El lugar del testigo. Nora Strejilevich
es quien lo posibilita. Al sobreviviente que cuenta su historia le importa ser creído porque habla de un sufrimiento colectivo que se ignora o se evita enfrentar. Al contar su experiencia, insisto, busca reestablecer el vínculo con una sociedad de la que fue aislado y a la que aspira volver, por lo que le urge nombrar el daño. Le importa que lo que rememora sea admitido como real, aunque solo pueda ofrecer retazos de memorias olvidadizas. El tipo de relato que surge, con sus faltas de concordancia, sus grietas y agujeros, es un modo de recordar (Jinkis, 2011:90), un modo que se completa con el reconocimiento que depara la escucha. Solo una deposición judicial puede aspirar al artificio de la exactitud. La exigencia de precisión revela simplemente que el paradigma punitivo, el de la escena judicial, es el que modela las expectativas de una audiencia entrenada por los medios masivos de no comunicación.
Para concluir hay que puntualizar, como lo hace Jinkis, que
el primer sentido del testimonio es el de afirmar el acontecimiento […] El testigo es pues aquel personaje insalubre que rompe el silencio, es decir, que no solo ha sobrevivido al exterminio físico sino al exterminio de la palabra. (2011: 105)
Para el psicoanalista argentino este «salvataje de la palabra» lo realiza el testigo en sociedades donde las matanzas fueron acompañadas, junto a su negación sistemática, por la destrucción de archivos y documentos. Un borramiento de este calibre genera «una secuencia de acontecimientos de toda índole en cuya serie se pueden incluir los relatos testimoniales (no solo judiciales)…» (2011:80). El testimonio, en tanto efecto a largo plazo del exterminio, es parte de la serie, aunque la aspiración de la escritura testimonial que presento es salirse de ella, refutar sus lógicas, desafiarlas.
7 Citado por Feierstein en su estudio preliminar «Sobre la resistencia al silenciamiento y la deslegitimación de la voz del testigo» al libro Testimonio en Resistencia, de Philippe Mesnard (2011: 31).
8 Lenta biografía, novela de Sergio Chejfec donde la rememoración de un pasado atroz se transmite a través del silencio.
9 Agamben critica que este término le otorgue al exterminio el privilegio de la mística: «en el 386 de nuestra era Juan Crisóstomo afirmó que Dios es incomprensible, indecible, inenarrable e ininscriptible, y que afirmarlo es la mejor forma de adorarlo y glorificarlo. Decir que el horror es indecible o incomprensible es adorarle como a un dios, contribuir a su gloria, usar eufemismos…» (2000: 32).
10 Expresión que tomo de Estrin en Literatura rusa (2013: 125).
11 El movimiento de vecinos de Buenos Aires, Barrios X Memoria y Justicia interviene en el paisaje urbano colocando baldosas con los nombres de los desaparecidos (a quienes identifica como militantes populares) en el sitio en que vivieron, trabajaron, estudiaron o donde fueron secuestrados.
12 Todas las traducciones de libros publicados en inglés son mías.
13 En la entrevista a Derrida en Staccato, programa televisivo de France Culturel, 19/12/1997, el filósofo indica:
«Cuando digo “heme aquí” soy responsable ante el otro, el “heme aquí” significa que ya soy presa del otro («presa» es una expresión de Lévinas). Se trata de una relación de tensión; esta hospitalidad es cualquier cosa menos fácil y serena. Soy presa del otro, rehén del otro, y la ética ha de fundarse en esa estructura de rehén» (publicado en Derrida, J. ¡Palabra!…Edición digital de Derrida en castellano).
14 Ver capítulo «Un glosario sin definiciones», sección «Verdad».
Cuestionamientos
a la palabra del testigo
Giorgio Agamben:
en torno a la imposibilidad del testimonio
Si bien el filósofo italiano elabora conceptos claves para la comprensión de los dispositivos del campo, su lectura de ciertas afirmaciones de Levi lo lleva a poner en duda la posibilidad del testimonio. En nuestro medio, estos párrafos de Agambien se usan como martillo para aplastar al testigo.
