Kazuo Ishiguro: Guía de viaje. Orlando Mejía Rivera
anhelaba ser una estrella de rock, como cualquier adolescente de su tiempo. No obstante, debe existir algún trauma escondido, algún rechazo familiar que no ha querido confesar y que tal vez ha sabido encarnar en la historia de su personaje Stephen Hoffmann, el adolescente de Los inconsolables, que parece su alter ego juvenil y quien es un intérprete del piano despreciado por sus propios padres, que lo consideraban un mediocre; por ello, Ryder le dice: “pienso que sus padres han sido injustos con usted en lo relativo a su modo de tocar el piano. Mi consejo es que trate de disfrutar cuanto pueda tocándolo, que obtenga satisfacción y sentido, con independencia de lo que ellos piensen”. De hecho, Ishiguro sigue tocando el piano “para relajarse”, ha vuelto a crear letras de jazz y en 2007 escribió parte de las canciones del álbum Breakfast on the Morning Tram (Desayuno en el tranvía matutino) de la cantante Stacey Kent.
Su giro vital lo hizo matricularse, a finales del año 1974, en la Universidad de Kent, en Canterbury, para estudiar inglés y filosofía. Logró el título de licenciado en 1978, pero interrumpió sus estudios entre 1975 y 1976, cuando tomó la decisión de viajar a Renfrew (Escocia) y laborar como trabajador comunitario en una población marginal. Cuando concluyó los estudios fue a Londres, en 1979, y allí se empleó como “cuidador”, en el grupo denominado los Cyrenians (Cirinenses), que ayudaban a indigentes, enfermos mentales y ancianos abandonados. En esta actividad de filantropía y solidaridad conoció a Lorna Anne MacDougall, con quien se casaría en 1986, pero que fue su compañera marital desde 1980. En 1992 nació Naomi, su única hija. La experiencia de “cuidador” la va a plasmar, dos décadas después, en la creación de su personaje Kathy, convincente “cuidadora” y protagonista de su novela Nunca me abandones.
En 1980 decidió matricularse en la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Anglia del Este, cuyo director era el afamado crítico Malcolm Bradbury (recomiendo su libro The Modern British Novel); su mentora principal fue la interesante escritora Angela Carter. En el verano de 1981 publicó tres cuentos cortos (“A Strange and Sometimes Sadness”, “Getting Poisoned” y “Waiting for J”) en una antología titulada Introduction 7: Stories by New Writers, publicada por la prestigiosa editorial Faber & Faber.
De todos modos, entre 1980 y 1981 continuó trabajando con los indigentes en Londres, mientras escribía lo que iba a ser su primera novela: Pálida luz en las colinas, que salió publicada en febrero de 1982, cuando Ishiguro tenía 28 años, y le significó una recepción adecuada del público y el premio Winifred Holtby de la Real Sociedad de Literatura, en 1983. Esta fue considerada como “una primera novela de exquisitez poco común, un estudio extremadamente silencioso de turbulencia emocional extrema”. El libro se tradujo a trece idiomas y le valió a su autor ser considerado “uno de los veinte mejores nuevos escritores ingleses”. Quizá por esto tomó la decisión de solicitar la nacionalidad británica, pues hasta ese momento seguía siendo japonés y sus padres jamás le dijeron que no volverían a Japón.
A partir de este año se convirtió en escritor profesional, de tiempo completo, y los ofrecimientos llegaron de varias áreas: publicó su cuento “A Family Supper” en la revista Firebird 2 y en 1984 hizo el guion para un drama televisivo del Canal 4 de la BBC que se tituló A Profile of Arthur J. Mason, el cual ganó la Placa de Oro al mejor cortometraje en el Festival de Cine de Chicago. En 1986 publicó su segunda novela, Un artista del mundo flotante, con la que ganó el Premio Whitbread; además, fue preseleccionado para el Premio Booker de ese mismo año.
La apoteosis internacional le llegó en 1989, cuando publicó su tercera novela, Los restos del día, aclamada con el Premio Booker, que le generó la consagración de la crítica especializada, de los intelectuales y colegas escritores, como del público lector de la mayoría de naciones del mundo, pues sus traducciones alcanzaron las cuarenta lenguas. Este éxito se multiplicó luego de la versión cinematográfica, dirigida por James Ivory, estrenada en 1993, con las actuaciones de Anthony Hopkins (Stevens) y Emma Thompson (miss Kenton), que tuvo ocho nominaciones a los premios Óscar de la Academia Cinematográfica de Hollywood.
