Honorables. Rossana Dresdner Cid

Honorables - Rossana Dresdner Cid


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Pero yo tendría que revisar esas cifras…no tengo claro que ése sea el presupuesto… el Prosecretario no necesariamente tiene la información actualizada de finanzas.

      –¿No? ¿Y de dónde habrá sacado esa información? No creo que la haya inventado.

      –No, no se trata de eso, Directora. Lo que pasa es que, como usted es nueva, hay muchas cosas que desconoce. Créame, hacerse cargo de las finanzas de esta Corporación es un puzzle. Porque los diputados tienen requerimientos permanentes y disímiles. Quieren que les solucionen una cosa, luego otra… y uno tiene que ver cómo les da en el gusto porque, de lo contrario, son capaces de dejar la grande. Ya sabe, son temperamentales. Entonces el Secretario me ha encargado estar pendiente y resolver siempre sus problemas. Lo peor que nos puede pasar es que un diputado nos presente un requerimiento del que nosotros no nos hagamos cargo.

      –Pero, ¿y si ese requerimiento está fuera de lo que ustedes pueden solucionar?

      –Eso es lo que digo: hay que solucionarlo todo. Porque además está tan poco tipificado qué corresponde y qué no, que hemos optado por hacernos cargo de todas sus solicitudes. Esas son las instrucciones del Secretario. Así es que, aunque quisiéramos, no siempre se puede funcionar de acuerdo al presupuesto original, y preferimos poner ítems generales de gastos para no amarrarnos.

      –¿Eso quiere decir que los fondos se gastan en cosas distintas a las que se señalan, para responder a los requerimientos de los diputados? ¿Es eso lo que ocurre en el Canal?

      Me miró unos segundos.

      –No dije eso –respondió serio–. Solo le estaba tratando de explicar un poco cómo funcionan las cosas acá y aclararle que ponerse purista no siempre sirve.

      La amabilidad había desaparecido. Pero insistí.

      –Estimado Ramiro: llegué a la Cámara para reordenar las comunicaciones institucionales. Así, en el presupuesto 2016, que debo presentar en dos semanas, estoy obligada a reasignar recursos en función de esos cambios. Y para eso necesariamente debo entender en qué se gasta actualmente el presupuesto de mi área, en detalle.

      Me observó en silencio.

      –¿Están aprobados esos cambios en Comunicaciones? Porque no he escuchado nada al respecto –dijo.

      Mi solicitud de información no era bienvenida; ni por parte del Director del Canal ni del Director de Finanzas. Había escuchado acerca de la carrera funcionaria de Ramiro. Se decía que se basaba en su cercanía con el Secretario y no en capacidades profesionales. Eso generaba críticas, porque en la Cámara la estratificación del poder institucional se ceñía a normas establecidas. Supuestamente. En nuestra primera conversación, el prosecretario Alfonso Pesutic se explayó sobre el punto y me entregó el «Reglamento de la Cámara de Diputados de Chile», un libro azul de 360 páginas con la normativa, reglas, procedimientos y deberes que rigen el funcionamiento institucional. También me dio el «Estatuto del Personal de la Cámara de Diputados», de 40 páginas, donde se explicitaban las normas que definían la relación de la Corporación con sus funcionarios. Hojas y hojas que explicaban los tipos de empleados, los cargos de confianza, los requisitos de ascenso, la carrera funcionaria, los escalafones, los concursos, las calificaciones, etc.

      Pero al parecer, las cosas funcionaban de otra forma en la vida real. Se decía que había una decena de casos similares al de Ramiro, donde el Secretario había ubicado a personas de su confianza en los cargos de jefatura vacantes, saltándose los procedimientos reglamentarios.

      –Los cambios en Comunicaciones están aprobados por el Presidente –mentí–. Solo falta el visto bueno de la Comisión de Comunicaciones, que se reúne dentro de dos semanas, entre otras cosas para ver el presupuesto 2016. Así es que sería de gran utilidad contar con toda la información antes de ese entonces.

      –No se preocupe Directora, le haré llegar todo lo que tengo –respondió serio.

