Honorables. Rossana Dresdner Cid
General al Contralor General de la República, que decía: «Cúmpleme informar a US. que por acuerdo de la Comisión de Régimen Interno, Administración y Reglamento, se ha resuelto contratar a la señora Javiera Koch Bastidas, Rut 8.443.132–4, a contar del 1 de marzo de 2015 y mientras sean necesarios sus servicios, asimilada a la categoría «D», de la Escala de Remuneraciones del Acuerdo Complementario de la ley 19.297». Y terminaba con un «Dios guarde a US».
Todo me parecía muy extraño. ¿Cómo podía ser, después de un proceso tan largo y quisquilloso de selección?
Catalán no me miró ni se puso de pie cuando entré.
–Pasa, Javiera, que te quiero mostrar algo –dijo desde su computador.
Su despacho era grande. Dos sillones Chesterfield, de tres cuerpos, forrados en cuero café oscuro, ocupaban la mitad de la habitación en una especie de salón. Al medio había una enorme mesa de centro de madera con patas de león, sobre la cual descansaban libros con tapas de cuero, una antigua campanilla de bronce con mango de madera y los típicos regalos corporativos: figuras de cristal, medallas en cajas forradas en terciopelo, galvanos de madera y metal. Me quedé en la mitad de la habitación sin saber si debía ir a su escritorio o sentarme en los sillones.
–Acércate, te voy a mostrar un regalo que me hicieron hoy –dijo sin levantar la vista.
Estaba sentado detrás de una enorme mesa de trabajo, de más de dos metros y medio de largo por uno y medio de ancho, sobre cuya cubierta yacían altos de papeles y carpetas, una estatuilla de una mujer con túnica, los ojos vendados y una balanza sobre sus hombros, además de libros, objetos y lápices. Al centro, una enorme pantalla a la que él no le despegaba la vista.
–Mira esto –me dijo apuntando una tabla con información en el computador –. Es un regalo del Departamento de Informática. ¿Quieres saber cuántos rollos de papel higiénico se compraron el mes pasado? Acá está: cinco mil quinientos.
No supe qué decir. ¿Rollos de papel higiénico?
–Es un programa hecho solo para mí. O sea, soy la única persona en toda esta institución, es más, en todo el país, que lo tiene instalado. ¿Sabes lo que hace?
–No, no sé…
–Integra la información de todo lo que ocurre en la Cámara. Yo la tenía, pero dispersa, en distintas aplicaciones y archivos. Ahora la tengo toda aquí: a un click… ¿Quieres saber cómo votaron los diputados en el proyecto de ley de tenencia de mascotas? Acá está…
Miré la pantalla, donde se desplegó VOTACIONES:
• Diputado Enrique Mancilla – Afirmativo
• Diputada Antonia Moreno – Afirmativo
• Diputado Carlos Lorenz – Negativo
–¿Y quieres saber qué funcionarios se quedaron a trabajar hasta tarde la semana pasada? Acá: nombre, departamento al que pertenece, profesión, grado, y la hora en que se fue… y puedo acceder al video que muestra cuando salió del edificio. ¿Bueno no?
–Impresionante.
Lo miré: seguía pendiente de la pantalla. Recordé las cámaras fuera de los ascensores, en los pasillos, en las escaleras interiores y exteriores. En todos los pisos.
–Bueno, pero tú no vienes acá a aburrirte con esto. Por favor, sentémonos –dijo finalmente, apuntando a los sillones–. ¿Quieres tomar algo? Carmen, por favor que le ofrezcan algo a Javiera.
Era el jefe. Se movía, manejaba los espacios, pronunciaba las palabras como jefe. Según cámara.cl, había asumido el cargo hace diez años, reemplazando al anterior Secretario, Vicente Hidalgo. El texto explicaba que era abogado de la Universidad de Chile, que había ingresado a la Cámara en 1990, y que había ejercido como abogado de comisiones, Oficial de Actas, Oficial Mayor de Secretaría, Secretario de la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento, Secretario Jefe de Comisiones y Prosecretario. Es decir, había hecho todo el camino y conocía la institución al dedillo.
Un mozo entró y dejó dos tazas de café y un plato con galletas en la mesa.
