El universo en tu mano. Christophe Galfard
¿es eso cierto? ¿Es así como se comporta el tejido del universo?
Pues sí. Eso es exactamente lo que has visto en el cielo.
¿Y qué significa eso en la práctica?
Significa que la distancia real entre las galaxias distantes y nosotros aumenta constantemente. Significa que el espacio se estira, y consecuentemente crece por su cuenta, entre las galaxias. Significa que, con el tiempo, nuestro universo cambia.
Infinidad de experimentos han confirmado este extremo, y los científicos han aprendido a aceptar la idea de que vivimos en un universo cambiante y creciente.
A Einstein, sin embargo, no le hacía ninguna gracia. A nadie le gustaba demasiado aquello hace un siglo. Para nuestros antepasados, fueran o no científicos, el universo había sido siempre el mismo. Pero se equivocaban.
Que quede clara una cosa: no es que las galaxias se alejen de nosotros, sino que la distancia que nos separa de galaxias ya de por sí remotas está aumentando. Es el vacío mismo del espacio el que se estira. Los científicos han bautizado este fenómeno y lo han llamado la expansión del universo, y a diferencia de lo que uno podría llegar a pensar, eso no significa que el universo se expanda hacia algo. Significa que se expande y crece desde dentro.
Antes de sacar conclusiones precipitadas y preguntarnos qué podría haber causado semejante expansión, quizá quieras comprobarlo por ti mismo. Imagina que eres tan rico como se puede ser (pongamos que tienes cien mil millones de libras en el banco, por ejemplo) y que tienes cien amigos. El universo pica tu curiosidad, y decides dar a cada uno de ellos mil millones de libras para que construyan un potente telescopio moderno y recorran la Tierra de una punta a otra para recabar toda la luz procedente de todas las galaxias remotas que sea posible.
Algunos meses más tarde, los invitas a tu mansión para que presenten los resultados de su trabajo. Más o menos la mitad eran amigos de verdad y hacen acto de presencia (y te puedes dar con un canto en los dientes), mientras que la otra mitad prefiere quedarse con el dinero. Pero, tanto da, porque todas sus historias son idénticas. Allá donde fueron —China, Australia, Europa, el centro del Pacífico o la Antártida—, todos los que volvieron a tu lado vieron el mismo fenómeno en el cielo: por encima de sus cabezas, las galaxias remotas experimentaban un extraño corrimiento cromático. Todas retrocedían en la distancia. Y cuanto más lejanas estaban, más rápido se alejaban. Todos fueron testigos de la expansión del universo.
¿Qué conclusión podemos sacar de todo ello?
Mientras reflexionas, en tu cabeza se abre paso de nuevo aquella idea tan curiosa que ya te asaltó en el apartado anterior de este libro.
Primero fue ese extraño universo visible que era una esfera a tu alrededor, y ahora esto...
¿Será cierto?
Si todo y todo lugar se alejan de la Tierra, ¿significa eso que todas las madres de la Tierra tienen razón cuando piensan que su bebé es el centro del universo?
Por muy asombroso que pueda antojarse, parece que así es.
Qué noticia más encantadora; qué día tan glorioso.
Si tienes amigos cerca mientras lees esto, podéis descorchar una botella de champán. Resulta que sí somos algo especial. Y especialmente tú.
¡Reivindicados por fin! Copérnico se equivocaba. Tendría que haber oído a su madre. Las madres siempre tienen razón. Los ocupantes de la Tierra estamos todos en el centro de nuestro universo.
Pero espera, espera, espera...
¿Qué hay de las madres en otros planetas distantes, en otras galaxias?
Si existen y piensan como las nuestras, ¿se equivocan ellas con respecto a sus hijos?
¿O es eso prueba de que no hay madres en ningún otro lugar? No será eso, ¿verdad?