      Una semana después recibí una carpeta con información financiera del Canal casi idéntica a la que ya tenía, con listas generales de insumos, servicios, asesorías, que podrían estar contenidos en los gastos. Pero nada sobre los desembolsos efectivamente ejecutados.

       2. Lo principal es que te consideren útil

      Francisca Reyes

      Francisca Reyes subió rápidamente al ascensor de vidrio y bajó del cuarto piso al hall El Pensador. Estaba contrariada. En su mano llevaba el celular, en cuya pantalla releyó por tercera vez: «Un tercio de los diputados enfrenta demandas por no pago de cotizaciones laborales. El Presidente de la Cámara, Ignacio Cruz, es uno de la lista». El diario electrónico El Mirador había subido la noticia hacía diez minutos.

      Miró hacia el hall. Estaba, como de costumbre al mediodía, repleto de periodistas, fotógrafos y camarógrafos, que en ese momento cubrían las declaraciones de tres diputados, detrás de los cuales otros cinco esperaban su turno. Cruzó por el costado, evitando a la gente. Estaba apurada. Y enojada. Pasó delante de la Sala Inés Enríquez, dobló a la izquierda por el pasillo que conducía a la entrada de la Sala de Sesiones y se detuvo en la puerta. Le preguntó al funcionario de guardia si podía pedirle al Presidente que saliera, porque debía comunicarle algo urgente. Él le pidió usar el procedimiento regular: el papelito con la solicitud escrita.

      –No puedo interrumpirlo, señorita Francisca. Perdóneme.

      Respiró hondo y continuó por el pasillo hacia la puerta que conducía a la cafetería, tras la cual había un escritorio con una pila de papeles cortados. Tomó uno y anotó: «Debe salir. Tengo algo que mostrarle. Urgente». Volvió sobre sus pasos, le entregó el papel al funcionario y se sentó a esperar en el sillón del pasillo.

      Francisca había llegado a la Cámara hacía siete años a reemplazar a una amiga que se iba de viaje. Desde hace tiempo quería entrar al Congreso. Sabía que los sueldos eran buenos, las jornadas cortas y que trabajar allí tenía un cierto glamour. Y Francisca quería tanto el dinero como el glamour. Como contadora trabajaba mucho y ganaba poco, y no se libraba de las recriminaciones de sus padres, que pensaban que la única forma que tenía de alcanzar un buen pasar era casándose con un hombre adinerado. Se lo venían repitiendo desde que estaba en la escuela. Por eso nunca entendieron que quisiera estudiar contabilidad ni menos que después consiguiera un trabajo y se fuera a vivir sola. Pero ella estaba acostumbrada a que no la entendieran. Desde chica soñaba con ser exitosa, tener dinero, un departamento con todas las comodidades, auto, ropa de marca y vacaciones en el extranjero. Pasarlo bien, lejos del ambiente mediocre, amargado y sin horizonte de donde provenía.

      Por eso, cuando Carla le habló de la posibilidad de reemplazarla como secretaria de su diputado, no dudó. Sabía que si lograba entrar al Congreso, con el tiempo se haría un espacio propio. Así es que se compró un vestido nuevo y leyó sobre el funcionamiento de la Cámara un par de días antes de la entrevista.

      –¿Por qué quieres trabajar aquí? –le preguntó el parlamentario cuando la recibió en su oficina.

      –Porque Carla me ha hablado de su trabajo y me parece interesante. Se está cerca de temas importantes.

      –¿Y sabes algo de política?

      –No, no mucho.

      –¿De qué tendencia es tu familia?

      –Bueno… de derecha. Pero yo no –agregó.

      –Pero tú sabes cómo funciona acá, ¿cierto? Yo necesito alguien de confianza.

      –Por supuesto. Si Carla no pensara que soy de confianza, no me habría recomendado.

      Causó buena impresión en el diputado. Seguramente más por sus piernas que por su destreza. Pero daba lo mismo, porque entró a trabajar cuatro días después.

      Terminados los tres meses, el diputado le pidió que se quedara de manera permanente, lo que significó el término de su amistad con Carla. Pero así es la vida, pensó Francisca. Aprendió rápido a redactar


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