Kazuo Ishiguro: Guía de viaje. Orlando Mejía Rivera
obra y tratar de averiguar cómo ha sido construida por dentro. Pero también he tenido en cuenta la gran advertencia del físico Heisenberg: toda percepción que realizamos del mundo que nos rodea es, a la vez, una percepción de cada uno. Ricardo Piglia dijo lo mismo con otras palabras: “En cuanto a la crítica, pienso que es una de las formas modernas de la autobiografía”.
En ese sentido, cada lector reescribe el libro que está leyendo. Cada viajero reinventa el universo que recorre y el guía solo muestra un camino de los múltiples que existen y existirán. Las citas de las novelas las he tomado de las traducciones al español (porque no las podría hacer mejor), pero todas las referencias de las conversaciones de Ishiguro y la bibliografía secundaria citada son traducciones mías. No he querido analizar acá los ecos y la presencia del escritor en el cine y en la música, porque mi intención es reivindicar la autonomía de la dimensión literaria: libros que hablan de otros libros, la palabra escrita, último bastión de la resistencia humana. No en vano, el reconocimiento de palabras es una prueba que se usa en la Internet para diferenciarnos de los robots y los programas informáticos.
Me incluyo en el minúsculo grupo de lectores desocupados y solitarios, sobrevivientes en vías de extinción, que ama los libros de lomo, papel y tinta, que huele con fruición las hojas, que subraya con lapiceros de distintos colores, que discute en silencio con el autor en los márgenes en blanco de las páginas y que se niega a ver las versiones cinematográficas de las obras que admira, porque no desea que el rostro imaginario y los gestos de un personaje terminen suplantados por el actor o la actriz que escogió el director de la película. De hecho, existen honduras en las obras de Ishiguro que no pueden ser captadas por ninguna imagen, ni las sintetiza un guion. Como él mismo ha expresado: “En mis libros hay una serenidad superficial, no hay un montón de gente asesinada, ni nada por el estilo. Pero para mí no son libros serenos, son libros que tratan sobre cosas que me perturban y me preocupan mucho”.
Coordenadas biográficas y literarias
del universo ishiguriano
Viajero: En la infancia y la adolescencia del creador se vislumbran ya las formas icónicas de su arquitectura narrativa. El adulto que escribe sus mundos es el mismo joven que los engendró, sin saberlo y en silencio, con la sensibilidad y el asombro. Un gesto, un aroma, una lectura, una caricia, una melodía han germinado en su memoria, de estirpe proustiana, y parirá luego a personajes, paisajes, intertextos y ritmos de extrañas cadencias. La experiencia de la vida es la gran maestra del arte de la literatura. Por tanto, nada es despreciable ni banal. Todo es novelable, porque todo está vivo. Si sabemos escuchar y mirar, una piedra es también el corazón agitado de un águila.
Kazuo Ishiguro nació en Nagasaki, el 8 de noviembre de 1954. Hasta los cinco años vivió allí con sus padres, Shizuo Ishiguro y Shizuko Ishiguro, y su hermana mayor de nombre Fumiko. Habitaban una gran casa en un sector de la ciudad que no había sido arrasado por la bomba atómica y que era la vivienda familiar de los abuelos paternos; su abuelo era el indiscutible jefe del hogar. Uno de los pocos recuerdos que tiene Ishiguro de estos años es verse en compañía de su abuelo, en una calle, mientras observan un afiche cinematográfico o caminan tomados de la mano. Estos episodios los usó luego para construir la relación entre el anciano Masuji Ono y su nieto Ichiro, en la novela Un artista del mundo flotante.
Su padre había vivido la infancia en Shanghái, y las costumbres chinas adquiridas, en especial la excelsa cortesía del trato, lo hacían diferente al resto de los japoneses de su época. Era un oceanógrafo de prestigio. En 1960 fue contratado por el gobierno británico para explorar una zona petrolera en el mar del Norte. Viajó con su esposa e hijos y se asentó en el pequeño pueblo de Guildford, Surrey, al sur de Inglaterra. Desde un principio, a la familia le quedó claro que era una estadía transitoria y que pronto retornarían a Japón. Esta situación justificó que Ishiguro siguiera recibiendo, de su nación natal, libros infantiles, textos escolares y mangas (su héroe era Gekko Kamen, conocido en español como el Capitán Centella), que le mandaban sus abuelos. Al interior de la casa se hablaba solo en japonés, y los hábitos nipones, desde los rituales del té hasta la culinaria, eran estrictos y absolutos. Esta circunstancia especial hizo que no se sintieran nunca inmigrantes, sino visitantes de un país extraño que abandonarían pronto. Su segunda hermana, Yoko, nació el mismo año que llegaron, en el nuevo hogar.