–Bueno, Javiera, te pedí que nos juntáramos porque quiero que tu gestión sea exitosa –dijo–. Quiero que hagamos todo lo que sea necesario en la Cámara y que te vaya bien, porque si te va bien a ti, quiere decir que le irá bien a la Cámara. Y eso es lo que todos queremos. Y para eso, me parece que siempre es mejor conversar y concordar la mejor forma de hacer las cosas. Porque esta institución es muy especial, la gente es complicada, los diputados y los funcionarios son mañosos, se quejan mucho… en fin. Y yo quiero ayudarte… Pero Javiera…, ¿estás contenta de estar acá con nosotros?
Me demoré un par de segundos en responder:
–Muy contenta –respondí–. Le agradezco esta reunión…
–¡Por favor! No me trates de «usted», me vas a hacer sentir viejo –interrumpió.
–Bueno. Te agradezco la reunión y estoy de acuerdo en que hay que conversar y ponerse de acuerdo. Sobre todo cuando hay una labor tan importante que desarrollar… a fin de cuentas, los diputados toman las decisiones que norman prácticamente cada momento de nuestras vidas. Yo soy una convencida de que….
–Ah sí. Muy bien –interrumpió de nuevo–. Claro, yo sé que vienes con muchas ideas y ganas. También el Presidente tiene muchas expectativas con tu llegada a la Corporación. Me parece bien. Yo también las tengo. Pero quiero que sepas algo, Javiera: acá llega mucha gente creyendo que va a cambiar cómo se hacen las cosas. Pero eso nunca ocurre, ocurre muy poco u ocurre muy lento, de manera muy, muy gradual. Por la simple razón de que la Cámara tiene sus formas, que las viene consolidando a lo largo de décadas, y que ni siquiera se modificaron durante los 17 años que estuvo cerrada, en el gobierno militar. Y quienes sabemos cómo funcionan las cosas en la Cámara somos nosotros, los funcionarios, los que trabajamos acá de manera permanente. No los diputados ni sus asesores. Ni siquiera el Presidente, tu jefe. Y mi jefe. Que ahora, por ejemplo, ha dicho en todas las entrevistas que viene a dar un golpe de timón en materia de probidad. ¿Qué sabe él de probidad en la Cámara? Yo no me lo tomo en serio porque estoy acostumbrado a estas cuñas que dan los honorables para hacerse los interesantes con la prensa. Pero es arriesgado lo que está haciendo porque le puede salir el tiro por la culata… ¿me entiendes?
Me miró fijamente. Quería saber el efecto de sus palabras.
–A eso es a lo que me refiero –contesté–. La gente no sabe cómo funcionan las cosas acá, muchos creen que no se trabaja, que todos son flojos y solo andan preocupados de sus sueldos y sus privilegios. Por eso digo que hay que mostrar el trabajo de los diputados, de la Cámara, acercarla a la ciudadanía…
–No puedo estar más de acuerdo contigo, Javiera, y me parecen muy loables tus intenciones. Por eso te reitero que los únicos que saben cómo funcionan las cosas acá somos los funcionarios. Nosotros movemos los engranajes de esta gran máquina que es la Cámara de Diputados de Chile. Y de los funcionarios, yo soy el que más sabe…
Esperé que continuara.
–Mira, llevo diez años como Secretario y, antes de eso, quince ocupando todos los cargos a los que pueden acceder los abogados en esta Corporación. He sorteado con éxito los cambios de Mesa, de jefes de comités, de correlación política, de alianzas y mayorías parlamentarias, de izquierda y derecha. Conozco bien a todos los diputados, salvo a los que ingresaron el año pasado, pero a esos los estoy conociendo… Y, créeme, yo sé mejor que nadie lo que quieren Y lo que no quieren. Y créeme también que todos son más o menos iguales. Más allá de lo que digan o declaren cuando recién llegan. Así, para que las cosas salgan bien, especialmente cuando se trata de hacer cambios, y más aún cuando son cambios en la forma de nuestro funcionamiento interno, hay que coordinarse con todos los involucrados. Y por supuesto, conmigo. ¿Está claro?
Estaba claro: cualquier cambio que quisiera hacer debía contar con