Deseo. Flavia Dos Santos

Deseo - Flavia Dos Santos


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buen libro, escuchar música y hasta dedicarse a no hacer nada puede unirlos en un momento de relajación y placer, pues el placer y el deseo tienen muchas caras y no solo se refieren al momento de la relación sexual.

      Es encontrar nuesto ikigai, este término que en japonés alude a la “razón de vivir” o la “razón de ser” y que nos puede llevar a vivir una vida plena y placentera a través de encontrar una actividad o varias que nos llenen de motivos para disfrutar la existencia. Si estás conectado con el ikigai de tu vida podrás volver a encontrar el deseo de vivir plenamente en sus múltiples manifestaciones.

       ¿Qué es el deseo?

      “El deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo. El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad. Unos planifican su vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo. El deseo de vivir y de hacerlo a su manera. Por eso sus autobiografías son más descriptivas que explicativas, pues sus vidas no tanto se deben a los resultados u objetivos cumplidos, sino al sentido inherente al mismo proceso de vivir. Y este proceso, de uno u otro modo, lo establece siempre el deseo. Si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario, a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien entendido, el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que —en una persona madura— es luminosa, clara e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos y de la inteligencia se dice que es emocional. Visto de este modo, el deseo se convierte en el portavoz de uno mismo”.

      Edward Punset jurista, escritor, economista político y divulgador científico español.

      La formación del deseo

      Aceptemos, pues, que el deseo está íntimamente conectado al placer y al dolor. Los seres humanos sentimos placer con las cosas que, en el curso de la evolución, han tendido a promover la supervivencia y la reproducción; sentimos dolor con las cosas que han tendido a comprometer nuestros genes. Las cosas placenteras, como el azúcar, el sexo, el estatus social, son deseables, mientras que las cosas dolorosas son indeseables.

      Más aún, tan pronto como se satisface un deseo, dejamos de sentir placer por esa satisfacción y formulamos deseos nuevos, porque en el curso de la evolución, la satisfacción y la complacencia no tendían a promover la supervivencia y la reproducción.

      No es tanto que formulemos deseos, sino que los deseos se forman en nosotros. Los deseos apenas son “nuestros”. Se puede decir que los resolvemos, si acaso, una vez que se han formulado completamente.

      El dolor, por ejemplo, siempre es algo que afecta la sexualidad: en las mujeres muchas veces se ve una enorme dificultad de tener sexo por cuenta de la resequedad vaginal. Hay una pareja a la que estuve tratando hace unos años. Cada vez que iban a tener sexo ella ya empezaba a sufrir o a llorar por el dolor a la hora de la penetración. Le molestaba de tal manera, que el pánico, el miedo y la anticipación, hacían que no pudiera estar con su pareja. Ningún lubricante o terapia la ayudaba a relajarse. El trabajo con ella y su pareja fue focalizarnos no en el principio sino en el final del encuentro sexual. Durante las sesiones hablábamos de cómo ella se sentía cada vez que tenía un orgasmo, cada vez que tenía placer, cómo era, cómo estaba en ese momento, y todo esto fue ayudándole a disminuir el pánico a la penetración porque el tema de la falta de lubricación era tan asustador que, por más preliminares, ella se bloqueaba. Con esta pareja se trató de que ella pensara en el final del encuentro: que asociara el sexo no con el momento inicial sino con el momento donde ella lograba la gratificación. Con mucha paciencia, y poco a poco, fuimos logrando que con sexo oral, caricias, lubricante, y otras ayudas para la penetración completa, ella pudiera relajarse a la hora del encuentro sexual. Sin embargo, aun así ella todavía prefiere tener orgasmos a través de la masturbación, pero es un gran avance que de nuevo haya regresado el deseo a su vida y disfrute de nuevo con su pareja.

       Estructura del aparato psíquico según Sigmund Freud

      Freud caracteriza la personalidad como si estuviera compuesta por tres instancias: el Yo, el Superyó y el Ello.

