¿Ha enterrado la ciencia a Dios?. John C. Lennox

¿Ha enterrado la ciencia a Dios? - John C. Lennox


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sencilla razón de privilegiar al método científico, única filosofía totalmente compatible con la ciencia por definición.

      ¿Pero son verdaderamente así las cosas? Galileo sin duda se enfrentó a la filosofía aristotélica como lastre por su prescripción apriorística sobre cómo debe ser el universo. Pero ni Galileo ni Newton, ni la mayoría de las grandes figuras científicas que contribuyeron al desarrollo meteórico de la ciencia de su tiempo, vieron tal lastre en la creencia en un Dios Creador. Más bien les pareció algo estimulante: es más, muchos de ellos encontraron ahí su principal motivación para la investigación científica. Así que la vehemencia del ateísmo de algunos escritores contemporáneos lleva a preguntarse: ¿De dónde procede su firme convicción de que el ateísmo es la única posición intelectualmente defendible? ¿Es realmente cierto que todo conocimiento científico conduce al ateísmo? ¿Son la ciencia y el ateísmo aliados naturales?

      EL DEBATE SOBRE EL DISEÑO INTELIGENTE

      Una declaración así por parte de un pensador de la talla de Flew infundió vigor al acalorado debate sobre el “diseño inteligente”. Una parte del acaloramiento procede de que el término “diseño inteligente” evoca en muchos una actitud criptocreacionista y anticientífica reciente, centrada principalmente en el ataque a la Biología evolutiva. Esto implica que el término ha sufrido un cambio sutil de significado, lo que puede impedir un debate serio sobre el tema.

      “Diseño inteligente” les suena a algunos como una expresión curiosa, ya que generalmente se piensa en el diseño como resultado de la inteligencia, apareciendo así el adjetivo redundante. Si cambiamos la frase a “Diseño” simplemente o a “causación inteligente”, entonces se habla de una noción seria y respetable en la historia del pensamiento. Y es que la idea de una causa inteligente detrás del universo, lejos de ser reciente, es tan antigua como la filosofía y la religión. Por otro lado, antes de abordar la pregunta sobre si el diseño inteligente es un cripto-creacionismo que se ha de evitar, hay que aclarar primero otro posible malentendido sobre el significado del término “creacionismo”, pues también se ha transformado su sentido. Antes denotaba simplemente la creencia en un Creador. Sin embargo, ahora connota además el compromiso con toda una serie de ideas, entre las que destaca una interpretación particular de Génesis según la cual la tierra tiene solamente unos cuantos miles de años. Esta mutación de significado ha tenido tres efectos muy desafortunados. En primer lugar, se ha polarizado la discusión y ofrecido en bandeja un blanco fácil a todos aquellos que rechazan cualquier noción de causación inteligente en el universo. En segundo lugar, no se hace justicia al hecho de que existe una amplia divergencia de opiniones sobre la interpretación de la narración del Génesis, incluso entre aquellos pensadores cristianos que atribuyen una autoridad definitiva al relato bíblico. Finalmente, oscurece el significado del término “diseño inteligente”, utilizado originalmente para hacer notar la importante distinción entre el reconocimiento de diseño y la identificación del diseñador.

      Son cuestiones distintas. La segunda es esencialmente teológica y considerada, por la mayoría, ajena a la competencia de la ciencia. El objetivo de marcar la distinción es despejar el camino para ver si de algún modo la ciencia puede ayudarnos con la respuesta a la primera. Por lo tanto, es lamentable que esta distinción entre dos cuestiones radicalmente diferentes quede constantemente oscurecida por la acusación de que “diseño inteligente” es otra denominación del “cripto-creacionismo”.

      La frecuente pregunta sobre si el diseño inteligente es ciencia es más bien engañosa, especialmente si se entiende el término “diseño inteligente” en su sentido original. Supongamos que hiciéramos la siguiente pregunta: ¿son el teísmo o el ateísmo ciencia? La mayoría de la gente respondería negativamente. Pero si luego dijéramos que en realidad lo que nos interesa saber es si hay pruebas científicas a favor del ateísmo o del teísmo, entonces probablemente se nos replicaría: ¡haberlo dicho antes!