La reflexión parte de este texto:
Hay [una] laguna, en todo testimonio: los testigos, por definición, son quienes han sobrevivido y todos han disfrutado, pues, en alguna medida, de un privilegio […] El destino del prisionero común no lo ha contado nadie porque, para él, no era materialmente posible sobrevivir […] El prisionero común también ha sido descripto por mí, cuando hablo de «musulmanes» pero los musulmanes no han hablado. (Levi, 1998, en Agamben 2000: 33)
El testigo habla por delegación en nombre de los que no pueden dar testimonio porque no están. Y habla tanto por los muertos como por los «musulmanes» –muertos en vida antes de morir15.
Levi continúa:
[l]a demolición terminada, la obra cumplida, no hay nadie que la haya contado, como no hay nadie que haya vuelto para contar su muerte. Los hundidos, aunque hubiesen tenido papel y pluma, no hubieran escrito su testimonio, porque su verdadera muerte había empezado ya antes de la muerte corporal. […] Nosotros hablamos por ellos, por delegación. (Idem)
La idea de delegación está ligada al pudor que acarrea la sobrevivencia, erigida sobre pilas de muertos. Es un gesto de respeto por los hundidos: el testigo se coloca en segundo lugar, como vocero. Agamben da un paso más y nos invita a persistir en esa laguna que pone en tela de juicio el sentido del testimonio y, por ende, la identidad y credibilidad de los testigos: «el testimonio contiene, en su centro mismo, algo intestimoniable, que destruye la autoridad de los supervivientes. Los seudotestigos […] testimonian de un testimonio que falta» (subrayado mío, 2000: 34).
El pensamiento de Agamben se despliega desarrollado en corolarios que manifiestan otro énfasis, como por ejemplo: «la lengua, si es que pretende testimoniar debe ceder su lugar a una no lengua, mostrar la imposibilidad de testimoniar» (2000: 39). Pero me importa centrarme en el efecto que la lectura de esta reflexión tiene en nuestro medio.
Ante todo, la metodología de tortura y exterminio en los campos del Cono Sur no producía «musulmanes»: el esfuerzo por transformar a los detenidos en bultos no culminaba en su transformación en muertos en vida, porque el tipo de trato propinado a los secuestrados era distinto (rara vez se los hacía trabajar, no se los mataba de hambre aunque escaseara el alimento, no se los hacinaba como en las barracas de los campos nazis, etc.).
Y en relación al momento de la muerte, es cierto que el testigo no puede hablar de eso, pero tampoco lo podrían haber hecho los detenidos que eran arrojados dormidos al mar. A los detenidos-desaparecidos se les escamoteó, en su mayor parte, ese instante final: los que fueron lanzados desde aviones ni siquiera pudieron «vivir» la propia muerte o «atravesarla», ya que eran arrojados desde la altura tras una inyección que los sedaba y adormecía, en los «vuelos de la muerte». Ellos tampoco fueron testigos de su propio fin. No obstante, este no es el eje de la discusión porque la tortura principal es, «[o]bviamente, el ser desterrado de la existencia humana» (Kertész, 2002: 53).
Nos sumamos al criterio del sobreviviente austríaco Jean Améry16 cuando admite que no hay otra que la frágil voz del testigo, capaz de dar testimonio de esa vida y de la convivencia con la muerte.
Puedo proceder solo de mi propia situación, la situación de un recluso que pasó hambre, pero no murió de hambre, que fue golpeado, pero no totalmente destruido, que tuvo heridas, pero no mortales, que entonces objetivamente aún poseía el substrato sobre el cual, en principio, el espíritu humano puede pararse y resistir. Pero que siempre se paró en piernas débiles, y pasó malamente la prueba, esa es la entera y triste verdad. (1990: 9)
Améry también se refiere al «musulmán»:
El así llamado musulmán, como el lenguaje del campo llamó al prisionero que se estaba abandonando y era abandonado por sus camaradas […] [e]ra un cadáver escalofriante, un manojo de funciones físicas en sus últimas