La seriedad intelectual de Ishiguro le permitió resistir la presión de la industria comercial editorial de publicar de manera compulsiva un libro anual, con ventas garantizadas. Dando una muestra de paciencia y autonomía artística volvió a publicar, seis años después, su obra más extensa y compleja, Los inconsolables (1995), desconcertante para el público y la crítica; el único de sus libros que podría ser considerado un fracaso comercial. Esto no parece haberle importado, pues su ritmo de preparación y escritura han continuado con similar lentitud: Cuando fuimos huérfanos (2000), Nunca me abandones (2005), Nocturnos: cinco historias de música y crepúsculo (2009) y El gigante enterrado (2015).
Por eso, todos sus libros son de innegable calidad; al contrario de otros escritores, incluso de gran talento, aquí no existen obras precarias y obras maestras. Todas poseen una gran textura narrativa y pertenecen a la dimensión de la verdadera literatura, esa que perdurará mientras los humanos habitemos este planeta y que merecerá ser releída, una y otra vez, por diversas culturas y generaciones, porque serán clásicos para los lectores del mañana, como lo son para nosotros las obras de Homero, Shakespeare, Joyce, etcétera.
Ahora, Kazuo Ishiguro, con 65 años, continúa siendo un triunfador avasallante. Ha ganado el Premio Nobel de Literatura en el año 2017, lo que lo convierte en el tercer escritor nacido en Japón galardonado con este reconocimiento. El primero fue Yasunari Kawabata, en 1968, y el segundo es Kenzaburo Oé, en 1994, que sigue escribiendo. Los tres tienen semejanzas y diferencias, pero el “aire de familia” de sus obras es detectable, a pesar de que Ishiguro escribe en inglés. Tal vez la tradición cultural es tan heredable como los rasgos físicos y por esto en sus personajes y tramas, tan disímiles en la superficie, se vislumbran dos coordenadas estéticas que fueron bien sintetizadas por un dramaturgo del jōruri (teatro de marionetas) y por un filósofo que estudió la escuela zen. El primero es Chikamatsu, que dijo: “El arte es algo que está situado en el escaso margen que hay entre lo real y lo irreal”. El segundo es Daisetz T. Suzuki, quien en su extraordinario libro El zen y la cultura japonesa afirmó lo siguiente: “Cuando los sentimientos se expresan con demasiada claridad, no queda sitio para lo desconocido, y es desde lo desconocido desde donde parte el arte japonés”.
Sin embargo, Ishiguro ha referido que sus influencias literarias provienen, en gran medida, de la tradición narrativa occidental. En su infancia y adolescencia descubrió la pasión por Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, y esta presencia es central en la creación de su personaje Christopher Banks, protagonista de la novela Cuando fuimos huérfanos. En su formación académica conoció a fondo la literatura europea del siglo xix; sus autores favoritos son Charlotte Bronte, Fiódor Dostoyevski, Charles Dickens y Antón Chéjov. De hecho, con relación a los dos escritores rusos afirmó que Chéjov, gracias “a su estilo sobrio y preciso”, era una inspiración permanente en su estética, y que Dostoyevski, con su prolífica escritura “desordenada, desigual y brillantemente imperfecta”, lo había estimulado en sus más atrevidos experimentos literarios.
A Proust lo leyó por primera vez mientras preparaba su segunda novela, y aunque dice que solo acabó el primer tomo, Por el camino de Swann, de En busca del tiempo perdido, quedó fascinado con la voz de Marcel y aprendió que el orden de los sucesos novelísticos no es cronológico, sino que depende de la memoria emocional de los personajes y la evocación de los recuerdos. Lo anterior se concreta en la técnica narrativa del flashback, que es una de las características principales de todos los protagonistas de las obras de Ishiguro; aunque ya había comenzado a desarrollar este recurso narrativo desde la voz de Etsuko, la protagonista de Pálida luz en las colinas. Franz Kafka y Vladimir Nabokov han dejado huellas en su cuarta novela, Los inconsolables.
Además, ha referido admiración por los norteamericanos Mark Twain, Herman Melville, Edgar Allan Poe, Raymond Carver y Richard Ford. Así mismo, por los escritores ingleses de su generación: William Boyd, Ian McEwan, Martin Amis, Salman Rushdie, Graham Swift y Julian Barnes. Pero le ha enfatizado a Vorda que, aunque admira a Salman por su poderío descriptivo, su estilo “es la antítesis de Rushdie”. Esto se comprende en cuanto a la textura de una narrativa que usa las palabras de forma exuberante, detallada, explícita, poética, exótica (no en vano Rushdie se ha considerado heredero del realismo mágico de García Márquez), mientras