Manifiesto por la igualdad. Luigi Ferrajoli

Manifiesto por la igualdad - Luigi Ferrajoli


Скачать книгу
leer y contestar todas las concretas desigualdades y discriminaciones como violaciones de aquella. En sentido descriptivo, o sea, entendida como hecho, la igualdad es siempre falsa. En sentido prescriptivo, es decir, como norma o valor, es siempre un ideal-límite, nunca perfectamente, sino solo imperfectamente realizable, cuando en cada ocasión resulte tomado en serio, gracias a la percepción de sus violaciones impuesta a todos por la generalización del punto de vista de los discriminados.

      Este punto de vista externo —de quien sufre y contesta las discriminaciones y las desigualdades existentes— es el que en cada caso da un nuevo sentido, siempre revolucionario, al principio de igualdad: el punto de vista de los migrantes que huyen de la miseria y de las guerras y ponen en riesgo su vida en el intento de traspasar nuestras fronteras; de los trabajadores precarios o desempleados, carentes de una renta que les garantice una existencia digna; de las mujeres islámicas, constreñidas por sus tradiciones y culturas a sufrir mortificaciones y mutilaciones; de los miles y miles de personas que, en el mundo, viven en un estado de indigencia absoluta. Estos son los puntos de vista que hoy renuevan el significado del principio de igualdad, ya varias veces cambiado, en el curso de los más de dos siglos que nos separan de la Declaración de 1789, gracias a tantas luchas como han denunciado las muchas violaciones: a las luchas obreras, a las batallas de las minorías discriminadas, a las luchas de liberación de los pueblos, a las luchas de las mujeres, que siempre han ampliado el sentido de la igualdad a cuantos eran excluidos de sus anteriores parámetros. El velo de la normalidad, que en el pasado ocultó discriminaciones y desigualdades, opresiones y violencias, ha sido —y continuará siendo— desgarrado por el punto de vista externo de cuantos las combatieron, después de haberlas llamado por su nombre.

      Por lo demás, esta historicidad de la dimensión semántica afecta a todo el derecho, que es un universo lingüístico y convencional, es decir, un mundo de signos y de significados asociados a esos particulares signos o textos lingüísticos que son las leyes. Estos significados, a través de los que normalmente leemos y valoramos la realidad, no están dados de una vez por todas, sino que cambian con la mutación de las culturas, de la fuerza y de la conciencia de los actores sociales que han sido al mismo tiempo intérpretes, críticos y productores del derecho. El principio de igualdad jurídica es quizá el más expuesto a tales cambios de significado, por ser al mismo tiempo contestado y reivindicado por los que se oponen a desigualdades y discriminaciones, que solo gracias a sus luchas han sido y son desveladas por quienes son sus víctimas y claman por hacerlas desaparecer. En efecto, la percepción de la desigualdad es siempre un hecho social, ligado a la práctica subjetiva y colectiva de los sujetos que son sus portadores. Una percepción primero minoritaria incluso entre las víctimas de la desigualdad, luego compartida por la mayoría de estas y, al fin, con el desarrollo y el éxito de sus batallas, destinada a generalizarse y a convertirse en sentido común.

      Si es así, podemos estar seguros de que las enormes desigualdades y discriminaciones que hoy se manifiestan en ese gigantesco apartheid mundial que excluye a gran parte de la población del planeta de nuestras ricas y privilegiadas democracias, y que, ciertamente, no se aparecen a cuantos tienen la fortuna de vivir en los países ricos, resultarán cada vez más visibles e intolerables a los excluidos, y reclamarán también siempre con mayor fuerza ser eliminadas, so pena del descrédito de los que se llaman «valores occidentales». Es algo de lo que hay que ser conscientes. Frente al realismo miope de cuantos consideran irreal la perspectiva de un orden global fundado en la igualdad «en dignidad y derechos» establecida por el primer artículo de la Declaración Universal de 1948, hay que reconocer que la idea más irreal es que los países ricos puedan cerrarse indefinidamente en sus fronteras y seguir gozando de sus privilegiados tenores de vida, sin que a largo plazo la revuelta de los excluidos acabe por destruir sus mismas democracias. Y que no cabrá seguir declamando de forma creíble como valores universales la democracia y los derechos humanos, la igualdad y la dignidad de las personas, de no ser abolidos o al menos reducidos la opresión, el hambre y la miseria de miles de millares de seres humanos que desmienten de manera clamorosa aquellos valores.

      Siendo realistas, todo esto no puede durar. Hay siempre un momento en el que la presión de los excluidos resulta irresistible. Por eso, tomar en serio el principio de igualdad en los derechos humanos, mediante el desarrollo de una esfera pública y de instituciones de garantía a la altura de la globalización en acto y de los nuevos poderes transnacionales, no solo es un deber jurídico impuesto por tantas cartas y convenciones internacionales, sino también una condición indispensable de la paz y la seguridad de todos. Es el propio preámbulo de la Declaración de 1948 el que, con realismo, establece este nexo entre paz y derechos. Así, sería un signo de realismo que las grandes potencias entendieran finalmente que el mundo está unido no solo por el mercado global, sino también por el carácter global e indivisible de la seguridad, la paz, la democracia y los derechos humanos, y, en consecuencia, tomasen por primera vez en serio tales derechos, ya que no por razones morales o jurídicas, al menos en su propio interés. Para no verse arrastradas a un futuro de guerras, terrorismos y violencias, y no tener que volver a descubrir los nexos indisolubles entre derecho y paz y entre derecho y razón después de haber sufrido nuevas catástrofes planetarias. Cuando sea demasiado tarde.


Скачать книгу