El lugar del testigo. Nora Strejilevich
histórico. Intento acercarme al imaginario surgido a partir de ciertos hitos traumáticos, ya que esa trama habilitó el terrorismo estatal. Mi recuento no explica el por qué de ciertos fenómenos que nos exceden, apenas los sitúa en el poroso marco de una época.
En este capítulo, además, presento una selección de textos que contradicen el criterio, muy difundido, según el cual el testimonio desestima la labor artística porque su objetivo es la denuncia. En los títulos acá seleccionados se verifica que esta afirmación es algo que se dice sin prestarle mayor atención a relatos que denotan lo contrario. Pero sé que, ante mi insistencia, alguien podría preguntar: ¿por qué defender ciertos libros?, ¿acaso no se terminan imponendo por sí mismos? No lo creo. Una de las condiciones de posibilidad del testimonio es la existencia de un entorno que albergue su palabra.
El capítulo final, «La escritura y mi vida», cuenta cómo Una sola muerte numerosa, el relato de mi experiencia como detenida-desaparecida enlazado con el de muchos otros, me llevó a El arte de no olvidar: literatura testimonial en Chile, Argentina y Uruguay entre los 80 y los 90 y, finalmente, a El lugar del testigo. Escritura y memoria (Uruguay, Chile y Argentina).
En todos los capítulos resuena el mismo imperativo: hay tiempos en los que a la vida le urge contarse, donde experiencia y relato se necesitan más que nunca, donde se hacen eco. El nuestro es uno de ellos.
1 Jorge Rafael Videla fue jefe de la primera Junta Militar responsable del golpe del 24 de marzo de 1976; se lo sentenció en el Juicio a las Juntas en 1985; en 1990 se acogió al indulto declarado por el presidente Carlos Menem; en 2010 lo condenaron a cadena perpetua en cárcel común por crímenes de lesa humanidad; en 2012, a 50 años por la apropiación sistemática de hijos de desaparecidos. Murió en la cárcel en 2013.
2 En este ensayo uso ambas nomenclaturas: CCTyE (como se estila en la Argentina) y campo (témino que remite al nazismo y que vincula diversas metodologías de desaparición forzada que, a nivel simbólico, dejaron marcas similares).
3 Al gobierno que, entre 2003 y 2015, asumiera los derechos humanos como política estatal, le ha sucedido otro cuyo interés es exactamente opuesto en este y otros sentidos. Si bien los juicios –impulsados por el esfuerzo de sobrevivientes y activistas que colaboran con la búsqueda de pruebas e información para colaborar con las fiscalías– no cesan, el cambio institucional afecta las causas, demorándolas. Este hecho evidencia que ninguna lucha legal se sostiene sin cambio cultural. Un cambio que, si bien no alcanzó para garantizar la continuidad del Estado protector, se manifiesta, hoy en día, en una lucha que amplía sus reclamos. Un ejemplo paradigmático es el paro y movilización de mujeres bajo la consigna “Ni una menos”, primer estallido del movimiento feminista que, al decir del periodista Horacio Verbitsky, «representa el nacimiento de un fenómeno como el [de] las rondas de las Madres» (Página 12, 23/10/2016). En Chile, el movimiento de mujeres irrumpe con idéntica fuerza.
4 En el caso uruguayo la lucha legal quedó rezagada en relación a la resistencia civil: «Tras 45 años del golpe de Estado que dio inicio a la dictadura cívico-militar en Uruguay, el 27 de junio de 1973, cientos de causas judiciales e investigaciones están "estancadas", ya que no ha habido una "voluntad política de avanzar en la verdad", aseguró la ex fiscal Mirtha Guianze. […] "Creo que se avanzó poco. En realidad, en lo que se ha avanzado es en el reconocimiento desde la sociedad civil", sostuvo».El Universal, 27/6/18. En línea: <http://www.eluniversal.com/internacional/13548/causas–judiciales–sin–avances–tras–45–anos–del–golpe–de–estado–en–uruguay>.
