Kazuo Ishiguro: Guía de viaje. Orlando Mejía Rivera

Kazuo Ishiguro: Guía de viaje - Orlando Mejía Rivera


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libro El zen y la cultura japonesa afirmó lo siguiente: “Cuando los sentimientos se expresan con demasiada claridad, no queda sitio para lo desconocido, y es desde lo desconocido desde donde parte el arte japonés”.

      La elipsis nipona es diferente a sus equivalentes occidentales: la famosa teoría del iceberg, desarrollada por Hemingway, y los cráteres de información, que deja Faulkner en sus novelas. Debo confesar que ninguna de esas estrategias literarias me satisface. Cuando leo a Hemingway disfruto de su prosa y trama, pero, en general, no detecto la parte sumergida del iceberg. Con Faulkner me pasa algo similar, me gusta la complejidad y riqueza de su prosa, por momentos me parece insuperable, pero esos cráteres de información me dejan fuera de situaciones claves de la trama.

      En cambio, el tipo de elipsis que asocio con la delicadeza propia de los japoneses para exponer sus sentimientos me resulta natural en Kawabata o Ishiguro.

      Orlando sostiene que, a pesar de escribir en inglés, Ishiguro se mantiene dentro de la tradición cultural japonesa. Comenta que Ishiguro admiraba a Salman Rushdie, pero que el estilo explícito, exuberante y detallado del indio era su antítesis. Ishiguro dice: “me interesa la forma en que las palabras esconden el significado”.

      Aunque Ishiguro comente que encuentra a Kawabata “terriblemente difícil […]. No creo que realmente lo haya entendido”, Orlando observa grandes similitudes entre ambas escrituras:

      Tal vez no lo “ha entendido” porque sus sensibilidades son muy cercanas y nadie observa sus propios rasgos con diafanidad cuando pega el rostro en el espejo. El arte de “crear vacíos poderosos” en las tramas está presente en ambos autores y, en especial, “lo no dicho”, que tiene que ver en los dos casos con no hacer explícitos los sentimientos de melancolía que predominan en los personajes. Estos “agujeros negros” no son de “información” sino de “conocimiento interior”, del “ser” de los protagonistas y aquí es donde la herencia japonesa es más que una simple técnica literaria.

      Sin embargo, respecto del tema de los sentimientos, Orlando rescata un comentario de Ishiguro a un periodista: “No me interesaban los hechos concretos. El foco está en otro lugar. En la agitación emocional”. Y destaca de la novela Los inconsolables:

      La novela aborda, como el pegamento de un rompecabezas, una temática persistente en la totalidad de las obras de Ishiguro: los traumas y las heridas emocionales no curadas de la infancia y su lastre en la vida adulta. La tragedia de Ryder, que esconde su tristeza acumulada desde la niñez, es que sus padres nunca han querido ir a verlo tocar en un concierto.

      Otro asunto que me llamó la atención es la posición bicéfala de Ishiguro, que Orlando desgrana a lo largo de todo el ensayo. Nacido en Japón —nada menos que en Nagasaki—, Ishiguro vive desde los cinco años en Inglaterra y, finalmente, solicita la nacionalidad inglesa. A caballo entre naciones con culturas tan diferentes, un japonés que escribe como japonés, pero en inglés, y que ambienta sus libros en los dos países. A la vez se notan ciertas coincidencias entre estos pueblos: la dificultad para expresar los sentimientos y la voluntad imperial.

      En Cuando fuimos huérfanos, novela de 2000, asistimos al siguiente diálogo entre un inglés y un japonés:

      —Un hombre cultivado como usted, coronel —comenté—, debe de lamentar mucho todo esto. Me refiero a la carnicería causada por la invasión de China por parte de su ejército. Temí que lo que acababa de decirle pudiera enfurecerle, pero él sonrió con calma y dijo: —Es lamentable, estoy de acuerdo. Pero si Japón ha de convertirse en una gran nación, como la suya, señor Banks, ha sido algo necesario. Lo mismo que un día lo fue para Inglaterra.

      Mención aparte merecen sus documentadas y exhaustivas notas acerca de la clonación, en un vasto recorrido de obras de ciencia ficción que introduce su comentario acerca de Nunca me abandones, definida por Orlando como una ucronía distópica o mundo alternativo, ubicada en una Inglaterra que ha desarrollado la clonación humana, con todas las consecuencias éticas y sociológicas que supone esta tecnología.

