Un mundo sin depresión. Alfonso Basco
Reconociendo la enfermedad
Un paso de gigante a la hora de enfrentar la depresión es identificarla (con ayuda de los criterios recogidos en el apartado anterior) y reconocer que efectivamente se padece. Solo así se podrá empezar a trabajar para superarla.
El origen de la enfermedad puede ser muy diverso. La principal clasificación de acuerdo a la OMS está en su origen, hablándose así de depresión endógena o exógena, dependiendo de si se desarrolla por causas biológicas personales o por factores externos, respectivamente.
En la depresión endógena influye la herencia genética y puede aparecer sin que haya una clara causa externa que la justifique. Incluso aunque la persona deprimida llegue a identificar determinados sucesos desencadenantes de la misma, no suelen ser lo suficientemente graves como para llevar a padecer la enfermedad. La herencia genética no es determinante, tan solo influye. Por ejemplo, si se mantiene un estilo de vida saludable desde el punto de vista físico y mental, la herencia genética puede quedarse en una mera tendencia a la enfermedad que puede ser controlada.
Profundizando aún más se distingue entre la depresión endógena unipolar, que se caracteriza por un único estado en el paciente, el estado depresivo; y la depresión endógena bipolar, que se caracteriza por la alternancia de dos estados: la actitud hiperactiva (euforia, ideas de grandeza, optimismo no realista, proyectos de vida extravagantes o impulsivos, etc.) y el estado depresivo (apatía, tristeza, sentimiento de inutilidad o de culpa, etc.)
La depresión exógena es la que se produce a partir de un suceso traumático, que puede ser puntual o sostenido en el tiempo (un problema grave de salud física, un proceso de separación, la muerte de un ser querido, un despido o una crisis laboral, etc.) Experimentar dolor ante acontecimientos traumáticos es absolutamente normal. El proceso depresivo comienza cuando la tristeza o el dolor se mantienen de forma prolongada sin llegar a desaparecer y ocupando un lugar protagonista en nuestra vida. En este caso, y aunque la depresión tenga un origen externo, puede acabar provocando también un desequilibrio en la fisiología del cerebro. En este sentido es importante diferenciarla de un sentimiento natural de tristeza causado por algún suceso producido al inicio de un proceso depresivo. Sentir dolor ante un hecho traumático es natural y forma parte de la vida. Pero debemos permanecer alerta para detectar si el protagonismo y la persistencia de las consecuencias de ese trauma han podido desequilibrar poco a poco el funcionamiento neurológico. En este tipo de casos es especialmente efectiva la ayuda de un terapeuta profesional.
Si hablamos de los síntomas más frecuentes, la OMS nos lleva a una distinción fundamental, que es la establecida entre la depresión en personas con y sin antecedentes de episodios maníacos. Ambos tipos de depresión pueden ser crónicos y reincidentes, especialmente cuando no se tratan.
El Trastorno Depresivo Recurrente, como su nombre indica, se caracteriza por repetidos episodios de depresión. Durante estos episodios hay un estado de ánimo que consiste en la pérdida de interés y de la capacidad de disfrutar, y una reducción de la energía que produce una disminución de la actividad, todo ello durante un mínimo de dos semanas. Muchas personas con depresión también padecen síntomas de ansiedad, alteraciones del sueño y del apetito, sentimientos de culpa y baja autoestima, dificultades de concentración e incluso síntomas de distinta índole que no tienen explicación médica.
El Trastorno Afectivo Bipolar consiste característicamente en episodios maníacos y depresivos separados por intervalos de un estado de ánimo normal. Los episodios maníacos cursan con estado de ánimo elevado o irritable, hiperactividad, logorrea[6], autoestima excesiva y disminución de la necesidad de dormir.
Identificar los primeros síntomas de un proceso depresivo y confirmarlos posteriormente con un profesional es necesario para poder prevenirlo y/o enfrentarlo con éxito. No solo se puede hacer en primera persona, sino también cuando observemos un caso a nuestro alrededor: un familiar, un compañero de trabajo, un amigo, etc., y así saber cómo actuar. Por un lado, para poder ayudar a la persona enferma, y por otro, para cuidarse ante un posible «efecto contagio» (por ejemplo, en la vida de pareja). Cayendo en un proceso similar no ayudaremos al enfermo, quizá todo lo contrario. Es decir, se trata de ayudar… pero de ayudar bien: con paciencia, comprensión, auto-protección, etc. Más adelante abordaremos esto con mayor detalle.