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      Estas tres instancias son representadas como entidades, no como si tuvieran una existencia tangible, no debemos considerarlas “aspectos’” del ser humano. Es importante que se entienda que el Yo, el Superyó y el Ello son una variedad de procesos, funciones y dinámicas diferentes de la persona, y no “pedazos” de la mente; aunque tengamos que darles nombres que parezcan “cosas’’ en lugar de procesos.

      • El Yo intenta satisfacer las demandas que provienen del Ello de un modo realista, teniendo en cuenta la realidad externa y no solo las propias necesidades. El Yo obedece al principio de realidad, que asegura más éxito en la integración al mundo social. El ideal del Yo es la imagen de sí misma que la persona aprueba para sí. Incluye todo lo que pensamos que deberíamos ser y cómo deberíamos alcanzarlo. El Yo es el consciente.

      • El Superyó es el ideal del inconsciente internalizado, represor, selecciona las experiencias, no permite pasar al Yo las que considera indeseables de recordar. La función del Superyó es filtrar lo que puede pasar del inconsciente al consciente. El Superyó es el preconsciente o subconsciente.

      • El Ello incluye los deseos y las necesidades básicas que nos motivan. Opera de acuerdo con el principio de placer, que dirige nuestro comportamiento al menos los primeros años de vida. El Ello se mueve a partir del principio del placer inmediato y por eso lucha por hacer que esas pulsiones primarias rijan la conducta de la persona, independientemente de las consecuencias a mediano o largo plazo. Se considera que el Ello es la parte “animal” o “instintiva” del ser humano. Esto es lo que subyace a los sueños y a las alucinaciones y delirios de los psicóticos, en los que pueden satisfacerse los deseos de un modo no realista. En el Ello está la pulsión sexual, que existe en el individuo desde siempre. El Ello es el inconsciente.

      La sociedad de consumo explota este proceso de formación de los deseos sembrando sus semillas en nuestro inconsciente, mediante anuncios y comerciales atractivos y pegajosos, y nos dan después frágiles razones para que conscientemente podamos justificar o racionalizar el deseo. Siempre nos están impulsando a tener más y más y a desechar lo que ya tenemos y adquirir cosas nuevas. Te ilusionas con querer tener algo para amar, pero cuando lo tienes, lo descartas y buscas otro y otro. Las personas hoy no son felices porque siempre van buscando posesiones y sensaciones para desear.

      El deseo se manifiesta en objetos, comidas, gratificaciones, sexo y todo aquello de lo que queremos recibir placer y que nos hace sufrir cuando no lo tenemos, pero cuando lo tenemos queremos tener más. Es decir, parece un deseo más externo que interno, cuando debería ser al revés: el deseo debería provenir del interior para luego ser vislumbrado en el exterior. Los deseos deberían ser trabajados a largo plazo, durante toda la vida, para que así sean una constante y no un deseo inmediato, como podría ocurrir con una pastilla “milagrosa”, tal vez las muy conocidas pepas de fiesta (éxtasis), que se usan para liberar emociones y deseo de manera ocasional. Si quieres un deseo asegurado, este se puede trabajar y lograr mediante diferentes técnicas, momentos, hábitos de conquistarse y conquistar al otro…etc.

      No todos nuestros deseos afloran a la conciencia y aquellos que lo hacen, los adoptamos como propios. Pero antes de que un deseo aflore a nuestra conciencia, compite con un número de deseos en conflicto que de alguna manera también son “nuestros”. El deseo que eventualmente va a prevalecer es a menudo el que está en el límite de nuestra comprensión.

      A menudo no sabemos lo que deseamos o lo que tememos. Durante años podemos tener un deseo sin admitirlo o siquiera dejarlo salir a nuestra conciencia, porque el intelecto no debe saber nada sobre ese deseo ya que la buena opinión que tenemos de nosotros mismos se vería afectada. Pero si el deseo se cumple, sabemos por nuestra alegría, aunque con algo de vergüenza, que eso era lo que deseábamos.

      Que los deseos no son verdaderamente nuestros, es fácil de demostrar. Cuando hacemos resoluciones


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