La educación exterior de Ishiguro fue inglesa desde el comienzo. Hizo la primaria en el Colegio Stoughton del pueblo y también ingresó al coro; debió mostrar un talento notable porque terminó como corista principal. De hecho, aunque siempre ha sido reservado, su virtuosismo musical fue quizás un hallazgo precoz, porque en Nagasaki ya había iniciado clases de piano y estas continuaron en Gran Bretaña, además de empezar a tocar la guitarra. Realizó el bachillerato en el Woking County Grammar School de Surrey, que era un colegio exclusivo para hombres, entre 1966 y 1973. Al terminar, consiguió un trabajo rarísimo: asistente de cacería de la reina Isabel, quien en los veranos contrataba estudiantes para ayudar en las jornadas de cacería del urogallo, que es un ave común en los páramos que rodean el Castillo de Balmoral, ubicado en Aberdeenshire, Escocia. Ishiguro ha contado que tuvo trato directo y frecuente con la reina, y con sus invitados de la realeza y la aristocracia europea. Esta experiencia breve, pero alucinante para un adolescente de clase media, se puede detectar en cierta atmósfera que recreará en su novela Los restos del día, y en la construcción de su personaje lord Darlington.
Fiel a la tradición cultural inglesa, el joven decidió aventurarse al vagabundeo por el mundo antes de pensar en una profesión o en la universidad. A los 19 años viajó a Canadá y los Estados Unidos, en un viaje iniciático que lo transformó en hippie: cabellos largos, bigote ranchero, mochila, sandalias, anocheceres en carpas de comunas, entre vagabundos, adictos y jóvenes poetas, nostálgicos de la Generación beat que querían imitar el itinerario de la novela En el camino, escrita por el mítico Jack Kerouac. Vivía con un dólar diario, y recorrió, haciendo autostop, la costa pacífica desde Los Ángeles y San Francisco hasta el norte de California. También le cogía la noche en los suburbios y se acostaba en los vagones de los trenes de carga, advertido de que era peligroso; a veces, arrancaban y los arrojaban desde ellos en movimiento. En San Francisco le robaron la guitarra y comenzó un diario, pastiche de Kerouac; también escribía las letras de canciones, imitaciones de sus idolatrados Bob Dylan y Leonard Cohen (sus amigos de adolescencia le decían que cantaba y tocaba parecido a Dylan). Absorbió, de igual manera, los sonidos puros del jazz negro de Nueva Orleans y volvió a su tierra adoptiva dispuesto a ser un músico profesional.
Este periodo de su existencia, que no superó los seis meses, fue breve en tiempo pero definitivo en su vida. En la famosa entrevista que le hizo Susannah Hunnewell, para The Paris Review, recuerda, con 54 años, esa época juvenil y le comenta sus consecuencias:
Crecí mucho. Dejé de ser esa persona que se paseaba a cien millas por hora diciendo que todo estaba “lejos”. Cuando viajaba por América, la tercera pregunta después de “¿en qué banda estás metido?” y “¿de dónde eres?” era: “¿cuál crees que es el significado de la vida?”. Luego se intercambiaban opiniones y extrañas técnicas de meditación cuasi budista [...]. Cuando volví a Inglaterra ya había crecido. Había visto un mundo donde las cosas habituales no significaban nada. Ellos eran personas que luchaban. Había mucho alcohol y drogas. Algunas personas estaban haciendo las cosas con mucho coraje, pero fue muy fácil dejarlo.
Durante algunos meses más deambuló por las ciudades europeas, en su papel de músico hippie, tocaba la guitarra e interpretaba sus canciones en clubes y estaciones del metro, como la de París. Alcanzó a escribir alrededor de cien canciones de rock y jazz, de las cuales él mismo grabó dos a comienzos de 1974: If Only With my Eyes y Lady Blue. Pero no recibió respuesta favorable de ninguna compañía discográfica y el resto de ellas no ha querido publicarlas o grabarlas.
Sin embargo, algo sucedió, que no sabemos, y que explica después la huella de lo musical en su literatura (obvia en el pianista Ryder, el protagonista de su novela Los inconsolables, y en los cuentos de Nocturnos), pero sobre todo en su técnica narrativa, que él mismo ha referido: “Mi estilo como novelista proviene básicamente de lo que he aprendido escribiendo canciones. Por ejemplo, la calidad intimista y en primera persona de un cantante que se presenta ante una audiencia se quedó