El lugar del testigo. Nora Strejilevich
con quién hablar. Este impulso narrativo no parece tener relación con la mencionada falta de palabras de quien vuelve de la guerra.
2. El testimonio carece de legitimidad frente a investigaciones de disciplinas que, al establecer una mayor distancia con el ayer, favorecerían la reflexión en lugar de cristalizarla.
Sarlo privilegia textos como Poder y desaparición de Pilar Calveiro que, al contrario de los relatos «subjetivos», encararía la vida en los campos mediante un análisis disciplinario:
Lo que Calveiro hace con su experiencia es original respecto del espacio testimonial. Afirma que la víctima piensa, incluso cuando está al borde de la locura. Afirma que la víctima deja de ser víctima porque piensa. Renuncia a la dimensión autobiográfica porque quiere escribir y entender en términos más amplios que los de la experiencia padecida. (Sarlo, 2007: 122-23)
Lo cierto es que todo testigo sabe que piensa. Sarlo sostiene, tácitamente, que la razón debe alejarse de la emoción (cuyo extremo es la locura), que debe distanciarse para pensar. La razón del testigo, en cambio, no separa las aguas: se ejerce como unión dialéctica de ambas, como propone Slavoj Žižek.
Partamos de la «razón occidental» a la que Sarlo invoca cuando insiste en la necesidad de pensar y tomar distancia. Siguiendo la lectura que hace Žižek de Descartes, el cogito (proceso que surge ante los cuestionamientos del genio maligno, a los cuales el sujeto trascendental le responde con el «pienso luego existo»), revela que la razón tiene que lidiar con la locura para afirmarse. La locura es su otra cara, su lado oscuro. En este sentido la razón se muestra como lo opuesto a la distancia requerida para lograr un equilibrio que le permita afrontar su objeto. El filósofo esloveno la equipara, más bien, con la caída en el amor (to fall in love, enamorarse), que sería el momento en que uno se pierde en el otro. Este sería el punto de inflexión que posibilitaría el saber, al desestabilizar todo lo socialmente aprendido y hacer que el sujeto se olvide de sí (2014).
Retomo –salvando las enormes distancias– esta idea en relación a la «caída» en el campo. Al detenido-desaparecido se le aísla en un universo donde rige una lógica trastocada, y esa lógica se impone hasta tal punto que el afuera colapsa. Esta «caída» demanda una entrega total, tan extrema como la que exige el amor pero de signo contrario. La víctima de semejante encierro piensa, aunque no pueda hacerlo sino a partir de la locura, con ella dentro; no puede sino estar alerta, tratando de descifrar el universo del horror. Se sumerge y emerge, constantemente, de las redes del poder concentracionario, intenta convivir con él sin perderse en él. Esto sucede dentro del campo, mientras lo habita, y fuera de él, cuando lo rememora si sobrevive, y no nos revela un giro subjetivo sino un sujeto cuya razón no puede (y no debe) separarse de su «objeto». Nunca lo mira desde fuera19.
Sarlo asevera que este sujeto no nos puede enseñar nada: «Primo Levi sostuvo que el campo de concentración no ennoblece a las víctimas; podría agregarse que tampoco el horror padecido les permite conocerlo mejor» (2007: 54). Para mí no se trata de conocer mejor o peor. El testimonio no defenestra el lugar del saber ni de la inteligibilidad sino que los ejerce de otro modo: incorpora la emoción y es performativo en tanto se manifiesta como rebelión. Améry escrudiña este lugar –que no es neutral ya que no cabe neutralidad cuando hay víctimas y victimarios, cuando se humilla la humanidad de otro. La explica así:
…siempre parto del hecho concreto, pero nunca me pierdo en él; más bien, siempre lo tomo como una ocasión para reflexiones que se extienden más allá del razonamiento y del placer en la argumentación lógica a regiones del pensamiento que residen en un incierto ocaso y permanecen allí […]. Sin embargo, […] esto no equivale a clarificación […] Clarificación podría significar arreglo, cierre del caso […] Porque nada se resuelve, ningún conflicto se sella, ninguna rememoración se ha vuelto simple recuerdo. Lo que pasó, pasó. Pero que pasara no puede ser aceptado tan fácilmente. Me rebelo: contra mi pasado, contra la historia, y contra un presente que sitúa lo incomprensible en el frío archivo de la historia y así lo falsifica de una forma repelente. Nada se ha curado […]. ¿Emociones? En lo que a mí respecta, sí. ¿Dónde se ha decretado que el iluminismo debe estar libre de emoción? Me parece que lo opuesto es lo cierto.