      Un modo de encontrar sentido a la pregunta sobre si el diseño inteligente es o no ciencia sería parafrasearla así: ¿Existe evidencia científica a favor de la existencia de diseño? Si ha de entenderse así, la pregunta debería expresarse de esta manera para evitar malentendidos.

      Por otro lado, como es bien sabido, autores como Peter Atkins, Richard Dawkins y Daniel Dennett argumentan que hay abundante evidencia científica a favor del ateísmo. Es decir, convierten en científico algo que en realidad es una postura metafísica. Precisamente estos autores no deberían oponerse a otros que, como ellos, usan evidencia científica para apoyar la posición metafísica del diseño teísta. Desde luego, soy muy consciente de que la reacción inmediata de algunos será afirmar que verdaderamente no hay otra alternativa. Sin embargo, tal juicio podría ser un poco prematuro.

      Otro enfoque sobre la cuestión de si el diseño inteligente es o no ciencia es preguntar si tal hipótesis puede dar lugar a otras hipótesis secundarias científicamente comprobables. Más adelante se verá que hay dos áreas principales en las que dicha hipótesis ya ha obtenido algunos resultados: la inteligibilidad racional del universo y su comienzo.

      Un último comentario sobre el término “diseño inteligente” por ahora es que el propio uso de la palabra “diseño” está inextricablemente asociado para algunos con el universo mecanicista de Newton, ya superado científicamente por Einstein. Es más, recuerda al reverendo Paley y sus argumentos del siglo XIX sobre el diseño, que muchos consideraban demolidos por David Hume. Sin entrar en esta última cuestión, sería más acertado, como ya se ha sugerido, hablar de causación u origen inteligente, en lugar de diseño.

      Los argumentos presentados aquí proceden de conferencias, seminarios y discusiones celebradas en muchos países. Aunque pienso que todavía hay mucho trabajo por hacer, he intentado ponerlos por escrito a instancias de muchos de los asistentes en un libro deliberadamente corto, siguiendo la sugerencia de disponer de una breve introducción sobre los principales problemas, que sirva de base para una discusión más profunda, y anime al lector a explorar la bibliografía más especializada. Agradezco las muchas preguntas, comentarios y críticas que me han ayudado en mi tarea, pero, por supuesto, me quedo con la exclusiva responsabilidad de los errores restantes.

      Caben ahora algunos comentarios sobre el procedimiento seguido. Se establece la discusión siempre en el contexto del debate contemporáneo, según lo entiendo yo. Se usan frecuentes citas de destacados científicos y pensadores de primera línea, para obtener una imagen clara de lo que en realidad afirman quienes están en la vanguardia del debate correspondiente. Aun así, soy consciente de que siempre existe el peligro de que, al citar fuera de contexto, no sólo se sea injusto con la persona citada, sino que, además de la injusticia perpetrada, se pueda distorsionar a su vez la verdad. Espero haber logrado evitar dicho peligro.

      Al mencionar la palabra “verdad” me temo que algunos posmodernos tengan la tentación de no seguir leyendo, a menos que, por supuesto, tengan curiosidad por leer (e incluso intentar deconstruir) un texto escrito por alguien que realmente cree en la verdad. Por mi parte, encuentro curioso que aquellos que afirman la inexistencia de la verdad esperen creer que lo que están diciendo es verdad. Quizá no los comprenda, pero parecen eximirse a sí mismos de su postulado sobre la inexistencia de la verdad, cuando hablan o escriben. Parece como si después de todo, creyeran en ella.

      De todos modos, los científicos tienen un claro interés por la verdad. ¿Por qué iban si no a molestarse en hacer ciencia? Y es precisamente porque creo en la categoría “verdad” por lo que he tratado sólo de usar citas bastante representativas de la posición general de un autor, más que declaraciones aisladas realizadas en un mal día, pues ninguno de nosotros está exento de torpezas semejantes. Al final, que el lector juzgue si he tenido éxito en este sentido.

      ¿Y qué hay de los posibles sesgos? Nadie escapa a ellos, ni el autor ni el lector. Todo el mundo es parcial, todos tenemos una cosmovisión hecha de nuestras respuestas parciales a las preguntas que el universo y la vida nos


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