¿Ha enterrado la ciencia a Dios?. John C. Lennox

¿Ha enterrado la ciencia a Dios? - John C. Lennox


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Texas and Norcross, Georgia, CLM and RZIM Publishers, 2003.

      2.

      EL ÁMBITO Y LOS LÍMITES DE LA CIENCIA

      «Cualquier conocimiento alcanzable, ha de serlo por métodos científicos; y lo que la ciencia no pueda descubrir,la humanidad no puedo conocerlo».

      BERTRAND RUSSELL

      «Sin embargo, la existencia de un límite para la ciencia queda clara por su incapacidad de responder a preguntas elementales e infantiles relacionadas con principios y postrimerías, del tipo: ¿Cómo comenzó todo esto? ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué sentido tiene la vida?».

      SIR PETER MEDAWAR

      EL CARÁCTER INTERNACIONAL DE LA CIENCIA

      Sea la ciencia lo que fuere, lo que está claro es que es algo ciertamente internacional. Para muchos, incluido aquí el autor, uno de los aspectos fundamentales de ser científico es el de pertenecer a una comunidad verdaderamente internacional que trasciende todo tipo de fronteras, de raza, ideología, religión, convicción política y toda la multitud de variadas cosas que pueden dividir a las personas entre sí. Todo esto queda fuera a la hora de hacer frente a los misterios de las matemáticas, comprender la mecánica cuántica, luchar contra las enfermedades, investigar las propiedades de materiales nuevos, formular teorías sobre el interior de las estrellas, desarrollar nuevas formas de producción de energía o estudiar la complejidad de la proteómica.

      Es precisamente por este ideal de una comunidad internacional, libre para realizar su trabajo científico sin restricciones por parte de intromisiones ajenas y potencialmente divisivas, por lo que los científicos se empiezan a poner nerviosos, comprensiblemente, cuando la metafísica amenaza con levantar la cabeza. O, peor aún, cuando surge la pregunta sobre Dios. Porque, en principio, ¿acaso no es la ciencia un ámbito que puede (y debe) mantenerse religiosa y teológicamente neutral? En general, así es. Gran parte de las ciencias naturales, de hecho, probablemente la mayor parte, son así. Después de todo, la naturaleza de los elementos, la tabla periódica, los valores de las constantes fundamentales de la naturaleza, la estructura del ADN, el ciclo de Krebs, las leyes de Newton, la ecuación de Einstein, etcétera, no tienen nada que ver esencialmente con ningún tipo de compromiso metafísico. ¿No es eso?

      DEFINICIÓN DE CIENCIA

      El aspecto positivo de esta definición es que ciertamente nos permitiría distinguir entre astronomía y astrología. Sin embargo, el problema obvio es que, si se mantiene, la mayor parte de la cosmología contemporánea quedaría descartada como ciencia. Es difícil ver cómo el modelo estándar del origen del universo puede describir algo más que eventos únicos: el origen del universo no parece (fácilmente) reproducible. Se comprenderá que los cosmólogos se molesten si se les dice que sus actividades no cualifican como ciencia.

      Y es que hay otra forma de ver las cosas que es parte esencial de la metodología de la ciencia contemporánea, que es el método de la inferencia a la mejor explicación (también llamada a veces abducción). Está claro que los fenómenos reproducibles constituyen la mejor verificación de nuestras predicciones sobre ellos, pero, de todos modos, en el caso de fenómenos irrepetibles también se puede preguntar por su mejor explicación. La lógica correspondiente sería: si A se da, entonces B es probable. Si se observa B, A pasa a ser candidato de una posible explicación de B. La definición de Ruse no parece incluir esta otra posibilidad lógica.

      Sin embargo, su inadecuada definición es útil para recordar que no toda la ciencia tiene el mismo tipo de autoridad. La teoría científica basada en la observación repetida y en la experimentación es probable que tenga o deba tener más autoridad que la que no lo está. Siempre existe el peligro de no valorarlo así e investir la abducción de la misma autoridad que la observación empírica, consideración a la que se volverá más adelante.

      Para complicar aún más las cosas, el ideal de la Ilustración —el observador científico frío, racional, completamente independiente, libre de toda teoría preconcebida y de todo tipo de bagaje filosófico, ético o religioso, que investiga y llega a conclusiones desapasionadas e imparciales que constituyen la verdad absoluta—, se considera hoy en día un mito simplista por parte de los filósofos de la ciencia serios (e, incluso, por la mayoría de los científicos). Como el resto del mundo, los científicos también tienen ideas preconcebidas, cosmovisiones que influyen en todo su proceder. Ya se ha visto en algunas de las declaraciones examinadas anteriormente. Incluso, las observaciones mismas tienden a estar inevitablemente “cargadas de teoría”; ni siquiera se puede medir la temperatura, sin tener una teoría subyacente sobre el calor.

      Actualmente también se dan enconadas discusiones sobre si la ciencia está basada en observación y predicción, o en problema y resolución. Y cuando al final formulamos nuestras teorías, tienden a estar infradeterminadas por los datos: por ejemplo, se pueden trazar infinitas curvas utilizando un conjunto finito de puntos. Es decir, la ciencia, por naturaleza, posee inevitablemente un cierto grado de incertidumbre y provisionalidad.

      Pero volvamos a Ruse y a su definición de ciencia, porque hay más que comentar. ¿Qué significa que la ciencia solo trata de lo “natural”? Probablemente significa que lo que la ciencia estudia se encuentra en la naturaleza, pero quizá también que las únicas explicaciones consideradas científicas son las que se expresan en términos físicos, químicos y de procesos naturales. Ciertamente, es esta una opinión muy extendida. Por ejemplo, el profesor de Ecología y Evolución Massimo Pigliucci afirma que «el supuesto básico de la ciencia es que el mundo se puede explicar totalmente en términos físicos, sin recurrir a entidades divinas»[5]. De igual modo, el Premio Nobel Christian de Duve escribe: «La investigación científica se basa en la noción de que todos los fenómenos del universo son explicables en términos naturales, sin intervención sobrenatural. En sentido estricto, dicha noción no implica posicionamiento filosófico a priori o creencia previa alguna. Es un postulado, una hipótesis de trabajo que se debe estar dispuesto a abandonar al enfrentarse con hechos ajenos a cualquier intento de explicación racional. Muchos científicos, sin embargo, no se molestan en hacer esta distinción, convirtiendo implícitamente la hipótesis en hecho consumado. Se conforman con las explicaciones que proporciona la ciencia. Siguiendo a Laplace, no tienen necesidad de la “hipótesis de Dios” e identifican la actitud científica con el agnosticismo o con el ateísmo absoluto»[6].

      Esta es una clara admisión de que, para muchos, la ciencia es prácticamente inseparable de una perspectiva vital agnóstica o atea. Nótese de paso la sutil implicación de que “cualquier intervención sobrenatural se equipara a ‘un desafío de cualquier intento


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