cuando aún había tiempo para actuar”, soltó en Katowice.

      Ella misma ha definido perfectamente la emergencia en sus entrevistas e intervenciones, en las que ha desplegado reflexiones contundentes, lúcidas. Si la crisis climática es tan grave como dicen los científicos, “¿por qué esta no es la primera noticia cuando enciendes la televisión, escuchas la radio o lees los periódicos?”; “si la quema de combustibles amenaza nuestra existencia, ¿cómo podemos continuar quemándolos?, ¿por qué no hay restricciones?, ¿por qué no es ilegal hacerlo?” se preguntaba. Y así: “Si..., si…”.

      El objetivo fundamental en todas las iniciativas ha sido reclamar a los gobiernos una acción urgente para reducir de manera drástica –y en el menor tiempo posible– las emisiones de gases invernadero, señaladas como responsables del peligroso calentamiento. Se reclama algo fundamental: que quienes menos han contribuido al calentamiento, como son las naciones menos adelantadas y los sectores más vulnerables (sin capacidad de adaptarse a este fenómeno), no sean los que más sufran sus efectos.

      La relevancia de esta joven delata, ciertamente, la ausencia de representantes públicos y líderes políticos suficientemente comprometidos con la adopción de políticas ambiciosas para combatir la crisis climática.

      Es revelador que la organización de las Naciones Unidas la haya acogido en su seno como un ariete –es lo que ha venido haciendo su secretario general, Antonio Guterres– para pedir a los gobiernos un golpe de timón, para que adopten medidas acordes con la emergencia que reclaman los expertos.

      Con sorprendente madurez, Thunberg ha sido capaz de desvelar todas las contradicciones de un sistema económico y energético que ataca la estabilidad climática.

      Ella ha puesto contra las cuerdas al negacionismo climático en Estados Unidos y ha intentado extirparlo entre su población joven, que le ha mostrado todo su apoyo en concurridísimas manifestaciones. Es su conquista.

      No obstante, el mayor riesgo es que su popularidad alimente una mitología con cimientos de barro en un momento en que se escruta todo cuanto hace, dice y le rodea.

      La influencia de Greta Thunberg puede


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