      Finalmente, creo que el anhelo de nuestro guía en este viaje por la literatura de Ishiguro se ha visto cumplido. El libro despierta nuestro entusiasmo por una obra a la que Orlando le atribuye la cualidad de tener la profundidad mental y cultural de cada lector. “Por eso, para cultos o incultos, hay diversión y reflexión”.

      Carlos Chernov

      Puerto Vallarta, México

      Entrada

      Hace veintisiete años cayó en mis manos la edición londinense (Faber & Faber) de Los restos del día. La expresión es literal: buscaba en puntas de pie, en un estante elevado de la mítica y desaparecida Librería Buchholz del centro de Bogotá, una nueva edición del Ulises de Joyce, de The Modern, con la transcripción de la famosa decisión del juez Woolsey de admitir su publicación en los Estados Unidos, cuando tumbé un libro e Ishiguro llegó desde las alturas a mi vida. La portada era llamativa: el rostro de un hombre acostado bocarriba, con los ojos entrecerrados, en apariencia de duermevela. El color azul del trasfondo evocaba el firmamento, y debajo del título nos contaban que la obra había logrado el Premio Booker.

      Lo compré de inmediato, pues amo los encuentros casuales en las calles y en las librerías. A ellos les debo mi gran amor de la vida y un puñado de autores desconocidos para mí, en su momento, y que después se convirtieron en íntimos contertulios literarios. El libro me deslumbró, el inglés paródico de gentleman envejecido del mayordomo Stevens era un homenaje a la sutileza de la mejor ironía humorística, y esos extraños códigos de dignidad profesional motivaron mi curiosidad y mi reflexión. Luego conseguí sus dos primeras novelas, y después cada nueva obra ha significado para mí un inmenso placer. Al poco tiempo descubrí que Anagrama también lo traducía al español, con indiscutible calidad.

      Aunque Ishiguro se ha vuelto un gran escritor internacional, pienso que fue una sorpresa que le dieran el Nobel de literatura, porque autores como Philip Roth, Paul Auster, Joyce Carol Oates, Haruki Murakami o Margaret Atwood eran los favoritos. Por eso, sus fieles y antiguos lectores lo hemos disfrutado y celebrado como si nuestro equipo de fútbol preferido hubiese salido campeón del mundial de clubes. Este sentimiento de alegría y curioso orgullo (como el que tiene cualquier hincha al ver un acrobático golazo de chalaca del centro delantero de su equipo, así él no pueda ya ni subir las escaleras de su casa), lo he querido plasmar en este libro que busca, con la metáfora de una guía turística, invitar a nuevos viajeros al universo ishiguriano: a sus lugares, personajes, referentes históricos, vínculos intertextuales, comentarios de otros lectores calificados y a la propia voz de su creador.

      El guía, que ha recorrido durante varios años estos territorios queridos, solo pretende sugerir ciertas interpretaciones, mostrar el origen de algunos de sus protagonistas, llamar la atención de un sabor o un color, señalar un atajo hermenéutico herrumbroso, enfatizar en un diálogo, compartir la experiencia de un fragmento o escena que, al conocerla por primera vez, puede ser enigmática y difícil. El itinerario propuesto se detiene en cada libro, visitado por orden cronológico, y luego exhorta a los visitantes a iniciar su propio recorrido y descubrir nuevas fragancias de este cosmos narrativo que una vez conocido nadie abandonará indemne.

      Este ensayo no pretende ser una exégesis normativa, ni caer en el didactismo de la divulgación vulgar. La crítica académica se ha transformado en una jerga incomprensible que se aleja cada vez más de los textos originales, y estos son usados como dispositivos para demostrar ideologías o concepciones a priori. La literatura ha sido torturada con las herramientas teóricas de los estructuralistas, los deconstructivistas, los psicoanalistas, los heideggerianos, los relativistas culturales, los enfoques de género y un largo etcétera. Sus verdugos, secta exclusiva y poderosa que fundamenta su prestigio en no ser entendidos ni leídos, han desterrado la lectura directa y empática de las obras y sus autores, y se burlan de las visiones “impresionistas” y del “ensayismo”. Se les ha olvidado que la literatura no es una ciencia, sino un arte. Que su sentido de existir, en este novísimo mundo cibernético y virtual, no se basa en la coherencia lingüística o lógica, sino en la búsqueda de los significados de lo humano y sus metamorfosis, que persisten con terquedad a pesar de la llegada de la robótica y las inteligencias artificiales.


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