Uno de los grandes problemas a los que se enfrenta quien padece la depresión es la falta de empatía ajena y el desconocimiento que existe sobre cómo ayudar de forma eficaz al enfermo. Por ejemplo, el no saber actuar al confundir depresión con vagancia, introversión, aburrimiento, tristeza puntual, etc. En todos los casos, las causas que nos llevan a la depresión pueden ser múltiples: la empatía y la sensibilidad excesiva ante cualquier circunstancia propia o ajena, una mala relación de pareja, laboral, familiar, etc. Las causas sistémicas como el individualismo y el aumento de la soledad propio de la sociedad contemporánea también afectan cada vez más al crecimiento de la enfermedad en todo el mundo. Nadie queda completamente a salvo, por lo que se hace cada vez más necesario para la sociedad actual saber de qué estamos hablando y cuáles son las opciones que tenemos para prevenir y luchar contra esta enfermedad.
¿Qué se puede hacer ante un diagnóstico de depresión? Admitir que se padece, acudir a un terapeuta profesional, no aislarse y pedir ayuda a las personas adecuadas de nuestro entorno, estar dispuestos a poner de nuestra parte para salir adelante, tener paciencia y entender que no va a ser fácil ni se tendrán resultados inmediatos, y ver el modo de enfrentar la enfermedad como una oportunidad para cambiar todo aquello que nos ha llevado a esa situación, son algunos de los pasos a dar. No obstante, a lo largo del libro se irán ampliando y concretando diferentes respuestas a esta pregunta desde el punto de vista del paciente, de las personas que lo rodean y de la sociedad en su conjunto.
Los siguientes capítulos incluyen opiniones e historias reales de quienes enfrentan o han enfrentado un proceso de depresión. En primer lugar, con testimonios de ex pacientes que comparten con el lector cómo han podido superar la depresión con su actitud y proactividad. En segundo lugar, de la mano de terapeutas profesionales que muestran sus ideas y opiniones sobre qué podemos hacer para prevenir y vencer la depresión. En tercer lugar, con relatos de profesionales (no terapeutas) que trabajan desde hace muchos años en puestos de responsabilidad en organizaciones que luchan contra la depresión y el suicidio (Teléfono de la Esperanza y Teléfono contra el Suicidio). Y, por último, con la propia experiencia y vivencia del autor, después de la cual se decidió a emprender la redacción de este libro.
1 Fuente: American Psychiatric Association. DSM-5.
Primera parte
La depresión se puede superar
1. Historias reales y exitosas de superación de la depresión
«La vida me dio una nueva oportunidad que no debía desaprovechar»
La historia de Javier
Ya desde niño sabía que era diferente. Había algo dentro de mí que no era lo «correcto», lo «normal». Me crié en una familia conservadora con un padre autoritario y con una madre y dos hermanas, y siempre se me notaban esas «maneras» que me hacían algo distinto; todos lo notaban pero callaban, y yo a su vez sabía que todos lo sabían, o al menos lo intuían, pero supongo que pensaban que se me pasaría y que era cosa de la edad.
Desde muy pequeño sentía atracción por mis compañeros de clase, los chicos, pero la bloqueaba inmediatamente. No podía permitirme ser así; los míos me «matarían» si se enteraban. Era el hazmerreír de la clase, el «maricón» con el que todos se metían. Todos los días sin excepción me hacían lo que hoy se conoce como «bullying».
Ante esa situación, los profesores me miraban condescendientes, con pena, y ponían esa media sonrisa que me indicaba que nada podían hacer, que me ofrecían su apoyo pero a su vez no daban la cara por mí, y yo, desesperado, me iba a mi casa y seguía siendo ese pequeño «sonriente y feliz» que se sentía solo y tenía que seguir fingiendo porque el raro era él y no los demás, y se merecía todo lo que le estaba pasando.
Todos pensaban que