5 Título de Fernando Reati: Nombrar lo innombrable. Violencia política y novela argentina: 1975–1985 (2013).
6 En este y otros capítulos se reelaboran y expanden ideas que figuran en el artículo de mi autoría: «El testimonio de los sobrevivientes: figuración, creación y resistencia» (2016).
Darle palabras al horror
Y no intentamos […] sino dar palabras a un horror que está y que sigue estando en el aire. Hablar es intentar una sintonía con eso. ¿Cómo hacerlo?
Perla Sneh
El testigo cuenta
El testigo cuenta –en el doble sentido de relatar y de importarle a otro– porque su versión revela el núcleo duro del experimento que pone en cuestión el estatuto de lo humano.
El testigo cuenta porque su memoria res-guarda escenas que revelan cómo el poder puede invadir y ocupar al sujeto y a la comunidad.
El testigo cuenta cómo se sostiene la insospechada capacidad para la resistencia en las situaciones límite y tras ellas.
El testigo cuenta cómo vivían los hoy llamados desaparecidos, el modo en que habitaban ese sitio inhabitable donde transcurrió su último tramo existencial.
El testigo que cuenta nos revela mujeres y hombres resilientes y frágiles que, al darle cuerpo a su experiencia, reformulan las secuelas del horror y dejan de ser sus víctimas. Al contarlo con su tono y modulaciones, el testigo decide el cómo. Cada opción tiene sus límites y sus riesgos, ninguna es satisfactoria.
Quien opta por un estilo condensado y poético corre el riesgo de reducir la complejidad de lo real. Quien recurre al ensayo corre el riesgo de explicar demasiado y cerrar sentidos, no dejándole al lector un espacio de elaboración propia (Mesnard, 2011).
Frente a un terreno tan delicado lo más sabio es aceptar, como dice Levi, que «lo han hecho lo mejor que han podido, no habrían podido dejar de hacerlo y lo seguirán haciendo»7.
Quien sobrevive no deviene testigo de una vez para siempre, sino que se va construyendo a medida que se dan las condiciones para nombrar lo vivido. Su relato va cambiando: la distancia entre la víctima que fue y el testigo que es aumenta a medida que la cartografía del terror se va develando y se abren espacios para la escucha. Entonces surge la posibilidad de despertar memorias, reinterpretar conductas, recapacitar sobre regiones silenciadas hasta ese momento. La constante rememoración da con nuevas lecturas. Es el caso de la violencia sexual y de género, denunciada desde el comienzo por las mujeres pero solo declarada recientemente crimen de lesa humanidad (en la Argentina), cuando las testigos relanzaron el tema con mayor énfasis (habilitadas por el nuevo despertar feminista y la transformación de los juicios en lugares donde el relato centrado en la subjetividad empezó a tener cabida).
En contraste con este lento y trabajoso proceso de darle palabras al horror, el uso de nociones que parecen abarcarlo todo, que dan la impresión de tarea cumplida, que «cierran» el caso, son las más difundidas. El testimonio, en cambio, «abre», persiste en cuestionar definiciones que, en su reiteración, se dan por «verdaderas», es decir, cristalizan. Ni banalidad ni fábrica, sino una combinación más evanescente. Para descifrar sus múltiples claves se requiere atravesar la lenta biografía de la atrocidad8.
Biografía nos remite a bios, vida. La vida no se puede narrar per se, pero al ser narrada cobra vida: es ese relato. Escribir es poner algo a salvo de la muerte, dijo alguien, y lo que se salva, cuenta. Al contar, la palabra del testigo pone en vilo nociones que la teoría esgrime como verdades, como cuando asume que esta experiencia es inenarrable9. Nada es inenarrable (mutatis mutandis, nada es totalmente narrable). Invivible, refutó Jorge Semprún. Inadmisible, dice Jorge Montealegre.
Hay que contar con el testigo para que no se nos olvide de qué estamos hablando.
¿Cuándo?
[Hay] temporalidades de la memoria que se resisten al dócil ordenamiento de las cronologías (Leonor Arfuch, 2013: 84).
La pulsión de testimoniar nace en la encrucijada entre el ansia de volver y el miedo a revivir, y de esta tensión