Tres cuentos espirituales. Pablo Katchadjian
Primera edición digital: abril de 2020
© 2019, Pablo Katchadjian
© De esta edición:
Hurtado & Ortega Editores
Imagen de faja: Mari Fouz
Diseño de colección: Silvio García Aguirre
Diseño y maquetación del interior: Carolina Hernández Terrazas
Corrección: Cristina Sospedra
isbn: 978-84-121549-6-2
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Nota del autor
Tres es, en principio, indiscutible: los textos que componen este libro son tres. Cuentos es dudosa: ¿qué es un cuento? Para mí son cuentos, pero entiendo que fácilmente se me podría rebatir. De todos modos, no me preocupa tanto esto como la tercera palabra: espirituales. ¿Qué significa? Tengo que decir que el título, como casi todo lo que me gusta, se me ocurrió “antes” de pensarlo. Y que después, cuando quise pensarlo, me di cuenta, sin sorpresa, de que era problemático. El problema mayor es la palabra espirituales, porque es una palabra que perdió, de alguna manera, el significado y peso que pudo haber tenido durante un tiempo indefinido —los últimos mil quinientos años, por ejemplo— y ganó un significado liviano y un poco tonto que es el que la hace circular actualmente en todos los terrenos, incluidos el empresarial y el político. La palabra me gusta por su movimiento de pérdida y ganancia, pero ninguno de los dos significados —el perdido y el ganado— me interesan. Lo que me interesa es que, por estar la palabra entre un significado perdido y pesado y otro ganado pero liviano y blando, uno se vea obligado a pensarla cuando la dice: vibra si no se la piensa. Pero también vibra cuando se la piensa. ¿Qué quiero decir, entonces, cuando digo, en el título, que estos tres cuentos son espirituales? No lo sé, y quizá no se pueda saber con precisión.
Pero sé que es la palabra adecuada. En los cuentos hay un poeta, hay un santo, hay fantasía mítica, pero no es eso lo que los puede hacer espirituales. Hay transformación radical, pero tampoco es eso. Ni tampoco es la oposición a materiales, porque no hay tal oposición: los cuentos no surgen de una idea y, creo, resultan más materiales mientras más se alejan de las cosas que los rodean. ¿Qué significa esto? Así dicho, muy poco, aunque tiene que ver, pienso —para permanecer en el mismo terreno semántico—, con la oposición entre misticismo y mesianismo.
Misticismo y mesianismo… Vuelvo antes a la preocupación que me genera la palabra espirituales. Cada época reconfigura un poco la estupidez para que no se vea del todo. Cuando se ve del todo es… El otro día, estaba en un bar y escuché que un hombre de unos cuarenta años le decía a una pareja de ancianos de otra mesa: «El inglés es la base de todo». Seguí haciendo lo mío, pero cada tanto me llegaba una frase y la anotaba. El hombre dijo: «Mis cuarenta son los treinta de antes». Un rato después el hombre dijo que era amigo de una ministra del gobierno nacional. Entonces el viejo le dijo al hombre: «Ese diputado, el zurdo ese, tiene una cuatro por cuatro». El hombre hizo un gesto de desdén hacia el diputado y en respuesta el viejo empezó a elogiar a «Pinochito», que «si viviera boletearía a un par». Cuando su esposa —a quien yo no podía escuchar bien porque hablaba bajo y estaba de espaldas— le dijo al viejo que no dijera esas cosas en voz alta, él le respondió que no le importaba, y entonces el hombre joven, cómplice, dijo: «Pinochito, el de Disney». Todos se rieron.
«El inglés es la base de todo» podría haber sido el título de algo. De este prólogo, por ejemplo. «Pinochito» que «boletearía a un par» podría ser la base de un relato hermoso, aunque ya está escrito. ¿Y qué decir de «mis cuarenta son los treinta de antes»? Lo digo yo ahora: «Nací en 1977, pero mis cuarenta son los treinta de antes». ¿Y de «el zurdo ese tiene una cuatro por cuatro»? Bueno, dejo a estos ciudadanos que hablaban en el bar. Quiero decir algo sobre la oposición entre misticismo y mesianismo: el mesianismo mira hacia afuera —la Historia, el mensaje, la coherencia del mensaje, la aceptación del mensaje por parte de los que lo escuchan— y el misticismo hacia adentro, hacia el centro donde están todos los sentidos apilados y fundidos en un único sentido que no se puede conocer. No soy yo el místico, pero pienso que los tres cuentos sí, al menos en un aspecto: van de afuera hacia adentro. Son como telarañas. Es lo que terminó quedando y lo que, quizá, justifica la tensión del título.
