El lugar del testigo. Nora Strejilevich

El lugar del testigo - Nora Strejilevich


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y el método de depósito y asesinato de prisioneros eran distintos. Como hemos dicho, en nuestra región recluían, en su mayor parte, a hombres y mujeres que el sistema identificaba como enemigos, sobre todo a partir de su militancia política (aunque la noción de «subversivos» era definida por el poder desaparecedor, lo cual permitía las amplias libertades que estos «dioses» se tomaban a la hora de la selección). El sector a ser aniquilado, a diferencia del caso europeo, compartía cultura, lengua y, en términos amplios, ideología, lo cual favorecía una (mínima) comunicación entre los detenidos.

      Por otro lado, el tipo de reclusión era distinto. En el caso de los campos de concentración y de exterminio nazis (algunos eran solo de concentración, otros solo de exterminio y otros cumplían ambas funciones) se trataba de una «acumulación de existencias» (Viktor Frankl, 1986). Los detenidos que sobrevivían al inmediato asesinato en las cámaras de gas –el destino inmediato de la mayoría– sufrían hambre y hacinamiento, y se los desgastaba mediante el hambre y el trabajo esclavo hasta que se transformaran en muertos en vida. Este método, sumado a las diferencias étnicas, políticas, de nacionalidad y lingüísticas de las víctimas, dificultaba enormemente la resistencia, que de todas formas estuvo muy presente en cada instancia del proyecto genocida, como documenta Perla Sneh en Palabras para decirlo (2012).

      En Uruguay y Argentina se practicó, sobre todo, el aislamiento de los detenidos: el tratamiento era de «oscuridad, silencio e inmovilidad» (Calveiro, 2004: 48). También escaseaba la alimentación y el trabajo esclavo era restringido. En Chile se trataba, sobre todo, de una convivencia enclaustrada y degradante que tampoco coincide con el estilo de los campos europeos (excepto en la Colonia Dignidad)22.

      Aunque los testigos describan al campo como el enclave de crueldad y de muerte que fue, también los detenidos crearon espacios de cobijo: un secuestrado dialoga, a través de golpecitos en la pared, con el de la celda vecina (Timerman en la Argentina y Rosencof en Uruguay): el primero se comunica con un preso que tal vez imagina, el segundo con su compañero de militancia. En La escuelita de Alicia Partnoy, en Argentina, varios cautivos hablan con migas de pan. Hernán Valdés conversa con quienes lo rodean en la «barraca» de Tejas Verdes, en Chile. El filósofo chileno José Santos (2015) estudia «la representación de los lugares de detención y tortura desde la perspectiva de su carga afectiva» y da cuenta de las formas en que los reclusos construyen «respiros»:

      …ciertos lugares puntuales van adquiriendo sentidos aterradores, como el «Velódromo» del Estadio Nacional o el «Polígono» en Dawson, mientras otros toman sentidos acogedores, como los baños, los patios, los rincones, pues se vuelven un espacio de encuentro… (2015)

      Aunque el baño sea precario y se asocie al olor y al hacinamiento, es a menudo el sitio donde los reclusos pueden comunicarse, observa el investigador tras la lectura de cientos de testimonios. En esos instantes lo inhabitable se vuelve habitable y el proyecto de arrasamiento tambalea.

      Otra de las instancias que los testigos registran como «agradables» son las vinculadas a la comida, por el obvio nexo entre alimentación y vida y por la evidente escasez de la primera:

      …poco a poco, comencé a esperar la hora de la comida con ansiedad, porque con la comida volvía la vida a través del ruido de las ollas, con el ruido de la gente. Parecía que la cuadra donde estábamos los prisioneros despertaba entonces a la existencia. (Testimonio de Graciela Geuna, citado por Calveiro, 2004: 50)

      En las antípodas está el traslado, el momento final. Calveiro comenta que «prácticamente en todos los campos se ocultaba, al tiempo que se sugería, que el destino final era la muerte» (2004: 50). Aunque muchos lo negaran, era inevitable sentir el clima tenso los días de traslado, cuando los detenidos eran llamados por sus números para ir a «esa muerte que era como […] desaparecer sin morir. Una muerte en la que el que iba a morir no iba a tener ninguna participación; era como morir sin luchar, como morir estando muerto o como no morir nunca» (Nunca Más, 1985: 184, citado por Calveiro, 2004: 52).

