Ausencia de culpa. Mark Gimenez

Ausencia de culpa - Mark  Gimenez


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cincuenta kilos, que estaba al lado de Carlos. Parecían dos fanáticos del béisbol sentados en las gradas más alejadas del campo. Bobby y Karen estaban casados; Louis y Carlos podrían haberlo estado, a juzgar por la forma en la que discutían por todo.

      —Voy a quitar a Romo de mi equipo de fútbol Fantasy cuando acabe la temporada —dijo Carlos a Louis—. ¿Me lo cambias?

      —¿Por cuálo? —preguntó Louis.

      —Cuál —corrigió Karen.

      Karen también hacía de profesora particular de gramática y literatura de Louis. Ese año se enfrentaban a Shakespeare.

      —¿En qué equipo juega? —dijo Carlos.

      —¿Quién? —preguntó Louis.

      —Cuál. El jugador que ha dicho la señora Douglas.

      —Eso no es… —Miró a Karen—. Eso no es un jugador. Es un pronombre.

      —Correcto, Louis —dijo Karen—. Un pronombre interrogativo. En este caso, acompañado de una preposición. Por sería la preposición, y cuál el pronombre.

      Carlos miró a Karen, luego a Louis y de nuevo a Karen totalmente confundido.

      —¿De qué coño está hablando? ¿Quieres a Romo o no?

      —No.

      —¿Cuálo quieres?

      Louis miró a Karen arqueando las cejas, como si estuviera preguntando «¿Lo ha dicho bien?» Karen negó con la cabeza. Louis se volvió hacia Carlos:

      —Cuál.

      —Aclárate. Pensaba que no querías a Cuál.

      —Y no lo quiero. ¿Y por qué quitas a Romo? Ganará los siguientes dos partidos. Los Cowboys juegan en la Super Bowl.

      —Entonces deberías quererlo tú.

      —Yo quiero a Joe Namath. Cuando era joven.

      —¿Quién es Joe Namath?

      Bobby se giró en el asiento para mirar a Carlos.

      —¿No sabes quién es Joe Namath? ¿O era?

      —No.

      —¿Broadway Joe?

      —No.

      —¿Dónde coño has estado toda tu vida?

      —En México.

      Bobby soltó un gruñido. Scott cogió otro caramelo del cuenco que Karen estaba rellenando. A punto de metérselo en la boca visualizó a Louis y lanzó el caramelo al otro lado del despacho. Louis completó el pase y Scott levantó las manos como si hubiera hecho un touchdown; después volvió a meter la mano en el cuenco. Había sido una semana larga.

      —¿Estás bien? —preguntó Bobby.

      —Unos cuantos caramelos más y lo estaré.

      —¿Después de la sentencia?

      —¡Jum! —Scott observó el dulce y volvió a dejarlo en el cuenco—. Es difícil mandar a un hombre a la cárcel. Y es aún más difícil cuando ese hombre solo es un niño.

      —Tal vez se haga un hombre en la cárcel, como dijiste.

      —Tal vez.

      El despacho forrado de madera, el salario de por vida, la seguridad financiera, el seguro dental… todo a cambio de un alto precio. Debía sentarse a juzgar las vidas de otras personas. ¿Cómo le iría a él si juzgaran su vida? Si juzgaran su carrera como abogado. Durante once años había sido un gran abogado y un hombre detestable; en los últimos cuatro había procurado dar un vuelco a su vida. Al contrario que Denny Macklin, tenía que intentarlo fuera de la prisión. La atmósfera del despacho se tornó sombría, así que Bobby cambió de tema.

      —¿Qué quería Dan Ford?

      —¡Ah, es verdad! —Scott sacó las entradas—. ¿Quién quiere ir al partido de los Cowboys el domingo?

      Carlos dio un salto.

      —¿Tienes entradas? ¿Para el campeonato?

      —Me las ha dado Dan.

      —¿Qué quería a cambio? —preguntó Bobby.

      —Nada.

      —Sería la primera vez.

      —¿Todos queréis venir al partido?

      Todos querían.

      —Empieza a las tres. Nos veremos en casa al mediodía. Iremos juntos en coche. Solo tengo un billete de aparcamiento.

      —Yo voy de copiloto —dijo Carlos, pero cuando miró a Louis, supo que no sería él quien fuera en el asiento del copiloto el domingo.

      —¿Y cómo fue la comida de hoy? —preguntó Bobby.

      —Frank Turner me presentó.

      —¿En serio? ¿Qué contó?

      —Les hizo a los abogados un resumen de mi vida. Me dejó la hostia de deprimido.

      —¿Mencionó los juicios?

      —Sí.

      Bobby suspiró.

      —¡Qué tiempos aquellos!

      Tras un momento de silencio en el que reflexionaron sobre los viejos y buenos tiempos, Scott dijo:

      —¿Qué tenemos en la lista de casos para el lunes?

      —¿Algún juicio por asesinato? —inquirió Carlos.

      —Ya te gustaría —dijo Bobby.

      Su semana empezaba los lunes a las nueve de la mañana, con una reunión de personal, y acababa los viernes a las cuatro de la tarde de la misma manera. Terminaban casos antiguos, trabajaban en los actuales y asignaban los responsables de los nuevos. Los casos se multiplicaban sin piedad. Bobby echó un vistazo a la lista.

      —Un chiflado ha demandado a los federales para que publiquen todos los documentos sobre el asesinato de Kennedy. Está convencido de que están ocultando un asesinato de la CIA.

      —¿De Kennedy?

      —Sí.

      —La CIA no mató a Kennedy —dijo Louis—. Lo hizo Oswald.

      —¿Quién es Oswald? —preguntó Carlos.

      Esta vez todos lo miraron.

      —¿No sabes quién es Lee Harvey Oswald? —dijo Bobby.

      —¿Debería?

      —Se le atribuyó el asesinato del presidente Kennedy.

      —¿Lo condenaron?

      —Lo mataron.

      —¿Lo mató el verdadero asesino para encubrirse?

      —No, el dueño de un club de striptease llamado Jack Ruby.

      —¿El que en realidad mató a Kennedy?

      —No. Solo era un pirado.

      —Entonces, ¿quién mató a Kennedy?

      —Esa es la pregunta —respondió Bobby.

      —¿Y cuál es la respuesta?

      —Este pirado cree que fue la CIA.

      —Bueno, sería un caso interesante —afirmó Carlos.

      —Pero no es nuestro. Está asignado al juez Jackson. El gobierno solicitó una moción de desestimación.

      —¿Qué más? —dijo Scott.

      Bobby volvió a hojear los casos.

      —Un grupo de activistas negros también ha demandado al FBI. Alegan que el gobierno


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