Ausencia de culpa. Mark Gimenez

Ausencia de culpa - Mark  Gimenez


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tener los negros.

      —Es verdad —dijo Louis—. Todos los pandilleros con los que crecí están ahora en la cárcel por culpa del crack. Cuando un chico blanco del norte de Dallas esnifaba cocaína, le daban la libertad condicional. Pero si los chicos negros del sur de Dallas fumaban crack, les caían veinte años. No es que haigan… —Miró a Karen e hizo una mueca—. No es que haya muchos bebés en el sur de Dallas.

      Karen le ofreció una sonrisa de aprobación.

      —Pero la Corte Suprema dijo que es discriminatorio condenar de un modo tan dispar la tenencia de crack y cocaína —dijo Scott.

      —Ha presentado una demanda por los últimos veinte años —dijo Bobby—. La desestimarán.

      —¿Pudría leer el informe? —dijo Louis.

      —Podría leer el informe —corrigió Karen.

      Bobby la miró confundido y preguntó:

      —¿Por qué quieres leer el informe?

      —No quiero. Estaba corrigiendo la gramática de Louis.

      —¿Podría leer el informe? —dijo Louis. Bobby se volvió hacia él.

      —No.

      —¿Por qué no?

      —Tampoco es nuestro caso. Se lo han asignado al juez Porter.

      —¿Qué más? —preguntó Scott.

      —La orden ejecutiva del presidente. Exige al ministro de seguridad que deje de deportar mexicanos que residan aquí ilegalmente si no tienen antecedentes penales.

      —Eso me excluye —comentó Carlos.

      —Básicamente, garantiza la amnistía a doce millones de inmigrantes ilegales. —Bobby se encogió de hombros—. Se acercan las elecciones. Veintiséis estados lo han demandado. Sostienen que el decreto ejecutivo es inconstitucional y que tendrán que incurrir en miles de millones de gastos adicionales en educación, asistencia sanitaria y cuerpos de seguridad. El demandante principal es el estado de Texas.

      —Es un caso difícil —dijo Karen—. Decida lo que decida la jueza, la mitad de los estadounidenses van a odiarla.

      Solo había una jueza federal en el distrito.

      —¿Garza tiene el caso?

      —Sí —respondió Karen—. Hablé con su recepcionista. Está recibiendo bastantes palos de los activistas latinos.

      —No la envidio —comentó Scott—. Tomar decisiones difíciles ya es bastante duro como para que encima tu propia gente te presione.

      —A eso se le llama ser juez federal —dijo Bobby.

      —Cierto.

      —Entonces ¿no tenemos ningún de esos casos? —preguntó Carlos.

      Carlos no daba clases de gramática con Karen.

      —No —respondió Bobby. Carlos refunfuñó.

      —Los jueces veteranos cogen todos los casos buenos y nosotros solo tenemos mociones, mociones, mociones… Estoy harto.

      —Déjame reformular la pregunta —dijo Scott—. ¿Qué tenemos en nuestra lista?

      —Mociones.

      Esta vez refunfuñaron todos. Las mociones —peticiones para posponer un juicio, desestimar un caso u obligar a alguien a presentar pruebas, entre otros requerimientos— inundaban la corte federal de papeles y dejaban a los jueces inmersos en un combate de boxeo; pero en lugar de lanzarse puñetazos unos a otros, los abogados se sacudían mociones. Bobby hojeó las páginas.

      —Moción para prorrogar… Moción para desestimar… Moción por requerimiento… Moción por juicio sumario… Respuesta a moción por juicio sumario… Respuesta a respuesta de moción por juicio sumario… Moción de apremio…

      —¿Otra disputa por un descubrimiento de pruebas?

      —Eso me temo. Parece que el abogado defensor, Sid Greenberg, quizá lo recuerdas, hizo la petición de descubrimiento de pruebas para el demandante.

      Sid Greenberg estuvo a cargo de Scott en Ford Stevens. Scott le había enseñado todo lo que sabía.

      —Trescientos mil documentos.

      —¿Y el único documento que puede causar daños está escondido en alguna parte, si es que el demandante puede encontrarlo? —dijo Scott.

      —Sí. —Bobby miró la lista de casos y dijo—: Me pregunto quién le enseñó a Sid ese pequeño truco.

      Scott sacudió la cabeza.

      —Dios, fui un abogado muy sucio.

      —Fuiste un abogado rico.

      —Eso es lo que he dicho.

      —¿Qué nos decías siempre? —preguntó Karen. Ella también había sido socia de Scott en Ford Stevens—. Si quieres elegir el azar, vete a Las Vegas. Si quieres tener la oportunidad de hacerte asquerosamente rico a los cuarenta, trabaja en Ford Stevens.

      Louis y Carlos se echaron a reír.

      —Es una buena cita, juez —comentó Carlos.

      —Tienes cuarenta años y no eres rico —dijo Bobby—. Supongo que deberías haberte ido a Las Vegas.

      Más risas.

      —Bobby, dile a Sid que olvide todo lo que le enseñé. Y luego dile que sancionaré a su cliente por cada hora facturable que pierdan los abogados del demandante al revisar esos documentos. Así quizás quiera pensar mejor lo que sea que pretenda con el descubrimiento de pruebas.

      Bobby sonrió y volvió a hojear la lista de casos.

      —Y tenemos el tema de las órdenes de programación de audiencias en el caso Davis.

      —Diles que es su caso y que establezcan su propio acuerdo. No me necesitan hasta el juicio. Déjales claro que no vamos a evaluar el caso y que más les vale estar de acuerdo.

      —Y tenemos nuestra ración semanal de mociones: una orden de restricción en el caso de la patente.

      Otro resoplido en la sala.

      —Dios, odio los casos de patentes —dijo Carlos—. Son patentemente aburridos.

      Eso hizo reír a Louis.

      —Esa es tuya, Bobby —dijo Scott.

      Por 185 012 dólares al año, los jueces magistrados se ocupaban de todo lo que los jueces de distrito no querían ocuparse.

      —Y más mociones de juicio sumario en los casos Robinson y Simpson. Ambos ocupan más de doscientas páginas, incluidos apéndices.

      —Tendremos quinientos casos civiles en la lista este año, y los abogados presentarán mociones de juicio sumario conflictivas en todos ellos. ¿Es mala praxis si no lo hacen?

      —Debe de serlo.

      —Se emplea mucho tiempo en revisar estas mociones. Es más práctico litigar el caso sin más.

      —Sí, pero a los abogados les pagan mil dólares la hora.

      —Vale, Karen, esos son nuestros. Escoge uno y dame el otro.

      —¿Nada de asesinatos, nada de tumultos, nada de nada? —dijo Carlos—. Joder, va a ser una semana aburrida. Como esta semana. Fraude fiscal, fraude bancario, fraude bursátil, violación de derechos de autor... delitos de guante blanco aburridos perpetrados por tipos blancos aburridos.

      —¿Quieres emoción o seguridad financiera? —preguntó Scott.

      —Seguridad financiera —dijo Karen.

      —Hablas como una madre.

      —Está bien tener un sueldo


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