      Desaparecido: Jorge Rafael Videla lo definió en estos términos: «es una incógnita […] no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido». Marguerite Feitlowitz (1988) se refiere a esta invención siniestra: «desaparecido» es una palabra atípica que se resiste a la traducción; nunca se había usado como sustantivo y el verbo desaparecer tampoco existía en modo transitivo (desaparecer a una persona), por lo cual se la ha incorporado a otras lenguas en castellano. Esta noción, nacida de la Noche y Niebla nazi, transforma a los asesinados en seres que, al no estar «ni vivos ni muertos», encarnan un «misterioso estado de ser», como indica Kaufman. También según Gabriel Gatti «se ha llegado, tras un esfuerzo teórico, a promover […] “un nuevo estado de ser”, extraño y desconcertante» (2017).

      Este esfuerzo tiene […] grandes hitos: La constitución de la categoría misma […] cuando aún no se disponía de términos para nombrarla; el ascenso de esta categoría al estatuto de tipo jurídico-penal del derecho internacional en materia de derechos humanos; y su circulación y expansión abiertas. (2017: 16)

      Si bien es decisivo, para una comprensión de nuestro mundo actual, visualizar la expansión de este concepto como propone en Desapariciones: usos locales, circulaciones globales (2017), me remito al primer hito del dispositivo que, como también indica Gatti, «produjo algo nuevo y que le es ciertamente propio al caso argentino: la invención social de la categoría de detenido desaparecido y la construcción de un campo social alrededor de ella socialmente denso e institucionalmente muy robusto. Y duradero» (2017: 17). En realidad el invento se lo debemos a Videla porque a partir de su siniestro enunciado se creó un campo de lucha por los derechos humanos centrado primero en la demanda de «Aparición con vida» y, más adelante, en la exigencia de «Memoria, Verdad y Justicia».

      La palabra desaparecido es la más emblemática de un vocabulario que va nombrando de un modo particular el plan sistemático y clandestino de secuestro, tortura y asesinato masivo. Pero el asesinado con esta metodología, como dice Kaufman, «no es un muerto ni un fantasma».

      «Es otra figura. Afirmar que las víctimas de los perpetradores desaparecieron [es] la negación de la muerte misma. Aquí se huele el humo de los crematorios. Cielo y mar son receptáculos de masas anónimas de víctimas, asesinadas para que su recuerdo quede indeleble por haber sido borrado en forma tan extrema». (2012: 39-40)

      El testimonio desafía el lenguaje asesino (que oculta y muestra al mismo tiempo): viene a contar que ellos estaban y cómo estaban; cómo eran; dónde pasó lo que pasó e incluso, en algunos casos, cuándo y cómo los mataron. Los testimonios reniegan del destino marcado por el terror, el del anonimato de los desaparecidos, recuperando nombres e historias.

      Hace frío. Mucho frío. El frío viene de las paredes, se arrastra por el elástico del catre, sube por el colchón, trepa por la espalda y se clava en la nuca. Juega con la columna vértebra por vértebra, ida y vuelta, de arriba abajo, de abajo arriba, sin tregua. Frío de muerte haciendo muecas. Por la invisible reja de la celda entra un rayo de luz que corta el aire de un tajo. Choca contra la piel y veo un sudor viscoso. Trato de tocarlo, no sé cómo. Las manos se acercan y caen como peso muerto. Quiero mirarlo. La cabeza se levanta y se desploma. Quiero salir de esta red de heridas y moretones. Los pies esposados ya no luchan. El dolor gime de piernas a cabeza como tediosa obsesión que repite: estás presa, desaparecida, parecida, depe–sapa–repe–sipi–dapa. (Strejilevich, 2018)

      Dolor/ sufrimiento: El testimonio muestra el dolor y eso trae consecuencias. Exhibir el dolor puede alejar a quien lo ve porque ciertas imágenes producen rechazo, no empatía (Susan Sontag, 2003).

      El filósofo argentino Pablo Dreizik observa cómo en la representación clásica del dolor prima su lazo con la belleza23. El rostro de ciertas esculturas griegas, o la imagen del Cristo crucificado, parecen denotar que el sufriente accede a un saber en medio del sufrimiento (por eso hay en esas representaciones contención, capacidad de enfrentarlo y dignidad). Sin embargo, la unión de dolor y belleza se va perdiendo a lo largo de la historia, hasta que los factores se separan. El dolor ataca la forma, se de-forma. Mientras


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