Un mundo sin depresión. Alfonso Basco
había llegado a tocar fondo como nunca antes. Tenía una idea de lo que podía estar ocurriéndome pero necesitaba que un profesional me lo confirmara y me guiara en mi proceso de sanación con herramientas y conocimiento.
De todas formas, es normal sufrir altibajos porque no es fácil cambiar la parte inconsciente de nuestra mente; requiere mucho trabajo y tiempo. A mí me resulta útil compararlo con un virus, ya que aunque hayas sufrido una gripe muy fuerte esta puede volver a afectarte más adelante; de hecho es muy probable que vuelvas a tener gripe.
En la actualidad hago terapia con una psicóloga y después de un año de intensas sesiones voy notando que mis comportamientos sumisos van desapareciendo lentamente. La terapia me ha ayudado también a detectar dónde se formó aquel patrón, por qué y con quién se dispara. Es fundamental trabajar sobre el carácter para fortalecerlo y mejorar la autoestima. Y más que nada para que la situación no se vuelva a repetir, o en el caso de repetirse, poder detectarla mucho más rápido. El estado de depresión, aunque en algunas situaciones vuelve, se produce por períodos más cortos cuando la autoestima se refuerza. Así que desde mi experiencia recomiendo la terapia individual a manos de un buen profesional.
Por supuesto, hago todo lo que contribuya al crecimiento personal, como actividades físicas o intelectuales que beneficien la integridad de la persona; también ha sido muy positivo para mí leer libros de autoayuda, practicar yoga, etc. Sin dejar de mencionar que las relaciones con la familia y los amigos también son súper enriquecedoras y esenciales para superar una depresión de este tipo.
Hoy en día me siento feliz por ser una persona que lleva las riendas de su vida. Ahora soy independiente y asumo mis responsabilidades. Y algo muy reconfortante de todo esto y que me realimenta y fortalece es el hecho de ser yo misma quien trabaja cada día para cambiar esa situación. Finalmente puedo ver que soy yo quien dirijo mi vida y quien ha conseguido por mérito propio un trabajo donde se me reconoce y una pareja que me respeta y me ama de verdad. El cambio está en uno mismo, y eso es lo más maravilloso que he podido descubrir en estos últimos años.
«Mi felicidad contribuye a la felicidad de los demás»
La historia de Marcos
No podría decir cuáles fueron las causas de mi depresión. Sí recuerdo la primera vez que fui consciente de que era muy infeliz, que tendía a la melancolía y que no me gustaba mi entorno.
Fue entre los once y los doce años. Acababa de instalarme en Madrid porque mis padres decidieron que nos íbamos a vivir allí. Supongo que pensarían que en los años setenta sus seis hijos tendrían más oportunidades de conseguir un futuro en la capital que en el sur de Andalucía.
Nos instalamos en el centro de Madrid. Allí descubrí muchas fachadas feas, grises, en un Madrid insolidario, solitario y en el que los niños no salían a jugar como en mi ciudad natal. Era el «Madrid de los Austrias» abandonado por la juventud y a finales del franquismo. Solo había personas mayores y polvo en las fachadas.
Y descubrí el frío, la soledad, una familia partida en dos mitades entre Andalucía y Madrid. A mí me tocó estar junto a una hermana y mi padre en un sitio inhóspito y poner en marcha los nuevos negocios. Ese año no me pudieron escolarizar y las horas eran interminables.
En mis ratos libres daba vueltas por el centro, paseaba y buscaba algo con lo que entretenerme. No había niños en las calles. Mis hermanos estaban lejos; además, vivíamos junto al «Viaducto», el lugar preferido de los suicidas en Madrid en aquella época. No había una semana en la que no hubiera uno o dos suicidas que se tiraran desde lo alto del puente.
Uno de mis lugares preferidos era la Catedral de la Almudena, fría, en plena obra y tan grande que te hacía sentirte aún más minúsculo.
Y yo me dedicaba a mirar las tumbas y las lápidas de los que allí estaban enterrados. Eso me hacía sentirme menos solo. No sé por qué. Tal vez porque me sentía igual que ellos. Muerto por dentro. Vacío. Triste. Solo. El cielo se había vuelto gris y mi corazón, igual que el mar, reflejaba el color del cielo.