Pero no del todo. Porque pienso ahora que si se alejan debe ser para poder acercarse. Estuve poniendo y sacando durante la corrección dos epígrafes que finalmente no quedaron. El primero era una frase de Alain Badiou que me pareció afín a los cuentos: «Una infernal agitación inmóvil». O no afín: es como si los cuentos partieran de esa situación. «Una infernal agitación inmóvil» nos envuelve cuando estamos en un intervalo entre dos acontecimientos con la sensación —falsa— de que nada comienza ni va a comenzar. El otro epígrafe era una parte de un poema de Santiago Pintabona: «No tan lejos retumban las olas / Florece la espuma y el aire se / Quiebra y se derrama la imaginación / En la fantasía independiente». La imaginación, la fantasía independiente, no tan lejos: así se sale del intervalo, podrían decir los cuentos. ¿Eso dirían? No sé. Pero si lo dijeran, o si dijeran cualquier otra cosa, los cuentos irían, también, de adentro hacia afuera, porque estarían diciendo algo, y entonces misticismo y mesianismo no serían una oposición sino una tensión o apenas distintos aspectos de un mismo movimiento que va hacia adentro para ir hacia afuera.
O que se aleja de las cosas para ir hacia las cosas. El movimiento es lo único que se puede leer. Un movimiento ambivalente. Y la ambivalencia es la ventana por la que entran los espíritus.
p. k., 2018
Informe sobre la muerte del poeta
Tras dos días de búsqueda, lo encontramos al poeta en la espesura, escondido en el hueco de un tronco. «Salí de ahí», le dijimos, pero él, temblando, nos respondió que lo dejáramos dormir. «¡No es hora de dormir!», le dijimos, y, entre risas, lo sacamos de su hueco. Entonces él se tiró al suelo hecho un ovillo, protegiéndose la cabeza como si fuéramos a patearlo. Quizá por eso lo pateamos un poco y después, satisfechos, lo agarramos de los brazos, lo levantamos y, a empujones, lo obligamos a caminar. Ahí fue que el poeta, magullado y con la nariz sangrando, se enderezó y nos dijo: «Les va a pasar algo...». «¿Ah, sí? ¿Qué nos va a pasar?», le preguntamos. «No sé», nos respondió con una sonrisa torcida. Uno de nosotros le dio un golpe seco y contundente en la nuca y todos nos reímos. «¿Qué nos va a pasar? ¿Eh, poeta?», insistimos. Pero él se quedó callado, quizá confundido por el golpe, y nosotros volvimos a reírnos.
Cuando llegamos al pueblo, la multitud que nos esperaba empezó a aplaudir al ver que el poeta estaba con nosotros. «¡Burro!», le gritaban. Y también: «¡Mentiroso!». Risas y aplausos, en general, pero también algunas caras de preocupación, ya que lo que hacíamos tenía un riesgo: si el poeta era un verdadero poeta, el castigo caería sobre la comunidad. Pero los sabios ya habían dicho, cuando nos ordenaron buscarlo, que él no era un verdadero poeta sino un burro y un mentiroso, y que eso, sumado a la desaparición —que los sabios habían interpretado como una muerte— de la chica joven y atractiva que estaba enamorada de él, los habilitaba a perseguirlo; habían dicho: «¿No sólo es un burro y un mentiroso sino que además provoca la muerte de una chica joven y atractiva que lo quiere y, así, desprecia no sólo la poesía sino también el amor? ¿Y, además, luego escapa para evadir las consecuencias de sus acciones?».
Siguiendo el ritual acostumbrado, dejamos al poeta atado a un palo en la plaza central para que la gente lo insultara durante un día. Y lo insultaron sin tregua. Nos dio un poco de pena en cierto momento, porque el poeta lloraba, pero los sabios dijeron que no debía darnos pena y le dijeron al poeta que era un burro. Ahí, por suerte, el poeta empezó a insultar también. No a insultar, en verdad, sino a responder cosas absurdas. Dijo, por ejemplo: «Burro es el que les da el material». Y también: «En unos años sus nietos se comerán el guiso