El iluminismo puede satisfacer su labor adecuadamente solo si se pone a trabajar con pasión. (1986, XXI)
Los testigos, en suma, procuramos volver a la sociedad de la que fuimos expulsados y marginados para cuestionar, desde el testimonio –razonamiento emocional o emoción pensada–, ese acontecimiento inaceptable que nos rebela y nos mueve a un accionar donde la palabra cumple una función esencial: nombrar (con pasión) lo que se quiso borrar (con frialdad).
3. La legitimidad o persuasión en razones biográficas y no intelectuales traba la reflexión o se coloca en su lugar.
Mi respuesta a esta afirmación de Sarlo es que a este tipo de testimonio no lo impulsa un afán de auto-conocimiento, sino el riesgo que corre nuestra especie en términos de sobrevivencia ética (como postulan Robert Antelme, Alejandro Kaufman, Imre Kertész, Ricardo Forster, Reyes Mate, Perla Sneh, Enzo Traverso, Tzvetan Todorov y tantos otros). Este tipo de reflexión se encuentra en las antípodas del recuento subjetivo.
A los centros clandestinos de detención sudamericanos llegaban sobre todo militantes políticos cuyo proyecto era una emancipación colectiva, y no es extraño que los sobrevivientes siguieran pensando en esos términos. Si los testimonios aducen razones biográficas no es más que para revelar los rasgos de una generación, de una forma de ser en el mundo, de un momento cultural e histórico donde la rebeldía contra el Orden estaba a la orden del día.
4. Sarlo parte de la observación de Ricoeur: «es errado confiar en que la narración pueda colmar la laguna de la explicación/comprensión», para afirmar que «hay dos tipos de inteligibilidad: la narrativa y la explicativa (causal)». La primera estaría sostenida por el efecto de «cohesión» que se le atribuye a una vida y al sujeto que la enuncia (Sarlo, 2007: 115). En conclusión «… el discurso de la memoria y las narraciones en primera persona se mueven por el impulso de cerrar los sentidos que se escapan; no solo se articulan contra el olvido, también luchan por un significado que unifique la interpretación» (2007: 67).
En mi lectura, en cambio, el testimono «deja la puerta abierta a nuevas interpretaciones» (Reyes Mate, 2003: 179)20. Los testimonios, al hablar desde sí, no pretenden contar «todo» –ya que no pueden dar una vista panorámica–. Son ellos los que logran, por esto mismo, poner en escena la dimensión más elusiva de esta particular experiencia.
5. Basándose en la afirmación de Susan Sontag –«quizás se le asigna demasiado valor a la memoria y un valor insuficiente al pensamiento»– (2007: 26), Sarlo sostiene que, tras el giro ideológico que se produce en los albores de los setenta como una «gigantesca toma de la palabra» se pone en escena un «giro subjetivo» que es hora de problematizar. Por lo tanto el testimonio no sería el género más afín para revelar la verdad de una época marcada por el tenor ideológico y el carácter doctrinario de la vida política.
Voy a comenzar por este giro subjetivo, que de hecho se ha expandido en la actualidad. Arfuch lo define como «ampliación de los límites del espacio biográfico» y agrega que, si bien en su reiteración puede dar lugar a un «subjetivismo a menudo excesivo», «no hace del sujeto –de la multiplicidad de sujetos– el centro de la escena. El centro –llámese así el mercado, el capitalismo global, [etc.]– se presenta sin faz reconocible, sin sujeto, como fuerza ciega que domina detrás de meros maniquíes» (2013: 20). En un mundo así, su propuesta no es el rechazo del «pequeño relato» sino, al contrario,
[basarse] en el testimonio que da cuenta de una memoria traumática, compartida, en la historia de vida que se ofrece al investigador como rasgo emblemático de lo social, en el «documental subjetivo» […], en la instalación de artes visuales compuesta por objetos íntimos, personales, en el teatro como «biodrama» o en las imágenes […] de la catástrofe y el sufrimiento que los medios han convertido en uno de los registros paradigmáticos de la época. (2013: 20-21)
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