Pero nunca dije nada. Siempre callé mi depresión y lloraba sin comentarlo con nadie. Nadie sabía que me sentía muerto por dentro con tan solo doce años.
Supongo que mi primera depresión y las posteriores fueron siempre por causas exógenas. De hecho, en varias etapas de mi vida he vuelto a sentir una tristeza que me ha durado muchos meses. Pero en las etapas siguientes fue por un exceso de melancolía y un carácter muy romántico que no se aceptaba a sí mismo.
Las últimas veces que he tenido épocas depresivas han sido provocadas por la extenuación. He trabajado tanto, he luchado tanto por proyectos imposibles que al final he tenido que asumir mis fracasos mientras el mundo se desmoronaba a mi alrededor. He tenido que pasar por meses y meses de aprendizaje interno ayudado por ansiolíticos y un exceso de tabaco y alcohol.
He luchado solo. Sin ayuda. Por eso no me extraña que tantos hombres se suiciden. Esta idea me ha surgido durante meses y meses en cada despertar, en el momento en que tomaba aliento durante el día. Mi única solución era suicidarme. Tal vez no me daba cuenta de que lo que no hacía era buscar ayuda ni cambiar mi situación para huir de lo que me atenazaba y me hacía mal.
Aunque ya desde niño he tenido que afrontar diferentes circunstancias, hubo una etapa «infernal» de mi vida en la que se sucedieron una serie de tragedias. Con 46 años perdí a mi hijo. Con 48 perdí a mi mujer. Con 49 perdí el trabajo que tenía desde hacía tiempo. Y durante aquellos años también fui perdiendo todas mis propiedades. Ante esa situación terrible me encerré en pleno campo en una finca de mi familia. Allí estuve meses. Primero solo y luego ayudado por un familiar. Me dediqué a trabajar en el campo. Corté ramas, podé, pinté, puse vallas e incluso me rompí los ligamentos cruzados de una rodilla para acrecentar mi mala suerte.
Pero el trabajo me hacía sentirme bien. Con pequeños pasos convertí aquella selva en algo habitable y bonito. Cada paso que daba, cada árbol que dejaba limpio, cada cuadro que colgaba me hacían sentirme bien. Ya no era tan inútil ni tan débil como me creía con la depresión. Incluso la memoria, la percepción, la concentración perdidas parecía que habían mejorado.
Había perdido tanto el sentido de la realidad y de mi percepción exterior que un día en que me encontraba en el restaurante de un familiar me encontré con un sobrino mío y con su novia. Le pregunté por su padre. Me respondió: «Tito, mi padre ha muerto hace cinco años» (mi propio hermano) y no supe hasta ese momento que me había confundido de hermano y de sobrino. Ahí me di cuenta de hasta dónde había perdido muchos sentidos de la percepción y cómo esta enfermedad me estaba comiendo por dentro.
Algunos amigos me venían a visitar. Eso me ayudaba mucho. Sobre todo me hacía ver que no me habían abandonado todos. Que todavía quedaba alguien que me apreciaba.
Un día pensé: «Estoy en una carretera rural. Mi vida va por un carril sin arcenes, estrecho y peligroso. En cualquier momento puedo caer directamente a una acequia o a un campo vallado con cactus o con pinchos. Tengo que buscar la manera de ir dando pasos cortos, como si fuera la rehabilitación de un tobillo, pero debo hacer algo para volver algún día a circular por una carretera nacional. Y más adelante volveré a una autovía».
Y eso fue lo que hice. Me metí en una asociación profesional en la que ya había estado años antes para volver a tener contacto con personas que estaban trabajando y a las que les gustaba el mismo sector que a mí.
Al cabo de unos meses me hicieron miembro de la directiva. Ya tenía algún logro y no solo penas y fracasos que contar.
Después me nombraron presidente. Eso me hacía sentirme inseguro, pero tenía algo por lo que luchar. Me volqué en ese nuevo desempeño. Todo lo que me hacía pensar en ese proyecto me lo quitaba de pensamientos suicidas o negativos.
Y más tarde decidí volver a trabajar aunque seguía mal; no estaba bien del todo. Mi dolor se alivió años después, aunque no se borró. Pero ya era algo. Estaba empezando a tener algo por lo que luchar. Iba con miedo, con