Pese a lo que acabas de ver, y del mismo modo que Copérnico nos dijo hace 400 años que no estamos en el centro del sistema solar, la mayoría de los científicos (si no todos) dan por sentado que nuestra posición en el universo no tiene una importancia mayor que cualquier otra. Curiosamente, eso no significa que no estemos en el centro de nuestro universo visible. Sí que lo estamos. Pero también lo está cualquier otro lugar. Todo lugar es el centro del universo que puede verse desde él.
Esta arraigada convicción llevó incluso a los científicos a plantear los siguientes principios cosmológicos adicionales:* para imaginar lo que sucede en puntos muy, muy lejanos de nuestro planeta, los científicos asumen que no existe ninguna posición preferencial —ese es el segundo principio cosmológico— y que si un observador concreto se pusiese a viajar, todas las direcciones le parecerían siempre iguales, puesto que las galaxias distantes se alejarían de su posición, del mismo modo que lo hacen de nosotros en la Tierra: ese es el tercer principio cosmológico.
Si te paras un instante a pensar en ello, mientras tus amigos renuncian a la idea del champán, verás que la regla cosmológica número tres suena trivial y errónea.
El mundo, evidentemente, no tiene el mismo aspecto desde donde estás leyendo ahora este libro que desde la ducha (suponiendo, claro, que no estés leyendo esto mientras te duchas). Por eso hace falta clarificar un punto: el tercer principio cosmológico no se interesa por lo que tienes cerca. Atañe solo a la gran escala. Hablamos de escalas mucho mayores que las galaxias. Lo que dice es que el universo, a escalas desmesuradamente grandes, es muy parecido desde dondequiera que se mire.
Pero aun así sigue sonando raro, ¿verdad? ¿No viajaste por el universo en la primera parte del libro? ¿No viste lugares muy lejanos que no se parecían al universo observado desde la Tierra? Cruzaste incluso una zona del espacio de varios miles de años luz de grosor en la que no brillaba estrella alguna, lo que llamamos la Edad Oscura cósmica. ¿Cómo va a tener el mismo aspecto el universo visto desde la Tierra y desde un lugar en el que no hay una sola estrella?
Bien: es hora de que comprendas de verdad a qué me refiero cuando digo que en la primera parte no viajaste por el universo tal y como es, sino a través del universo tal y como es visto desde la Tierra. No es exactamente lo mismo. Recuerda: el universo que se aparece por la noche no se corresponde con lo que nuestro universo es ahora. Se corresponde con una porción de su historia pasada, una historia centrada en la Tierra porque estamos en la Tierra. Cada día recibimos imágenes y postales procedentes de todas partes. Según la regla cósmica número tres, los habitantes de un mundo remoto deberían ver un universo exactamente similar al que observamos nosotros. No en el detalle, por supuesto, pero sí a gran escala. También ellos estarían rodeados por la suma de toda la información que llega hasta ellos desde su pasado y asimismo verían en el firmamento nocturno un fragmento de la historia de nuestro universo común. Tendrían sus propias Edades Oscuras del universo y superficie de última dispersión. Lo tendrían todo, incluso si su porción no se solapase con la nuestra.
Al final, para entender nuestro universo y captar la imagen en su conjunto, es preciso sumar todas las historias pasadas de todos y cada uno de los puntos del universo. Los lugares que estén cerca entre sí tendrán historias con muchas coincidencias, claro, pero las historias de aquellos lugares separados por grandes distancias espaciales quizá no se solapen de ninguna manera. Aun así, deberíamos considerarlos a todos equivalentes. A eso se refiere la regla cósmica número tres en la práctica. Más adelante leerás más sobre ella.
A propósito, esto significa también que, pese a que no ocupas una posición especial en tu universo, sigues siendo (tal y como tu madre supo siempre con certeza) el centro de tu universo visible.
Y si tienes la sensación de haberlo sabido siempre, deja que la alegría inunde tu cuerpo y alma. Es una magnífica noticia.
Repito: estás en el centro del universo.
Lo que quizá te agüe un poco la fiesta es que tu vecino y tu vecina también: ellos, igualmente, están en el centro de sus respectivos universos